La cabina (Antonio Mercero, 1972)

Ríase usted de la repercusión de El juego del calamar (Ojing-eo geim, 2021). El 13 de diciembre de 1972 se emitió por primera vez en Televisión Española el mediometraje La cabina y el país quedó paralizado por aquella historia de un hombre encerrado en una cabina telefónica. Claro que aquellos eran otros tiempos. Solo había una cadena y todo el mundo veía el mismo programa a la vez. Aquella pequeña pieza de terror surrealista impactó a los españoles (la gente no cerraba la puerta de las cabinas telefónicas) y traspasó fronteras. En Francia se interpretó como una metáfora del franquismo, en Italia como una parábola sobre la prisión indefinida. El programa ganó un Emmy y López Vázquez fue premiado con un Fotogramas de plata. El actor siempre había sido la primera opción para los guionistas de la historia: Antonio Mercero y José Luis Garci. El primero, porque veía en él las cualidades de mimo necesarias para poder transmitir con su actuación la desesperación de un hombre encerrado, y el segundo por pensar que López Vázquez tenía las cualidades de un Gassman o un Mastroianni, un actor trágico y cómico a la vez. Que una producción tan insólita se llegase a estrenar en la televisión franquista (solo parcialmente acostumbrada al género fantástico, gracias a Chicho Ibañez Serrador) se debió al éxito de Mercero como guionista en la serie Crónicas de un pueblo (1971-1972). López Vázquez se entusiasmó con el proyecto y logró retrasar el rodaje de El vikingo (1972) para poder participar. Su actuación quedó grabada en la retina de una generación de españoles. Aunque parte del terror que transmitía fue real: «Pasé un miedo atroz en el momento en que un grupo de extras cogían la cabina, la subían para arriba y la depositaban en el camión… Yo no sabía cómo estaba hecho el suelo y si resistiría o me iban a estrellar en el plano aquel de la grúa… La verdad es que hubo momentos en que pasé un pánico horroroso». Ya no sería recordado solamente como ese español bajito que perseguía suecas, ahora era el hombre de la cabina. Telefónica le contrató para protagonizar una serie de anuncios de televisión. Más tarde, en 1998, Retevisión hizo un anuncio con el actor saliendo de la cabina, anunciando el fin del monopolio de la compañía. La cabina se había convertido en un fenómeno cultural. El Festival Internacional de Mediometrajes de Valencia lleva su nombre. En 2021 se inauguró una estatua en el lugar del rodaje. Una cabina roja con una placa que reconoce la labor de Mercero y donde no se menciona en ningún lugar a López Vázquez. No es algo de extrañar, pues la ciudad que le vio nacer todavía no le ha dedicado ni una mísera calle.

Viajes con mi tía (George Cukor, 1972)

López Vázquez no guardaba un buen recuerdo de las coproducciones internacionales. El actor se codeó con estrellas de la talla de Brigitte Bardot, Totò o Ugo Tognazzi, y en todos los casos quedó decepcionado por la altanería de estos dioses de barro. Tan solo hubo una excepción, cuando pudo trabajar con George Cukor, uno de los grandes de Hollywood, en su adaptación de la novela de Graham Greene Viajes con mi tía. En la película, protagonizada por Maggie Smith, el actor interpretaría a un marqués, antiguo amante de aquella. Aunque su participación fue breve y apenas tiene diálogo, López Vázquez supo aprovechar su humor físico para dar peso al rol. Cukor quedaría encantado con él y elogiaría su trabajo en Mi querida señorita. Entre ambos se forjaría una amistad que hizo que Cukor invitara al cómico a Beverly Hills y le propusiera que fuera a trabajar a Estados Unidos, algo que López Vázquez rechazó por sus limitaciones con el inglés.

