En 2019, el artista reunió a la familia Doda alrededor de una mesa en el campo italiano. La familia había emigrado a Italia más de treinta años antes desde Albania, integrándose sin perder sus lazos culturales y tradiciones, y dando lugar a otra identidad: la del extranjero. Una condición que lleva intrínseca el dolor de la pérdida y el constante e irremediable regreso a la memoria de lo que nunca volverá a ser. En su obra, Meyenberg da testimonio de la evolución de hábitos personales, tanto adquiridos como dejados atrás: formas de honrar, amar y extrañar que son universales en sus singularidades. Es a partir de ese registro y el constante diálogo con Gentian Doda que emergió esta instalación cuatro años más tarde.

En el centro del Pabellón Mexicano encontramos una mesa, enmarcada por pares de pantallas en las esquinas que muestran a la familia reunida alrededor de esa otra mesa. La escena evoca poéticamente el desplazamiento del migrante y, al mismo tiempo, la arraigada conexión que un almuerzo compartido puede representar. Cuando «la tierra», nuestro lugar de origen o crianza, está lejos o se vuelve imposible, la comida y la música se convierten en portadoras y creadoras de pertenencia, trascendiendo los límites físicos y simbólicos delineados por los seres humanos.

Hablamos con el artista mexicano sobre su trayectoria y obra.

– En sus inicios como estudiante, ¿era la pintura su recurso y soporte primigenio o ya se dejaba ver la convergencia con otras disciplinas?

Definitivamente la pintura fue mi primer acercamiento al arte. Desde niño dibujaba y mis padres me metieron a clases de pintura, lo cual era un momento casi de introspección muy afín con mi carácter, ya que la pintura requiere de tiempo y de un espacio de soledad. Cuando estudié en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y empecé a conocer el arte contemporáneo lo único que me interesaba hacer era pintura purista, pero mis profesores me recomendaron estudiar escultura por la similitud con mi proceso al pintar naturalezas muertas, en el cual recupero objetos que me interesan, incido sobre ellos, los modifico y los compongo en un espacio parecido a una instalación, hasta finalmente pintarlos. Posteriormente cobró más importancia el vídeo como recurso, ya que para mí era como hacer una pintura con la conciencia del paso del tiempo a través del sonido. Por ejemplo, filmar el agua me dejaba maravillado al ver los reflejos, o las hojas de un árbol moviéndose…

– ¿Con qué técnica o disciplina fluye mejor?

El video fue mi transición natural de la pintura hacia un nuevo medio. Me gusta mucho la idea de pegar dos imágenes y de crear un significado a partir de la unión de una narrativa por medio de la edición. Justo es el momento introspectivo que sentía con la pintura. La edición se vuelve para mí un ‘sin tiempo’ en el que pueden pasar horas, décadas, segundos… y pierdo absoluta conciencia del mismo. Cada vez pinto menos pero lo sigo haciendo y lo disfruto, me conecta con algo cercano a una meditación o una reflexión profunda que me ancla al momento presente y que se vuelve un espacio de eternidad.

– Usted edita todos sus materiales en un estado casi de inmersión, ¿nos puede contar un poco sobre ello?

Siempre se edita, incluso en la pintura, porque eliges qué color vas a usar, qué pincel o cuánta carga de pintura, es decir, todo el tiempo tomas decisiones. Si bien es cierto que yo mismo edito todos mis videos, siempre lo hago de la mano de mi gran amiga Martha Uc, con quien desde hace 10 años empecé a hacer videos formalmente. No es fácil editar con alguien, de hecho es un proceso muy íntimo, individual y de mucha soledad, y hacerlo con alguien es muy peculiar, ya que normalmente estás en un dialogo contigo mismo, con tus emociones e ideas; toma tiempo, no es instantáneo, el mismo proceso de edición te sugiere montar una imagen que no creías que iba a funcionar pero necesitas verlo para saber si funciona. Debo reconocer que lo que sé de edición es gracias a ella.

– ¿Cómo es el proceso en una colaboración de este tipo?

