París, 1916. La Primera Guerra Mundial ha devastado la ciudad. En ese torvo ambiente, Amedeo Modigliani (Livorno, Toscana, 1884 – París, 1920), hombre bohemio, sensible y excéntrico, malvive como puede, intentando vender unas personalísimas y vanguardistas obras a las que nadie parece prestar atención.
La película se centra en el torbellino de su existencia a lo largo de tres días, setenta y dos horas en las que Modi, como era conocido por sus amigos, vive una caótica sucesión de acontecimientos deambulando por calles y bares. Tras romper la cristalera de un célebre restaurante, huye de todos –de la policía, de las bombas, de los marchantes, de los críticos de salón, de los coleccionistas e incluso de sus colegas– y decide acabar con su carrera y abandonar la ciudad. Pero sus amigos de verdad, los también artistas Maurice Utrillo y Chaim Soutine, junto con su modelo, amante y musa, Beatrice Hastings, le organizan una fiesta de despedida para intentar disuadirlo de sus propósitos.
En su desesperada situación, Modi acude a su marchante y colega Leopold Zborowski, un hombre en el que el pintor nunca acabó de confiar plenamente. Tras una noche de alucinaciones –Modigliani sufría ataques de delirium tremens como consecuencia de su alcoholismo–, su situación se vuelve más caótica, si cabe, tras el encuentro con un coleccionista estadounidense que tiene en sus manos el poder de cambiar la vida del artista. Pero…
Encarna al protagonista, con una más que digna actuación, Riccardo Scamarcio, al frente de un reparto que completan Stephen Graham en el papel de Zborowski, Bruno Gouery como Utrillo, Ryan McParland interpretando a Soutine, Al Pacino –en una interpretación corta y sobria, pero muy convincente– como el potentado y coleccionista Maurice Gangnat, y Antonia Desplat dando vida a Beatrice Hastings, poetisa sudafricana que había trabajado como amazona en un circo y que se convirtió, entre otros muchos, en uno de los dos grandes amores del artista.
La otra pasión la encarnó Jean Hébuterne, una joven de diecinueve años con la que tuvo a la única hija oficialmente reconocida por Amedeo; la mujer con la que vivió los tres últimos años de su vida. Aquella que, horas después del fallecimiento del pintor, se suicidó arrojándose por la ventana del destartalado apartamento en el que sobrevivían.
Como Depp ha dejado caer de alguna forma, en principio, y hace ya tiempo, la película iba a ser dirigida por Al Pacino, quien contaba para el papel protagonista con el actor de Kentucky. El proyecto quedó en suspenso hasta que Depp recibió una llamada en la que Pacino le pedía que hiciese él la película: «Tú tienes –me dijo– el punto de vista adecuado para hacer una película sobre un creador alucinado. Lo harás mejor que yo».
El resultado es un filme interesante que probablemente convenza más a quienes no sean expertos en la figura y el quehacer del artista de Livorno. Los modiglianistas podrían argumentar que el largometraje peca de tópicos innecesarios sobre un creador que, más allá de alucinaciones, enfermedades y excesos, dejó para la historia una indeleble obra producto de un admirable tesón y del inamovible convencimiento de que en él habitaba un gran artista.

Modigliani, tres días en Montparnasse
Dirección: Johnny Depp
Guion: Jerzy Kromolowski, Mary Olson-Kromolowski sobre la novela Modigliani, de Dennis McIntyre
Intérpretes: Riccardo Scamarcio, Antonia Desplat, Al Pacino, Bruno Gouery y Ryan McParland
Fotografía: Dariusz Wolski, Nicola Pecorini
Música: Sacha Puttman
Reino Unido, Italia / 2024 / 110 minutos
A Contracorriente Films