José Gregorio Morillas, nacido en Valencia en 1965 y residente en Madrid desde hace décadas, atesora una larga experiencia como guionista y realizador de televisión y cine, trabajo que compagina con la docencia como profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid.

Fue codirector y guionista de La pasión del Prado, primer largo en 4K realizado en nuestro país y, entre otra larga serie de proyectos, máximo responsable de documentales para TVE en series como Los oficios de la cultura, La aventura del saber y Con todos los acentos, y de los programas de Radio Nacional de España La Tierra Prometida, Rutas del Mediterraneo y En clave de consumo.  

Esta conversación surge a raíz de su papel como promotor y guionista de Las paredes hablan, el documental dirigido y protagonizado por Carlos Saura que pasea por la historia para rescatar desde las primeras revoluciones gráficas impresas en las cuevas prehistóricas hasta las expresiones más vanguardistas del arte urbano.

Pero la triste realidad manda e inevitablemente el entrevistado lamenta la repentina desaparición de la persona que no duda en calificar de sabio. “Como amigo su pérdida es una gran pérdida. Más allá de una gran figura, irrepetible para el cine y la cultura española, era una gran persona. Alguien a quien, por muchas razones, tengo mucho que agradecer. En primer lugar por acoger el proyecto de Las paredes hablan. Por cómo lo acogió y cual fue nuestra relación. Desde el principio sabes que estás hablando con un sabio, pero hasta que no lo tratas directamente no te das cuenta de la grandeza de ese sabio. Es un sabio en el sentido muy de libro. De esos que son tan sabios que son muy humildes. Te tratan como a un igual. Desde el principio me di cuenta de que no estaba hablando y tratando a alguien que estaba dos capas por encima del suelo, si no con un mortal que no paraba de crear, de pensar, de escribir, de pintar, de hacer cine y, entre esos proyectos, estaba el que yo le proponía. Nuestra relación fue fantástica, de camaradería. Debatíamos mucho y, al tiempo, teníamos mucha sintonía. Se ha ido una persona a la que quería y profundamente, además de admirarlo y respetarlo tanto como ser humano como compañero profesional durante los casi siete años que hemos estado en permanente contacto”.

– ¿A qué aludiría a la hora de concretar lo que Saura ha aportado a la cultura española?

Es difícil explicar el legado de Saura en unas frases. Posiblemente ahora empezará a desarrollarse toda una estructura académica a nivel de artículos, tesis, tesinas, etc. Ya se ha hecho mucho, pero será mucho más todavía a la hora de pensar, articular y dar coherencia al relato y la explicación global de su obra. Para sintetizar en unas palabras creo que Saura ha sido desde el principio hasta el final un hombre atrevido y moderno en su creación. Moderno por el cine que realiza desde sus primeras películas. Cuando rueda La caza, Los golfos, La madriguera, El Jardín de las delicias, Mama cumple cien años, Elisa vida mía, Peppermint frappé, La prima Angélica o Cría cuervos … Es un cine que retrata perfectamente la cultura española de una forma muy atrevida. Atrevida tanto por la época, por las costumbres, por la moralidad, por las normas o por los códigos. Él se atreve a hacer otro cine y a hablar de otra manera sobre la cultura española y hacerlo, insisto, de una forma muy moderna. Esa modernidad que estaba reflejada en el cine italiano, francés y norteamericano él la recoge y la lleva a nuestra historia.

– Una modernidad, ha señalado usted, no siempre bien comprendida. ¿Por qué?

