Alternando entrevistas y testimonios con documentos de época asistimos a un viaje evocador sobre la irrepetible figura que dejó escrito: “Pies para qué los quiero si tengo alas pa’ volar”.

La primera artista mexicana que expuso en el Louvre llegó a la pintura desde la desgracia. Llovía sobre la capital de México la tarde del 17 de septiembre de 1925. El autobús de la tragedia no era para ella, pero se sabe que el destino es caprichoso. Lo fue también en aquella ocasión. Para regresar a su casa, Frida subió a un primer autocar, pero se bajó para recuperar la sombrilla que había olvidado en la calle. Y se montó en el siguiente, ese que sería brutalmente partido en dos por la embestida del tranvía de Xochimilco.

Sentada en los asientos últimos del vehículo, una barra de hierro la atravesó penetrando por la espalda y saliendo por la vagina. Frida, 17 años, se  rompió la columna vertebral, la clavícula, siete costillas y la pelvis por tres sitios. El destrozo se completó con una profunda herida abierta en el abdomen, once fracturas en la pierna derecha, y el hombro y el pie izquierdo dislocados.

Cuando rescatan a Frida está completamente desnuda y reluce como el oro. Alguien en el autobús llevaba un saco con polvo dorado que estalló sobre ella al chocar y se adhirió a su cuerpo ensangrentado. Cuando la gente la vio –hay numerosos testigos del hecho– brillaba y comenzaron a gritar: “¡La bailarina! ¡La bailarina!”.

Convalecencia

Aquella tarde volvió de la muerte e inició entre dolores lacerantes una  interminable convalecencia. Meses metida en una especie de sarcófago entre dosis de cloroformo y cocaína. Pero, sobre todo, aquel 17 de septiembre y con el cuerpo roto, Frida encontró un refugio en la pintura. De la desgracia emergería una artista extraordinaria; el icono cuya obra nos asombra y conmueve.

Kahlo dejó por escrito aquel origen: “Necesitaba hacer algo. Creí tener energía suficiente para hacer cualquier cosa en lugar de estudiar para doctora. Sin prestar mucha atención empecé a pintar. Mi padre tenía desde hacía muchos años una caja de colores al óleo, unos pinceles dentro de una copa vieja y una paleta en un rincón de su tallercito de fotografía. Le gustaba pintar y dibujar paisajes cerca del río en Coyoacán. Desde niña yo le tenía echado el ojo a la caja de colores. No sabría explicar el por qué. Al estar tanto tiempo en cama aproveché la ocasión y se la pedí a mi padre. Como un niño a quien se le quita su juguete para dárselo a un hermano enfermo, me la prestó. Mi mamá mandó hacer a un carpintero un caballete… si así se le puede llamar a un aparato especial que podía acoplarse a la cama donde yo estaba, porque el corsé de yeso no me dejaba sentar. Así comencé a pintar mi primer cuadro, el retrato de una amiga”.

Los miembros de su familia, algunos amigos y, fundamentalmente, los  autorretratos marcan el tema de sus primeras obras. “Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco”.

Cuadros iniciales de tonalidades oscuras que reflejan ya un universo común a lo largo de toda su producción en el que se mezcla realidad y ficción: la dura verdad y el vuelo de la imaginación. 

Palabras

El documental dirigido por Giovanni Troilo traza a través de seis capítulos la odisea existencial de quien plasmó para la historia del arte obras como Las dos Fridas (1939), La columna rota (1944), El ciervo herido (1946) o el último de sus cuadros, una naturaleza muerta con sandías sobre la que, en mayúsculas, escribió: VIVA LA VIDA.

Bajo ese título, el documental invita a descubrir las dos caras de la artista siguiendo un hilo conductor marcado por sus propias palabras: cartas, diarios y confesiones privadas. El espectador descubrirá cómo la obra de Kahlo tiene sus raíces en la pintura tradicional del siglo XIX, en los retablos mexicanos y en el arte y el compromiso con sus contemporáneos. 

Quien fuera pasional esposa de Diego Rivera y amante de otros hombres y mujeres de extraordinaria personalidad, como el político León Trosky, plasmó su dolor y sus ideales, su amor por México, su fervor, sus fealdades y sus pasiones. Gracias a su pintura, –también a su escritura– y a un estilo inconfundible, Kahlo se ha convertido en un modelo que ha influido decisivamente en artistas, músicos y diseñadores de todo el mundo.

Pese a sus quebrantos, Frida mantuvo su fuerza a lo largo de los 47 años de una existencia sobre cuyo final, como escribe su biógrafo Gérard de Cortanze, aún persisten dudas: La versión oficial atribuye su muerte a una embolia pulmonar, pero no son pocos los que sostienen que se quitó la vida ingiriendo las drogas que tenía a su alcance sobre la mesilla de noche.

Fuerza y secretos. Los que confesó en el período final: “No escuchéis a Sócrates, no cerréis los ojos a la fealdad para ver la belleza interior, abridlos, y mirad el nacimiento de una belleza terrible”. Y aquel otro, determinante: “Para crear nuestro paraíso debemos explorar nuestro infierno personal”.

Como señaló extasiado André Breton tras asistir a una exposición de la pintora: “El arte de Frida Kahlo es una cinta de seda alrededor de una bomba”. No se pierdan ese ambivalente, colorista, apasionado estallido.