Nacido en Sevilla, Emilio Lledó es licenciado en Filosofía por la Universidad de Madrid y doctor por la Universidad de Heidelberg, donde ejerció la docencia, así como en las Universidades de La Laguna y Barcelona; en 1978 se trasladó a la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid, donde ejerció hasta su jubilación como catedrático de Historia de la Filosofía.

También trabajó como investigador en Alemania, donde fue nombrado miembro vitalicio del Instituto para Estudios Avanzados de Berlín (fellow del Wissenschaftskolleg). En 1990 recibió el premio Alexander Von Humboldt del Gobierno de Alemania. Es miembro de la Real Academia Española desde 1993 y su ensayo El silencio de la escritura fue galardonado con el Premio Nacional de Ensayo (1992).

Entre sus publicaciones figuran, entre otras, Filosofía y Lenguaje, Lenguaje e historia, El surco del tiempo, Memoria de la ética y Elogio de la infelicidad, cuya cuarta edición ha sido publicada en 2010. En 2004 recibió el Premio Internacional Menéndez Pelayo en reconocimiento a su trayectoria como investigador y docente.

 

Emilio LLedó según Manuel Cruz

¿Qué es un sabio? Alguien que no sólo piensa lo que pasa, sino, sobre todo, lo piensa bien. Alguien que no sólo no siempre encuentra sentido al mundo, sino que incluso es capaz de detectar el profundo sinsentido que lo habita. Alguien que no nos proporciona la manera de alcanzar la felicidad, pero sí las indicaciones para vivir la vida con la mayor intensidad posible. Alguien que, frente a la generalizada prisa de tantos presuntos pensadores por abandonar las preguntas mayores del espíritu –que son también las ineludibles preguntas de la vida– en cuanto tienen la sensación de que se han quedado viejas (acaso porque temen que les envejezcan), nunca olvida que caducan antes las malas respuestas que las buenas preguntas. Alguien que se entusiasma con el pensamiento y que, precisamente por ello, hace pensar a quienes le escuchan. Alguien que siempre habla de lo mismo porque sabe –con la sabiduría cálida y honda del pensador– que sólo hay una cosa de la que valga la pena hablar. Alguien a quien no se puede confinar en un ámbito teórico particular (historia de la filosofía, filología…), porque está en el secreto de que a esa única certeza se puede acceder por variados caminos. Alguien de quien el mayor elogio que se puede hacer (y es gran elogio) es el de que habita su palabra. ¿Lo han adivinado? Estaba hablando de Emilio Lledó.

 

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