Ella, Claudia, había nacido hace 87 años en Túnez, todavía un protectorado francés, en una familia de inmigrantes sicilianos. Tras ganar un concurso en su país de origen, viajó a la Mostra de Venecia —ese era el premio del certamen—, en donde no pasó desapercibida. El cine le abrió una pantalla en la que debutó en 1956.

Se abría así una carrera de más de ciento treinta títulos que tendría su definitivo empujón universal en 1963, a las órdenes de Federico Fellini, uno de sus directores fetiche. ¿Cómo olvidar aquella figura a contraluz en Ocho y medio? Todos fuimos, y ya por siempre seremos, sus admiradores a través de los ojos de Marcello Mastroianni, que, en un gesto entre chulesco y fascinado, se baja las gafas de sol para observarla.

Ese mismo año rodaría El gatopardo bajo la batuta de Luchino Visconti. Esa coincidencia —las dos míticas películas al tiempo— habla de su capacidad de transfiguración por el hecho de interpretar dos personajes tan distintos a las órdenes de dos cineastas tan diferentes. Pero lo hizo y, viajando casi a diario de Sicilia a Roma, se amoldó a la meticulosidad enfermiza de Visconti y al caos e improvisación de los rodajes de Fellini.

¿Cómo olvidar su presencia? ¿Cómo olvidarla en Rufufú, Rocco y sus hermanos, Hasta que llegó su hora, Las petroleras, La amante de Mussolini, Los profesionales, La chica y la maleta, Fitzcarraldo, La pantera rosa, La piel o El artista y la modelo, película que en 2012, en una de sus últimas apariciones, rodó a las órdenes de Fernando Trueba?

Entre los muchos premios de su carrera se cuenta un León de Oro en el Festival de Venecia en 1993 y un Oso de Oro en la Berlinale de 2002. Recientemente, el MoMA de Nueva York, en colaboración con los estudios Cinecittà, programó una retrospectiva con veinticinco de las películas más sobresalientes de una actriz versátil que hablaba con fluidez —pudiendo rodar en esas lenguas— francés, español, árabe tunecino, inglés e italiano.

De su rigor a la hora de preparar sus personajes hablaron cineastas míticos como Luchino Visconti, Sergio Leone, Alfred Hitchcock, Abel Gance, Blake Edwards, Mario Monicelli, Werner Herzog, Mel Brooks o Liliana Cavani, e intérpretes que no solo cultivaron su amistad, sino una declarada admiración tras haber trabajado a su lado, como Burt Lancaster, Barbra Streisand, Alain Delon, Steve McQueen, Brigitte Bardot, John Wayne, Sean Connery, William Holden, Henry Fonda, Orson Welles, Anthony Quinn o Laurence Olivier.

Mujer de carácter, no lo tuvo fácil. Siendo todavía muy joven, fue violada por un desconocido que la dejó embarazada. Decidió tener aquel hijo, que durante mucho tiempo hizo pasar por su hermano menor. Tardó en hacer público aquel episodio, como tardó en contar los sinsabores de su primer matrimonio con el productor Franco Cristaldi. Posteriormente encontraría estabilidad al lado del realizador Pasquale Squitieri, con el que tendría una hija.

No lo tuvo fácil. Nunca se adaptó al universo de Hollywood: «Allí no estoy en casa. Yo me siento europea y en Europa quiero vivir». Así lo hizo hasta el último de sus días. Fue ayer, en la localidad francesa de Nemours. Entre quienes la rodeaban estaba la autora de Claudia Cardinale, la indomable, la biografía escrita por su propia hija. Ese texto hace honor al carisma de una mujer que confesaba haber buscado siempre la independencia, «porque en el fondo —afirmaba— siempre he sido una indomable».