Normalmente elaboro mapas conceptuales que nos den una guía, incluyo marcas y guiones como suele hacerse en la música, cuando las notaciones no son notas fijas en un pentagrama, sino instrucciones hacia dónde se quiere llegar, son pautas de qué quisieras que se creara con la pieza musical. Lo mismo es con mis guiones para video, todo lo que quiero lograr lo plasmo ahí y con el mismo ritmo de edición se va modificando el proceso y el resultado, es como si la edición cobrará vida propia y expulsará lo que no le sirve. En un segundo te das cuenta que cada proyecto tiene su propia lógica y te la hace saber. Lo fascinante es encontrar esa lógica propia, tienes que estar muy atento a los accidentes, porque a veces toda la fuerza del proyecto está en ellos.

– Entonces es algo muy libre y espontáneo, lo cual me hace recordar la obra que realizó con Tania Candiani durante la pandemia, en la que se mandaban sonidos de pajaritos, lo que al final derivó en una pieza.

Justo la pieza Cautiverio II ilustra cómo se gesta un proceso artístico colaborativo. Surgió ante el silencio existente en la ciudad durante la pandemia, donde se podían apreciar y escuchar las aves. Tania las grababa y todos los días me enviaba una grabación distinta, me conmovía tanto que cada día esperaba al nuevo pajarito. En paralelo, cada día afuera de mi casa pasaban músicos callejeros, regalándonos algo hermoso en medio del caos. Una noche soñé que Tania y yo exponíamos una pieza llamada Cautiverio con músicos de la calle interpretando a los pajaritos, la grabamos y de ahí vino una segunda versión.

– Hablando de aves, tiene una especial inclinación por la biología y las ciencias naturales, ¿de dónde viene ese interés?

El único gran momento de duda que tuve sobre estudiar arte o no fue cuando descubrí mi pasión por la biología, todo el tiempo estoy rodeado de plantas.

– Y también de flores…

Siempre he sentido una fascinación por las flores pero me di cuenta a raíz de un video “accidental” que hice, en donde, sin quererlo, documenté un año entero con imágenes registradas en mi teléfono, tras recibir el diagnóstico de cáncer; documenté mi proceso, los momentos de luz en una planta, las nubes o las cosas que me llamaban la atención. Coincidió que durante ese año estuve en quimioterapia. Al recibir el alta obtuve una residencia durante el verano en el norte de Escocia, lo cual fue la mejor terapia, al estar solo en contacto con la naturaleza. Seguí tomando fotos hasta que al descargar todas las imágenes observé que contenía la memoria de un año muy importante en mi vida y me di cuenta de la gran cantidad de fotografías de flores que había tomado. Ahí fui consciente de ello.

– Dado su interés por las plantas y los ecosistemas, retomo la obra del muro fronterizo entre México y Estados Unidos, ¿Cómo logró intervenir 300 metros de muro y con qué objetivo?

Ese proyecto fue a raíz de un artículo científico sobre el daño que está generando el muro en las especies de plantas y animales que habitan en la frontera, la gran mayoría en decrecimiento. De las más de mil especies reinterpreté los datos e investigué su nivel de decrecimiento, lo cual me pareció alarmante. Realicé piezas a partir de la colorimetría de todas las especies y, junto con Carlos Carrillo, decidimos que no había mejor lienzo que el muro fronterizo. La obra es una pintura abstracta de franjas de color que convertía el muro en una especie de partitura que jugaba con la luz solar. Sigue ahí, con su desgaste natural, pero ahí sigue. Representó un gran esfuerzo físico pintar de julio a agosto por las altas temperaturas, pero lo logramos gracias a la colaboración social de las comunidades.

– Ya en la pieza Estudio Taxonómico y Comparativo entre las Castas de la Nueva España y el Mundo Contemporáneo abordaba el tema social, que ha sido una constante en su obra, ¿por qué?

Esa pieza fue uno de los proyectos claves en mi proceso de traducción de lenguajes. Partir de datos duros hacia una experiencia estética que deriva en una instalación de luz y de sonido sobre las pinturas de castas realizadas durante la colonia, las cuales en realidad eran estudios antropológicos de la época, como aquellos que hasta la fecha me incomodan sobre taxonomías de castas que ponían por igual a los jitomates y aguacates y sus distintas mezclas con las tres razas que había en la colonia.

En alusión directa a un estudio absurdo publicado por el Gobierno sobre el genoma de los mexicanos decidí comparar los datos de ese estudio del México contemporáneo con los del siglo XIX sobre las castas para encontrar individuos que tenían una variación mínima desde la colonia a la actualidad. Me resultó una comparación absurda que se convierte en un comentario político, al continuar viviendo en un sistema de castas.