Saura ha sido moderno hasta para meter la música como un elemento argumental. Eso supone una modernidad tan brutal que incluso la industria empieza a ver el tema no con muy buenos ojos. De hecho, Saura ha tenido en algunos momentos problemas de taquilla precisamente por su modernidad. Una modernidad que le ha llevado a realizar obras que se podrán valorar de una forma o de otra, pero que innegablemente son atrevidas y rompedoras cuando incluso prácticamente prescinden de un guion. Con Las paredes hablan Carlos recupera un cine que no solamente es estilístico, no solamente imagen viva, pasional, donde el guion y la estructura clásica prácticamente han desaparecido, si no que vuelve a recuperar el inicio de esa transición y desde el principio tuvo claro que el proyecto tenía que buscar esa modernidad en el tema, en la forma y en los personajes. En el documental surge la cuestión de dónde está la modernidad. Esa pregunta la verbaliza Barceló hablando del arte moderno pero es evidente que en esa búsqueda también está Saura: ¿dónde está la modernidad? Y, por supuesto, la visión de la memoria como otro de los campos en los que investiga, pues aborda el tema de la memoria de una forma absolutamente nueva. Estamos hablando del año 1975 en aquella España, y en Francia el Festival de Cannes reconoce esa aportación y la premia. Eso dice mucho de cómo su obra es universalmente reconocida.

– Una actividad creativa mantenida hasta el último momento…

Cualquier persona, ya sea director de cine o albañil, a sus años podía estar de vuelta de todo y dedicarse a una vida contemplativa. Resulta fantástico comprobar como tenía las mismas ganas de un joven o de un adolescente a la hora de mirar, de aprender. No paraba. En los últimos días, cuando tenía todavía un poco de fuerzao seguía diciendo: “Vamos, vamos a seguir trabajando” y los pulmones casi no le dejaban respirar pero él seguía a vueltas con la película, con el espectáculo de Lorca, a vueltas con sus máquinas de fotografía, seguía pintando… No estaba de vuelta de nada y repetía que había que seguir mirando y creando. Todo ello como parte de la búsqueda en la que siempre estuvo envuelta la labor de una persona que nunca fue de estrella. Él miraba, pensaba, rodaba, escribía y lo hacía desde una admirable humildad.

Las paredes hablan

– El propio Saura comentaba que usted ha sido el alma inicial del documental. ¿Cómo surge la idea?

La península ibérica es uno de los escenarios destacados en los que el ser humano empieza a pintar y grafiar. Además de que eso me parecía algo muy interesante me preguntaba por qué no se había hablado mucho de ello, sobre todo cinematográficamente. Se había hablado de Altamira, pero del resto de cuevas y de aquel primer arte muy poco. Nos preguntábamos por qué habíamos empezado a grafiar y a pintar. Cuáles son las razones que a una especie la llevan a crear arte. Cuáles fueron las razones históricas, técnicas, culturales e ideológicas para hacerlo. Y al hacerlo nos hace especie. La grafía y la pintura son una de las cosas que nos identifican como seres humanos. A partir de ahí, de esas preguntas y reflexiones, arranca todo. Había una segunda derivada que es la que señala que vamos de menos a más y que lo que ahora vivimos constituye la parte más avanzada de la historia de la humanidad. Cuando hablamos del arte acaso eso no es exactamente así porque hay que plantearse que aquel pintor inicial no es un niño que empieza a pintar pues en aquel pintor primitivo está ya el Picasso de ahora. No podemos decir que hubiera una progresión de menos a más. No podemos hablar de aquello como de una prehistoria del arte sino de que allí empieza el arte en mayúsculas. Miró dijo aquello de que “después de Altamira todo es decadencia”. Cuando entonces aparece esa revolución artística, aquel que la ejecutaba es el mismo pintor que ahora hace arte. No hay una diferencia. Esa es la segunda cuestión que gravita sobre el documental: ¿Donde está el origen del arte? ¿Qué pasó en esos orígenes? ¿Qué fue lo que dio ese salto cualitativo que nos ha marcado como especie? No eran personas que tenían otro grado de conciencia menor que el nuestro. Son otra sociedad, pero el ser humano es exactamente el mismo. Ellos somos nosotros.

