Es significativa la negativa del Ministerio de Cultura brasileño a que Doña Clara representase al cine de aquel país en los Óscar. Ese rotundo no ha sido interpretado como una especie de venganza bajo cuerda, por el tema y el tratamiento del filme y por el posicionamiento de su director, que en la presentación de la cinta textualmente dijo que «la falta de democracia en la sociedad brasileña es alarmante».

Va la cosa de que, a sus 65 años, Clara, una ex crítica y autora de libros sobre música, vive retirada en Recife en un luminoso y amplio apartamento que forma parte del Aquarius, un edificio construido en la década de los 40 del siglo pasado. Habita desde siempre esa vivienda que se levanta en la acomodada Avenida Boa Viagem, al borde de la playa y del océano.

Un mal día se entera de que un poderoso promotor inmobiliario ha comprado el resto de las viviendas con el objetivo de derribar el recoleto Aquarius y construir un enorme edificio. Pese a las ofertas, Doña Clara se niega a vender la suya y comienza a ser mafiosamente acosada. Pero su decisión es firme y acepta el cuerpo a cuerpo en la desigual contienda entre un gigante que se siente todopoderoso y ella que, fiel a sus principios, ha tomado una insobornable decisión. La resistencia no es cosa fácil y el estrés de la situación altera su vida de forma importante mientras hace repaso de su existencia.

«Empecé queriendo hacer una película sobre archivos y Doña Clara ha probado ser el primer paso en el camino a una película sobre la predilección de guardar objetos y la divergencia entre documentos y recuerdos. Me parece interesante tener como protagonistas a una mujer y un edificio que tienen la misma edad y que se encuentran ambos, de alguna manera, bajo amenaza».

Kleber Mendonça Filho habla de la génesis de su película para señalar que «todo surgió de una serie de eventos, incluidas una serie de llamadas telefónicas que recibí en casa: teleoperadores vendiendo todo tipo de suscripciones, tarjetas de crédito, seguros, televisión por cable o periódicos. Me sentí atacado por el mercado que obliga a la gente a comprar cosas que no quiere».

De esa génesis emerge una película poderosa que nos recuerda el valor de los objetos, las casas, los compromisos que nacen de los recuerdos…La casa que defiende hasta la muerte Doña Clara es mucho más que sus paredes. Es depositaria de las gentes que la habitaron, de los discos que alberga, de los muebles que ya son mucho más que simples objetos. Por todo ello está dispuesta a inmolarse, como ejemplo y exponente de que los sentimientos son algo que nunca deben venderse.

Una banda sonora llena de guiños que va punteando la propia protagonista al elegir lo que el espectador oye de la amplia discoteca que el apartamento guarda –no se olvide que durante décadas ella ejerció como crítica musical–, una fotografía limpia con zooms con diferentes enfoques en el mismo encuadre que transmiten lo complejo de las ideas y decisiones de su protagonista, un discurso narrativo sin vericuetos y, por supuesto, la soberbia actuación de Sonia Braga, hacen de Doña Clara una película de mucho interés que, en su estreno, coincide casi con el Día Internacional de la Mujer. Doña Clara lo es, con toda su inquebrantable belleza.

Doña Clara AquariusDoña Clara (Aquarius)
Dirección y guion: Kleber Mendonça Filho
Intérpretes: Sonia Braga, Maeve Jinkings, Irandhir Santos, Humberto Carrao, Zoraide Coleto, Fernando Teixeira, Buda Lira
Fotografía: Pedro Sotero, Fabricio Tadeu
Montaje: Eduardo Serrano
Brasil / 2016 / 142 minutos