Implicado en el proyecto el Museo Rodin, su jefa de Archivos Históricos, Véronique Mattiussi, señala:  “Auguste Rodin genera controversia, acumula clichés y fascina con cierta facilidad, alimentando ideas preconcebidas enraizadas en la elaboración de su leyenda. Este fue el único escollo que preocupaba al Museo, y enseguida se descartó después de leer el primer borrador del guion de Jacques Doillon. Estaba claro que el director había leído exhaustivamente la abundante literatura sobre el tema. Quería comprender la obra del escultor y diseccionar su vida. Su agudo análisis y sus ambiciones artísticas hicieron posible que se acercara a la verdad de este hombre. Desde ese momento, la colaboración estuvo clara y el éxito estaba prácticamente asegurado”.

El marco histórico

París, 1880. Ya cumplidos los 40, Rodin recibe el encargo del Estado francés de realizar los bajorrelieves, basados en La Divina Comedia de Dante, para decorar unas puertas monumentales destinadas al Museo de Artes Decorativas que se pretendía emplazar en el lugar que ocupaba el antiguo Tribunal de Cuentas, destruido en 1871 durante los disturbios de la Comuna.

El artista se lanza con pasión a dar forma a lo que “Dante supo esculpir con palabras”. En ese punto comienza la película. Un momento en el que Rodin comparte vida e hijo con Rose, su amor de siempre, y conoce a Camille Claudel, alumna destacada que se convierte en su asistente y con la que en 1884 iniciará una absorbente relación de amor y admiración mutua que marcará su vida y su carrera.

Camille, 25 años menor que Rodin, era en palabras de su hermano, el poeta Paul Claudel, “una soberbia muchacha en el estallido triunfal de la belleza y el genio. Una frente soberbia sobre dos ojos magníficos de ese azul profundo tan raro de encontrar en otra parte que no sea en las novelas (aunque la actriz que la interpreta no tenga esos ojos)… Mujer de aspecto impresionante de valor, de franqueza, de superioridad, de alegría”.

Confluyeron pasión sin frenos y fervor artístico para esculpir una relación en la que la película se centra, acaso tomando partido por la actitud del dibujante y escultor frente a la paulatina pérdida de la solidez mental de su discípula. El hecho es que Rodin manejaba como podía el complejo equilibrio entre Rose en el hogar y Camille en el taller y en su corazón.

“Rodamos en Meudon, en la casa de Rodin, en su dormitorio y en su comedor», puntualiza el director Jacques Doillon. «La gran figura española del Cristo que vemos en su habitación era suya. Por lo demás, no siempre pudimos utilizar los modelos y las esculturas originales ya que eran demasiado frágiles. Así que escultores de gran talento hicieron reproducciones. En Meudon se trasladó a Balzac de la sala donde está expuesta al primer taller de Rodin. En el exterior hicimos una copia que ahora está en mi jardín. ¡A veces me siento a su lado para hablar con él!”.

Fluida y rigurosa,  en la que el espacio está concebido para la circulación del movimiento, la puesta en escena es impecable: “Quería una profundidad de campo que me permitiera trabajar en la escenografíay colores que no fue ran violentos para que no contrastaran demasiado. Colores que se acercaran a los tonos de la piel o de la tierra. Femeninos. Y con un encuadre móvil, fluido, tembloroso. Lo que hemos conseguido con Christophe Beaucarne ha sido perfecto, tanto en lo que se refiere a la iluminación como al encuadre”.

Tiempo tortuoso

Con una fotografía  que ilumina con preciosismo cada plano y una banda sonora de Philippe Sarde perfectamente ensamblada, Rodin hace que vivamos el tortuoso tiempo en el que el escultor se vio obligado a elegir entre Rose y Camille para finalmente tomar la decisión de no abandonar a la mujer que le había acompañado durante sus difíciles comienzos.

Porque Camille, así lo refleja el filme, además de exigirle que abandonara a Rose, se obsesionó con la idea de que Rodin se apropiaba de iniciativas suyas. La realidad es que en la correspondencia que se conserva de entonces denuncia que su maestro se aprovechaba de ella y que obras que el genio presentaba como propias se debían más a su talento que al de él.

En abril de 1893 la situación reventó, tras encuentros y desencuentros, un embarazo y un aborto provocado, se produce una ruptura que se haría definitiva en 1898. Rodin, profundamente afectado, se instala con Rose en Meudon y aunque acabaría por casarse con ella en enero de 1917, solo diez meses antes del fallecimiento del artista, nunca abandonó a Camille.

Como escribía en una carta fechada en 1932 Eugène Blot, amigo de ambos: “En realidad Rodin sólo os amó a vos, Camille, hoy puedo decirlo. Todo lo demás, las lamentables aventuras, la ridícula vida mundana –en él, que en el fondo seguía siendo un hombre de pueblo–, era la consecuencia de su naturaleza excesiva. ¡Oh, Camille, sé perfectamente que os abandonó! No intento justificarle. Habéis sufrido demasiado por él. Pero no retiro nada de lo que acabo de escribir. El tiempo volverá a ponerlo todo en su lugar”.

Final

En 1913, tras una grave crisis en la que destruyó la mayor parte de sus esculturas, la familia la ingresó en el hospital psiquiátrico de Ville Évrard y un año más tarde en el de Motdesvergues, próximo a Aviñón, en donde vivió recluida treinta años hasta su muerte, en 1943. Durante todo ese tiempo, por decisión expresa de su madre, no recibió más visitas que la de ella misma y la de su hermano Paul.

La película de Doillon y los documentos existentes confirman que, desde la sombra, Rodin pagaba el alquiler de su taller sin que ella lo supiera, financiaba sus obras mediante donaciones anónimas, compraba sus trabajos a través de terceros y utilizaba a sus conocidos para lograr, para ella, encargos y ventas. Incluso, una vez ingresada, bajo la forma de donación para artista necesitado creó un fondo para sostenerla.

Como señalan distintos biógrafos, no queda claro si esa actitud proteccionista era consecuencia de la compasión, del amor que todavía albergaba o, simplemente, de una manera de expiar culpas. Rodin, la película, deja abierta esa incógnita y muestra a un ser humano en carne viva protagonista de una vida marcada por la pasión y la polémica entre quienes supieron admirar su arte y quienes rechazaban el atrevimiento, el erotismo y la sensualidad de sus figuras.

El tiempo pone las cosas en su sitio y hoy nadie se atreve a dudar de la genialidad del creador que, huyendo del academicismo que impregnaba el arte de su época, estableció el punto de partida de la escultura moderna. La película corrobora esa excepcionalidad.

Rodin

Dirección y guión: Jacques Doillon
Intérpretes: Vincent Lindon, Izïa Higuelin, Séverine Caneele, Bernard Verley, Anders Danielsen Lie, Arthur Nauzyciel, Laurent Poitrenaux
Fotografía: Christophe Beaucarne
Música: Philippe Sarde
Francia / 2017 / 119 minutos