– A partir de ese interés y años después llego al planteamiento de la obra con la que ahora representa a México en Venecia, Nos marchábamos y regresábamos siempre, de la mano de la curadora Tania Ragasol. ¿Cómo fue el proceso para llegar ahí?

Todo empezó por un interés común que tenemos Tania y yo sobre la historia de la migración en México. Nuestras dos familias fueron migrantes, en mi caso, de lado paterno venían de Alemania y del materno, de Líbano. Si bien el proyecto no habla directamente de una situación migratoria en México, alude a una política de inclusión, gracias a la cual yo estoy aquí como artista mexicano representando a mi país.

El proyecto habla de una narrativa íntima sobre lo que sucede en el viaje de una familia de migrantes, en un viaje que va más allá de ir de un punto A a uno B, sino que va de un viaje afectivo tras enfrentarse a una dura escisión, al abandonar su país para emprender una odisea con riesgos inimaginables. Llegar a un lugar desconocido para buscarte la manera de sobrevivir. Ese es justamente el corazón de la pieza. Entender desde un lugar más afectivo y humano el proceso migratorio.

Tania Ragasol; Lucina Jiménez López, directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), y Erick Meyenberg.

– ¿El proyecto se realizó exprofeso para la Bienal?

Es inédito, lo hice exprofeso para la Bienal con material filmado en 2019 en el norte de Italia con una familia de migrantes albaneses, que por ideales de libertad huyó del comunismo y encontró en Italia un segundo hogar. Tuve una relación personal con la familia y por ello encontré el lado íntimo y afectivo, sin pretensión mayor a compartir la historia que vi en ellos y el cómo me vi reflejado en ella de una manera tangible.

– Ese reflejo es universal y no distingue de geografías y culturas...

Justo acaba de dar al clavo del proyecto, que alude a la emoción, al corazón y a la experiencia de alguien que puede venir de Latinoamérica, Norteamérica, Europa, África o Asia, ya que habla de emociones ancestrales y de lo que es reconocer el dolor de un viaje similar, reconocer el dolor de la pérdida, de una pérdida que es irreparable y también de la celebración y el agradecimiento de haber sido recibidos en un nuevo lugar.

– Ofrece, digamos, una mirada más luminosa sobre el tema migratorio.

Considero que ese fue uno de los aspectos que hicieron que el jurado votará a favor del proyecto, ya que no habla directamente de México, de las fronteras norte o sur, ni de las narrativas tradicionales de la migración; lo cual fue un riesgo que asumimos a partir de un genuino interés por establecer contacto y comunión con la familia del video, encontrando una forma de representar la celebración y el duelo ante una mesa, en un momento de convivencia y apertura que se da en una familia al compartir los alimentos, el vino y la música de la poesía. La pieza es la filmación de esta familia celebrando la vida y reconociendo el dolor que les permite celebrar ese momento presente, ese dolor porque ahora pueden regresar libremente a Albania, pero esa que conocieron ya no existe y, sin embargo, la siguen buscando eternamente. La instalación tiene objetos de cerámica que fungen como vestigios de su exilio, materializándose en el fantasma de la pérdida, de ahí el título Nos marchábamos, regresábamos siempre, en alusión a un lugar al cual siempre se tiene la esperanza de regresar y que el migrante irremediablemente quiere encontrar, aunque lo sabe perdido.

Sobre el artista. Erick Meyenberg es un artista interdisciplinario que trabaja desde los intersticios entre dibujo, collage, instalación, video, performance y sonido. Combina datos y estética, extrapolando metodologías arraigadas en las ciencias naturales y sociales como parte de su exploración de ciertos aspectos difusos de la realidad contemporánea, problematizando conceptos tales como identidad, historia, género, raza y modernismo. Su obra pertenece a algunas de las más importantes colecciones públicas y privadas tanto en México como en el extranjero.

Sobre la 60 Bienal de Venecia. Programada hasta el 24 de noviembre, este año se presenta bajo la curaduría del brasileño Adriano Pedrosa, quien hace historia como el primer latinoamericano en ocupar este importante rol. Tiene sus sedes en los icónicos espacios del Giardini y el Arsenale, y este año reúne a 332 participantes en un encuentro que lleva por título Stranieri Ovunque – Extranjeros por todas partes.