– Y surge la mirada de Saura…

A partir de ahí pienso en un director como Carlos Saura para que sea su mirada la que nos lleve a descubrir y a indagar sobre el origen del arte. De hecho, inicialmente la película se iba a titular Carlos Saura y los orígenes del arte porque queríamos que fuera él nuestro guía; nuestra mirada. Ahí comienza todo. Pero Carlos puso su pensamiento mágico en marcha y propuso relacionar dos extremos como son el origen del arte con el arte urbano. En el juego de que ellos somos nosotros buscar esa relación. Saura plantea una mirada valiente y arriesgada como es relacionar aquel arte inicial con el arte moderno, sino con aquel arte urbano que es un arte menos afectado y mercantilizado. Vamos a comprobar si realmente existe esa conexión. Si hay esos hilos de plata que en teoría deberían existir. Con un Barceló o con un Picasso ya se acepta pero ¿se acepta también con un grafitero? Esa es la valentía de Saura cuando propone que hay que dar un paso más y ese paso es el que llevamos a la película.

– En consecuencia, ¿podría decirse que lo que mueve a aquel primer ser que pinta en Altamira y el grafitero que hoy lo hace en una pared del barrio de Embajadores es el deseo de sentirse humanos?

Creo firmemente que sí y en eso estábamos totalmente de acuerdo. Nos hace humanos expresarnos gráfica y pictóricamente. Necesitamos el arte no para sobrevivir, pero sí para vivir desde el primer día de nuestra existencia sobre el planeta. Lo necesitamos desde un punto de vista colectivo, grupal e individual. Lo hacemos de diferentes maneras. No es lo mismo hacerlo en una sociedad paleolítica que en una sociedad de clases que tiene que jugar con otros símbolos y narrativas. Como dice Arsuaga, generamos un delirio, que no deja de ser un relato sobre lo que somos, lo que debemos ser, cómo tiene que ser, cómo interpretamos el mundo, cómo resolvemos la cuestión de la vida, de la muerte, de la existencia. Eso cambia. Van cambiando las técnicas pero la necesidad y la capacidad de explicar todo eso está y permanece. Cuando aquel hombre primitivo dibuja un animal, tenía unos conocimientos de la técnica pictórica que le permitía dibujar y jugar con el concepto de movimiento. En la búsqueda del pintor para contar algo hay un diálogo con las paredes, de ahí el título del documental.  

Las paredes hablan suscita más preguntas que respuestas. ¿Es algo premeditado?

Sí. No queríamos dar ninguna doctrina sino que al plantear una realidad poco conocida surgiesen preguntas de una forma inédita y emocional. Acercar una mirada y compartir esas preguntas con el espectador.

– ¿Qué es lo que le ha sorprendido más tras hablar con las personalidades que participan en el documental?

Hemos ido descubriendo a los personajes que intervienen. Teníamos un planteamiento pero no a los personajes. Fuimos descubriendo a Pedro Saura, que no tiene nada que ver con el director, a Roberto Ontañón, o a Arsuaga. Pero por la parte del grafiti nos hemos llevado sorpresas tremendas, como la de Suso , que tiene una conciencia y sensibilidad fantástica sobre lo que pinta, o Musa o Zeta en el tema más muralista. Me ha sorprendido que frente a esa visión un tanto superficial de los graffiteros a los que se les atribuye una connotación vandálica, y seguro que en algunos casos puede haber algo de eso, lo que encuentras es a maravillosos artistas que hacen lo mismo que hacían los pintores del paleolítico. Acaso habría que considerar mucho más vandálico eso que tantas veces vemos cuando tiran un edificio con un valor patrimonial para construir una basura, algo que es un ejercicio de destrucción que sólo se mueve por avidez económica y comercial. Eso es infinitamente peor que el hecho de que una persona en una esquina ponga su firma, aunque lo haga en un lugar poco adecuado.

– Finalmente, ¿por qué debemos acercarnos al documental Las paredes hablan?

En primer lugar por acercarnos a la obra de uno de los más grandes directores de cine que hemos tenido en España. Una persona que además de ser parte de nuestra histórica cinematográfica y cultural abrió cerebro y escuela en momentos muy difíciles de nuestro país y lo ha seguido haciendo durante más de sesenta años. Y en segundo lugar porque creo que estamos ante una propuesta sugerente como es la que demuestra que hace quince o veinte mil años el ser humano pintaba con una modernidad extrema, que estamos relacionados con aquello, que aquellos señores éramos nosotros y que en el arte que pueda parecer menos glamuroso, como es el arte urbano, hay una gran profesionalidad y conciencia.