Lo dejó claro el propio Scott en la presentación de su película: “La figura de Napoleón me sedujo desde muy pequeño. Ya en la escuela supe que había sido un líder entre los grandes, equiparable a Carlomagno o a Alejandro. Pero desde muy pronto también me llamó la atención el hecho de que un hombre de su talla histórica fuera tan vulnerable y, en el fondo, manipulado por una mujer como Josefina. No se puede olvidar que en su lecho de muerte sus últimas palabras fueron: Francia, Ejército, Josefina”.  

Desde aquella versión muda de Abel Gance en 1927, más de treinta películas han tratado de forma más o menos directa la figura del militar, sin olvidar el intento de Stanley Kubrick, que acabaría por definir como sueño incumplido un propósito que nunca llegaría a materializar. Pero la propuesta de Scott se distancia del resto al humanizar al personaje que tuvo en sus manos el destino de su tiempo.

Joaquim Phoenix es clave para lograrlo. Su actuación vuelve a conectar con la sensibilidad del espectador que se rinde ante la paradoja de que un actor como él, especialista en transmitir debilidad –por no volver a repetir vulnerabilidad– que presta cara y cuerpo a un general que se mostró inflexible, cuando no cruel, en la batalla. En esa dualidad debilidad/fortaleza su personaje crece y atrapa.

En la otra cara del espejo da réplica a Phoenix, en el papel de la cortesana emperatriz, una Vanessa Kirby que transmite la sutil mezcla de ambición, frialdad, elegancia y cercanía con la que sedujo hasta la obsesión al biografiado.

Rodada en sólo dos meses en Malta, Marruecos e Inglaterra, Napoleón detalla el meteórico ascenso y compleja caída hasta su destierro y final en la isla de Santa Elena, del segundo de los trece hijos de una familia de la baja  nobleza corsa. El ambicioso e intrépido soldado que más allá de autoproclamarse emperador, llegaría a convertirse en el líder de un mundo en combustión. Austerlitz, Bailén, Borodino, Trafalgar, Leipzig, Waterloo… son algunos de los nombres que la historia recoge asociados a las Guerras Napoleónicas, un conflicto que, a lo largo de más de dos décadas, sacudió los cimientos de Europa, pero cuya onda expansiva se hizo sentir en todo el planeta.

En la propuesta que ahora se estrena, al tiempo que se muestra la enrevesada y perseverante carrera de Bonaparte hacia el poder y sus visionarias tácticas sobre el campo de batalla, que constituyen secuencias de una espectacularidad poco vista hasta la fecha, asistimos a la adictiva y volátil relación con Josefina. Esa relación, ese íntimo juego de sábanas y alcobas, se desmarca de propuestas anteriores y se erige con acierto en uno de los originales y atractivos elementos del filme.

Ridley Scott sigue manteniendo el ojo de gran cineasta capaz de dotar lo que filma de una espectacularidad nada impostada. Napoleón es un magnífico ejemplo que, por ritmo y entrega, no hace sospechar que quien está detrás de la cámara es un anciano –sólo por lo que marca el calendario– que ha cumplido 87 años. Un cineasta que confiesa ser él mismo el que maneja cada cámara, inmerso ya en la segunda parte de Gladiator, tras la que, volviendo a demostrar una energía sin límite, rodará otro largometraje del que ya ha cerrado guion, casting y producción. Admirable.  

Ahora, con Napoleón, logra el propósito confeso con el que se embarcó en el reto: “Quería filmar un retrato íntimo y cercano de un hombre al que el cine generalmente ha mostrado solo en su faceta bélica. Quería mostrar un hombre con el que el espectador pudiera conectar. Y ahondando en su personalidad encontré lo que busco siempre en un personaje, su vulnerabilidad. Y en la relación con Josefina, la mujer de su vida, encontré la clave de la película”.

Napoleón

Dirección : Ridley Scott

Guion: David Scarpa

Intérpretes: Joaquin Phoenix, Vanessa Kirby, Tahar Rahim y Ben Miles

Fotografía: Dariusz Wolski

Música: Martin Phipps

Estados Unidos, Reino Unido / 2023 / 158 minutos

Sony Pictures