Se llama Jafar Panahi e integra esa corriente de autores que han hecho que Irán sea referente de una forma de hacer cine alejada de grandes presupuestos pero tan próxima a la sensibilidad, a la calidad en el arte de contar sirviéndose de imágenes: Abbaas Kiarostami (el primer grande que desde allí asombró a Occidente); Asghar Farhadi (Oso de Plata en Berlín con A propósito de Elly); Panahi (Premio en Cannes en 1995 con El globo blanco)… Autores todos observados con lupa por un régimen que, siguiendo el patrón de cualquier dictadura, se cree en el derecho de perseguir a muerte a todo aquel que no sirva de altavoz para sus intereses.

Huelga de hambre

Lejos de las luces de Cannes, Panahi ha caído en las redes de los miserables y, desde el 1 de marzo, habita una lóbrega celda de la cárcel de Evin. Así de tristes son las cosas. Así de poco vale, para algunos, la vida de los otros.

El encarcelado tiene escasas armas, pocos elementos de defensa, y ha hecho herramienta de su propia hambre. Según se ha sabido a través de la Campaña Internacional por los Derechos Humanos de Irán, el cineasta lleva días negándose a ingerir cualquier tipo de alimento, ni sólido ni líquido.

Su decisión es firme y, a través de una carta dirigida a su propia familia, ha expresado con contundencia: “Juro por el cine en el que creo, que no voy a cesar mi huelga de hambre hasta que se cumplan mis peticiones”. Lo que pide es tan simple como que cese el encarnizamiento y el maltrato, que acabe ese hostigamiento continuo e inhumano, que dejen tranquila a su familia que viene siendo objeto de continuas amenazas y, en definitiva, que pueda recuperar una libertad que le ha sido robada por negarse a ser cómplice de unos despreciables.

Película y flores

El pecado mayor de Panahi ha sido el respaldo al candidato opositor Musaví en las elecciones presidenciales iraníes de hace un año. Perseguido con saña desde entonces, fue finalmente detenido, con su mujer, su hija y otras doce personas, acusados todos de estar preparando una película sobre la ola de protestas posterior a unas elecciones que, ante los ojos del planeta, suscitaron muchas dudas.

A las dos semanas fueron devueltos a la calle todos los detenidos menos Panahi, acusado de nuevo por haber enviado un mensaje filmado al Festival de Cannes. En ese comunicado denunciaba el cruel interrogatorio al que se le sometió el pasado julio en una detención previa por haber acudido a depositar unas flores en la tumba de la joven Neda Agha Soltan, quien tras su asesinato se ha convertido en uno de los símbolos de las protestas por aquellas turbias elecciones. Desde aquel momento el director iraní tiene terminantemente prohibido traspasar las fronteras de su país.

Pero no nos rasguemos las vestiduras porque aquí, en la puerta de casa, hay quienes (¡en nombre de la ley!) están firmemente dispuestos a que no se sepa donde están escondidos los restos de más de 200.000 españoles y atienden (¡esgrimiendo la ley!) la denuncia de los que, en el fondo y en la forma, representan a quienes los hicieron desaparecer.

La estela de las dictaduras, como la de los cometas, no se apaga fácilmente.

Así están las cosas. El Festival se clausuró ayer domingo. Pahani sigue encarcelado. En Cannes hubo una ausencia. Una silla vacía. Una vergüenza que late ante los ojos del mundo.