La prima Angélica (Carlos Saura, 1974)

La prima Angélica

López Vázquez sufriría otra decepción al no poder participar en el rodaje de Ana y los lobos (1973), de Carlos Saura, por estar comprometido con la mencionada El vikingo. Por suerte se resarciría al protagonizar La prima Angélica, la más destacada de las colaboraciones entre el intérprete y Saura. Título imprescindible de nuestro cine, La prima Angélica gira en torno al regreso de un hombre soltero de mediana edad a Segovia, donde vivió su infancia, para acudir al entierro de su madre. El filme alterna las escenas del hombre adulto con sus recuerdos de niñez, con la arriesgada elección de hacer que sea el propio López Vázquez el que interprete al niño. Este nuevo reto despertó de nuevo las inseguridades del tímido intérprete: «Fue un personaje muy complicado. Hacer de niño de ocho años, metido en el hueco de un árbol, vestido de hombre, tal y como era yo en aquella época… Me preocupaba la posible reacción del público cuando mi personaje dijera: “¡Es que tengo ocho años!”. Pese a todo, la presencia de Saura y de Luis Cuadrado me sosegaba mucho». Ni que decir tiene que López Vázquez triunfó con su interpretación. Con su mirada de niño asustado, consigue hacer olvidar al público que es un hombre adulto, sin resultar nunca grotesco. El corazón del largometraje (y la razón principal por la que no se podría hacer hoy en día) es la historia de amor entre el niño y su prima Angélica, pero en ningún momento la situación parece escabrosa ni ridícula, gracias al verismo que aporta el genial actor.Esta emocionante oda a la memoria es también una elegía a los vencidos de la guerra, que sorprendentemente pasó la censura, aunque acabó costando al vicepresidente del Gobierno la dimisión por «exceso de liberalismo». La prima Angélica fue galardonada con el Premio Especial del Jurado en Cannes y despertó en España una agitada polémica, cuando grupos ultraderechistas sabotearon las proyecciones, llegando a provocar un incendio, originado por un atentado, en la sala Balmes, de Barcelona.

El monosabio (Ray Rivas, 1978)

El resto de la década de los setenta no fue amable con el actor. Los directores destinados a renovar el cine español durante la transición lo irían olvidando. El actor tomó alguna decisión equivocada, como rechazar participar en el clásico Furtivos (1975), de José Luis Borau, y optó por refugiarse en un tipo de cine que él mismo definía como «alimenticio», comedias intrascendentes y oportunistas como Doctor, me gustan las mujeres, ¿es grave? (1974), Zorrita Martínez (1975) o Cara al sol que más calienta (1978). También volvería al teatro, el refugio de sus últimas décadas, protagonizando, en 1976, la primera representación en España de Equus, de Peter Shaffer, que fue un escándalo para la época, al mostrar los primeros desnudos integrales de la escena nacional. En 1978 encarnaría en El monosabio a un mozo de espadas, eterno aspirante a torero, que se tiene que conformar con ser el apoderado de una joven promesa del mundo del toro. El papel ofrecería al actor la oportunidad de presentar una versión envejecida de los pícaros de sus películas de los años 60.

Patrimonio nacional (Luis García Berlanga, 1981)

Si la trayectoria cinematográfica de López Vázquez desde mediados de los años 70 se podría calificar de naufragio artístico, también es cierto que le quedaba un bote salvavidas, llamado Luis García Berlanga. El genial director volvió a contar con su actor fetiche cuando decidió llevar hasta los últimos extremos su coreografía del caos en una obra coral gamberra y sublime llamada La escopeta nacional (1978), que se pitorreaba a base de bien de una marchita nobleza que veía con malos ojos la caída del franquismo. Aquella partida de caza de celuloide en la que convivían rancios aristócratas, tecnócratas del Opus Dei y ministros franquistas, se inspiró en una anécdota real que le ocurrió a Manuel Fraga, cuando, durante una cacería, en 1964, disparó una perdigonada a las posaderas de la hija del Generalísimo. El jugoso suceso sirvió a Azcona y Berlanga para urdir la historia de una partida de caza financiada por un fabricante catalán de porteros electrónicos, interpretado por un sensacional José Sazatornil. En el sobresaliente reparto destacaría, además de Saza, un debutante en el cine llamado Luis Escobar, en el papel del marqués de Leguineche. Escobar, que en la vida real era marqués de las Marismas del Guadalquivir, había dirigido a López Vázquez en sus primeras representaciones en el María Guerrero. Treinta años después, en La escopeta nacional, López Vázquez interpretaba al poco avispado hijo del marqués de Leguineche, Luis José, un mamacallos onanista casado con la irascible y tuerta Chus, encarnada por Amparo Soler Leal. Dos millones de espectadores se rindieron al espectáculo berlanguiano, convertido a partir de entonces en patrimonio nacional, precisamente el título de la secuela, donde desaparecería el empresario catalán para ceder el protagonismo a los Leguineche, que abandonaban su «exilio rural» para volver a la capital. La segunda parte de la saga se rodaría durante nueve semanas en el abandonado Palacio de Linares de la Gran Vía madrileña (hoy la Casa América), con un presupuesto de 70 millones de pesetas. Escobar y López Vázquez seguirían explotando su química como padre e hijo cinematográficos en la tercera parte, Nacional III (1982), que giraba en torno a la evasión de capitales. Es la más floja de las tres películas, y José Luis guardaría de ella un incómodo recuerdo, pues tuvo que pasar buena parte del rodaje escayolado, algo que hacía mucha gracia a Luis Escobar. El proyecto de una cuarta parte, Viva Rusia, quedó frustrado por la muerte de Escobar. Azcona se negó a reescribir el guion y aquello fue el principio del fin de la pareja creativa más fructífera de nuestro cine. Como posible epílogo de esta disparatada saga quedaría Todos a la cárcel (1993) donde Berlanga, ya sin Azcona, criticaba la cultura del pelotazo, utilizando de nuevo a Saza como desdichado maestro de pista y a López Vázquez en un breve rol de cura que acababa muriendo entre rejas. Casualidad o no, lo cierto es que el actor y Berlanga no volverían a trabajar juntos.

