Pan Nalin se dio a conocer en 2001 con Samsara, un filme que acaparó más de treinta premios internacionales. Poco después, con el documental Ayurveda, el arte de vivir confirmó la solidez de un cineasta que con 7 Diosas logró que una película india ganase por primera vez el premio del público en el Festival de Roma. Tras Valley of  flowers, considerada por la crítica como icono del cine underground, firmó Faith Coonentions, también elegida por el público como mejor película en el Festival IFFLA de Los Ángeles. Rodada en el idioma gujarati de la región en la que nació, presenta ahora La última película.

– ¿Cómo surgió la idea de la película que ahora estrena?

Me gusta sentir y, consecuentemente afirmar, que La última película es un drama lleno de emociones sobre un donnadie en ningún sitio, sin nada. Ese ser humano, un niño, empieza a soñar con algo, con ser alguien. De ahí parte todo. Tenía muchas ganas de rodar una película en la que celebrar la ligereza y la inocencia, en la que volver a una manera de vivir natural, orgánica e intemporal. Una historia muy sencilla de un héroe sencillo que no posee nada y que por tanto no tiene nada que perder. Hablamos de alguien en una edad tierna, ocho o nueve años, al que de alguna forma nadie toma en serio. Pero cuando no tienes nada, a menudo sueñas con grandes cosas o con hacer que otros sueñen con grandes cosas. Así pues, cuando nuestro héroe descubre el cine su vida da un giro de 180 grados y se siente atrapado y fascinado por las películas.

Protagoniza La última película Samay, el hijo de una muy humilde familia de una apartada aldea de la India que a los nueve años descubre y queda hipnotizado por el cine. Contagiados por la emoción, Samay y sus amigos logran captar la luz y construir un rudimentario artefacto que les permite proyectarla sobre una sábana.]

Ese ser al que retrata tiene mucho que ver con usted mismo…

No quisiera que sonase a fanfarronada, pero aún no he encontrado a un aficionado al cine más grande que yo. Lo veo todo. Soy capaz de saltar de Tarkovksy a Teshigahara pasando por las películas de culto de Taiwán o a los filmes para televisión de Tanzania. He dirigido cineclubs y reunido unas 35.000 películas en DVD y Blu-ray. He asistido a más de doscientos festivales de cine como participante o miembro del jurado. Fue durante estas aventuras y mientras rodaba películas cuando me di cuenta de lo mucho que estaba cambiando, y lo mucho que cambiaban las películas. Empecé poco a poco a regresar a mis raíces y a los muchos y decisivos encuentros con las películas y su magia. Esa efervescencia personal dio como resultado La última película.  

– ¿Estamos pues ante un filme autobiográfico?

Sí, efectivamente, pero solo en parte. La aventura de Samay y su pandilla en la película es lo que viví de niño con mi pandilla de amigos. Mi padre vendía té en una remota estación de tren, una estación que no era el destino de nadie. No había nada excepto extensos campos y cielos abiertos. Además de trenes, pasaban aviones a lo lejos en el cielo, era nuestra conexión con el resto del mundo. Mi madre era una excelente cocinera. Mi padre fue haciéndose más y más pobre a medida que sus propios hermanos le arrebataban las tierras y después las vacas, dejándole sin nada excepto su pequeño puesto de té en una remota estación ferroviaria. Así pues, nunca había ido al cine hasta que tuve ocho años. Y el día que vi una película fue como una iluminación que me deslumbró hasta el presente.

– Rinde usted homenaje a los cineastas que le marcaron. ¿Es así?

Siendo como he comentado el mayor aficionado al cine del universo -y sonríe burlón al decirlo-, ¿cómo puedo refrenarme y no rendir un tributo a algunos de los directores que han tenido un impacto más profundo en mi vida y mi obra. Así pues, es algo tan sutil e integrado en el tratamiento cinematográfico de la película que si no eres un cinéfilo a lo mejor no se percibe de primera mano. Pero esta era la idea; no quería que la gente se diera cuenta fácilmente de los homenajes a los directores.

– ¿Cuáles son los más sentidos?

El más obvio lo encontramos en la primera secuencia. Vemos el plano de un tren que se acerca hacia nosotros; empieza en blanco y negro y se transforma en color. Es claramente mi tributo a los Hermanos Lumière y su Llegada del tren a la estación de La Ciotat, aquella pequeña película que cambió para siempre el mundo de la narración. A continuación está Muybridge en el laboratorio de la escuela de nuestro héroe Samay. Durante unos pocos segundos vemos una imagen de un caballo corriendo en un praxinoscopio. Muybridge fue pionero en el movimiento fotográfico, creando la ilusión de la imagen en movimiento. Despues saltamos a Kubrick. Mientras Samay está en la cabina de proyección, el motivo gráfico de 2001: una odisea en el espacio centellea en su rostro y se evapora. Poco después, Samay está en el campo, enciende una cerilla y contempla la llama, es lo que hacía Peter O’Toole en Lawrence de Arabia de David Lean. El homenaje final tiene que ver con mi película favorita de todos los tiempos. Hablo de Stalker de Tarkvosky, en la que la cámara persigue los rostros de tres viajeros en su misión mientras conducen una vagoneta por las vías del tren.

