«En los pueblos puede pasar cualquier cosa». Esta frase dicha por el amigo búlgaro del protagonista alemán permanece invisible pero perenne durante todo la historia que cuenta Grisebach. Un grupo de obreros alemanes llega a un enclave búlgaro cercano a la frontera con Grecia para instalar una planta de energía hidráulica. El agua, otro elemento que apenas vemos, cataliza toda la violencia latente que respira la película. Los rudimentos básicos del género se traspolan tanto geográficamente como históricamente. En una apacibilidad aparente un tipo solitario llega a un lugar para, conscientemente o no, cambiarlo.

No conocemos su pasado. Solo algunos apuntes definitorios: «he venido aquí a ganar dinero», o «la violencia no es lo mío». Así avanza el protagonista, paulatinamente, como la película. Entre las ruinas del pasado comunista, en un país sin trabajo y que todavía mantiene reticencias hacia los alemanes. En su faceta de cowboy taciturno asoma un deje de los personajes de R .W. Fassbinder. La cineasta alemana relató su historia en Cannes: “crecí en Berlín Oriental en los años 70, pegada a mi televisor, mirando películas del oeste. Hacía tiempo que tenía ganas de reencontrarme con ese género que me cautivó. Quería reconciliarme con sus héroes solitarios y melancólicos, su mitología del macho”.

Grisebach opta porque sean los personajes quienes confieran carácter dramático a sus historias, siguiendo el patrón de rodaje colaborativo e improvisación actoral. En dicha entrevista en Cannes se refirió también a su modus operandi: “con mis actores busco conscientemente la confusión, la imperfección y también el decalaje entre las intenciones y los actos. En el caso de Western, el cine de Antonioni es el que más me ha inspirado”.

Fue el mismo Antonioni, autor de La aventura y El desierto rojo, quien dijo que los actores no debían saber, debían ser. Y esta es la sensación que transmiten los personajes, la de estar construyendo sus propias vidas más allá de un guion, donde aparecen las confrontaciones, la libertad y las conversaciones entre humanos que se saben frágiles.

No hay concesiones al manierismo ni a la prosopopeya. Se desecha la música como recurso enfatizador de sentimientos. Y ello pese a la crudeza de los acontecimientos: «el mundo es como los animales. O comes o te comen», dice en una reveladora conversación el operario alemán con su cómplice búlgaro. Toda esta sensibilidad carente de afectación, unida a la precisión y a la libertad de la mirada de Grisebach, confieren vigor narrativo en medio de extraordinarios instantes de fisicidad, como la brisa que golpea la frente de una mujer cuando seca las plantas de tabaco o un baile coral en el que atisbamos toda la belleza y miseria de un pueblo de Europa.

Western
Dirección: Valeska Grisebach
Guion: Valeska Grisebach
Intérpretes: Meinhard Neumann, Reinhardt Wetrek, Waldemar Zang, Detlef Schaich
Coproducción Alemania-Bulgaria-Austria / 2017 / 119 minutos
Komplizen Film