La colmena (Mario Camus, 1982)

A comienzos de los 80, López Vázquez participaría en dos interesantes adaptaciones literarias. La verdad sobre el caso Savolta (1980), de Antonio Drove, llevaba a la pantalla la primera novela de Eduardo Mendoza. El filme, de ajustado presupuesto, brindaría al intérprete uno de sus mejores papeles, el de Pajarito de Soto, un utópico periodista que se pone del lado de los obreros ante los abusos de los patronos en la Barcelona de comienzos del s. XX. Más acertada resultaría la adaptación de La colmena, de Camilo José Cela, dirigida por Mario Camus, uno de los directores que mejor supo trasladar la literatura al séptimo arte. El largometraje contaría con un lujoso reparto y una cuidada ambientación que recreaba el Madrid de 1942. El guion, de José Luis Dibildos y el propio Cela, condensaría la trama y reduciría a decenas los más de trescientos personajes de la magistral novela. López Vázquez interpretaría a Leonardo Meléndez, un estraperlista que sobrevive robando comida en su pensión, dando sablazos e ideando negocios que nunca salen bien.

Epílogo

El siguiente año no fue prometedor para el actor. Seguiría haciendo cine, pero la mediocridad de títulos como El Cid cabreador (1983), La avispita Ruinasa (1983) o El fascista, doña Pura y el follón de la escultura (1983) le iría alejando forzosamente de las pantallas. De vez en cuando participaría en alguna producción interesante, como La corte de Faraón (1985) o Crónica sentimental en rojo (1986), una de sus pocas incursiones en el género negro, pero la mayoría de los proyectos que le ofrecían eran comedias insulsas, en el mejor de los casos. López Vázquez se refugiaría en el teatro, donde aún podía interpretar papeles dignos de su estatura actoral, como la representación, a mediados de los 80, de La muerte de un viajante, de Arthur Miller. También aparecería ocasionalmente en la televisión y protagonizaría junto a Fernán Gómez la serie Los ladrones van a la oficina (1993-1996), canto de cisne catódico de la mejor generación de cómicos del cine español. En 2005 fue galardonado con el Goya de honor. Dos años después aparecería en su última película, de nuevo a las órdenes de Mercero: ¿Y tú quién eres? (2007). En 2009 se apagó la luz en sus ojos. Se marchaban el hijo del marqués, el hombre de la cabina, nuestra querida señorita, el buhonero que se creía lobo, el señor bajito que perseguía suecas, el empleado de banca aspirante a atracador, el «¡padrino, búfalo!», el pícaro carterista, el hermano del verdugo, el arribista del tinglado de los pobres, el infeliz del pisito… y cientos de personajes que quedaron grabados en nuestra memoria. Había muerto el mejor actor del cine español. Aunque él fuera demasiado tímido para admitirlo.

NOTA: Las citas de López Vázquez han sido extraídas del libro de Luis Lorente José Luis López Vázquez, biografía autorizada.


No se pierda nuestro homenaje a López Vázquez en el centenario de su nacimiento.