– ¿Qué retos afrontó a la hora de encontrar al pequeño actor protagonista?

Hicimos una prueba a unos tres mil chicos porque una cosa tenía muy clara y es que Samay y su pandilla tenían que ser de la misma parte de Gujarat donde crecí yo. Era imprescindible para poder contar con el lenguaje corporal adecuado. Estos chicos han crecido en amplios espacios y cielos abiertos y hablan el dialecto del lugar. Y, sobre todo, todos provienen de familias modestas y están acostumbrados a no tener nada. Es por esto que tienen un increíble sentido de la innovación y la creación a partir de nada. Todas estas cualidades me permitieron centrarme en los personajes y la narración. Hacer el papel de Samay, para un chico de nueve años que ha ido en pocas ocasiones al cine, suponía un reto. Debido a su tierna edad, mi equipo y yo teníamos que tener mucha paciencia. Al fin y al cabo, Samay prácticamente carga con todo el peso de la película. Por tanto, si no encontrábamos al Samay adecuado simplemente no tendríamos película. Pero la experiencia ha sido muy, muy, gratificante.

– ¿Por qué ahora una película como ésta?

Hace unos años vivíamos una época dorada para el cine. Entonces los teléfonos no eran inteligentes, Netflix no existía, la tele no era una oficina, ¡y las películas no eran mero ‘contenido’! Vivimos en un tiempo extraño para alguien que creció amando el cine y que observa que ahora a menudo está reduciéndose a mero contenido y producto comercial. Es muy triste. Cuantos más guionistas y directores formamos en las escuelas de cine, más estamos inundando el mundo con emociones fabricadas y estafadores que deshonestamente son unos maestros a la hora de manipular emociones humanas. El contenido es el rey, y el cine ahora no es más que su compinche. Por tanto, antes de que fuera demasiado tarde tenía que hacer La última película. Sin embargo deseo enviar un mensaje positivo y optimista y decir que los medios de la narración continuarán evolucionando y los narradores de historias tendrán que seguir el ritmo de esta evolución. Tienen que continuar decorando nuevos avatares si quieren que se escuchen sus voces.

– En cada nueva entrega –Samsara, Valley of Flowers o 7 Diosas son un ejemplo–, su estilo cinematográfico varía, ¿busca premeditadamente esa originalidad?

Siempre he creído que cada historia nace con un ADN determinado, pero con huellas de tu propio estilo cinematográfico. Como director encuentro que esto es verdaderamente inspirador y emocionante. Tengo la historia, ¿y ahora cómo la explico? Siempre supe que la historia de La última película no se podía explicar sin celebrar el lirismo y la luz. Con el director de producción Swapnil Sonawane hablamos de los movimientos y ángulos de cámara líricos. Observamos la luz, tanto natural como ‘fabricada’. Queríamos que la luz se convirtiera en ese personaje visible-invisible clave en la película. Buscábamos el despliegue lírico de los colores y la luz con el que el filme se cierra.  

– ¿Con qué sentiría compensado su esfuerzo? ¿Qué mensaje le gustaría que se llevase el espectador de La última película?

¡Luz! Que se lleven consigo algo de luz. El mundo está pasando por momentos terribles, una época que nunca habíamos visto. Como narrador quiero compartir sentimientos de esperanza y de aire fresco. Quiero celebrar la belleza de nuestro planeta y mostrar cuánto más sencilla solía ser nuestra vida. En solo cien años, ¿qué le hemos hecho a esta Tierra? ¿Qué les hemos hecho a nuestras almas? Para mí, esta película es una meditación sobre todas estas inquietudes. Una llamada al despertar y a la atención plena. Es una historia de júbilo sobre el nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de las películas. También tiene que ver con celebrar la naturaleza y sobre cómo podemos vivir en armonía con las lluvias, los relámpagos, los lagos o los leones. Se trata de una experiencia orgánica. Quiero que la gente se emocione, se anime y, al final, se empape de un mundo de narradores repleto de colores. La última película es una parábola para buscar la luz, observar la luz, percibir la luz, capturar la luz, domar la luz, proyectar la luz, trascenderla, trascender la luz y el yo, alcanzar la fuente, y devolverla a la sociedad.

[Haciendo buenas sus palabras, Pan Nalin demuestra en cada una de sus entregas que las historias pueden convertirse en luz, la luz en películas y las películas alimentar los sueños de los espectadores].