La portada del libro nos muestra ese momento icónico del rock que es Pete Townshend destrozando su guitarra tras un concierto de los Who pero en lugar de alzar el instrumento levanta el urinario (Fuente) de Marcel Duchamp. “Me gusta el equívoco que despierta ese montaje: por un lado, está replicando un acto violento y de destrucción característico de la propia obra de Duchamp, pero, por otro lado, al destruir esa obra se acerca a las posiciones más conservadoras sobre el arte moderno”, explica el autor.
– No tiene 1964 hitos tan obvios como el 11S en 2001 o la caída del muro en 1989. ¿Por qué revisar aquel curso?
He estudiado mucho la figura de Marcel Duchamp para explicarla como profesor. En algunas clases contaba cuál había sido la génesis del urinario (Fuente). Siendo una obra de 1917, realmente se presentó en 1964, el mismo año en que Andy Warhol trajo a la escena artística las Brillo Box. Empecé a indagar cuál de los dos había sido primero y analizando ese año fui descubriendo muchas otras historias: el premio a Robert Rosenberg en la Bienal de Venecia, la gira de los Beatles por Estados Unidos, la irrupción de Equipo Crónica como grupo artístico en Valencia… De todos modos, la idea no es tanto que confluyan muchas cosas interesantes como que se aprecie en todo ello un clima de época.
– Una época que viene definida en el subtítulo: cuando la cultura se convirtió en espectáculo.
Sí, tiene algo de pérdida de la inocencia ante la idea de una cultura heroica o transformadora. El libro lleva dentro eso por lo que muchos nos acabamos dedicando a estudiar el arte contemporáneo: una confluencia que convertía en lo mismo la cultura popular, el arte pop y música pop.
– ¿Es también el año en que la capitalidad cultural deja de estar en Europa para instalarse definitivamente en Estados Unidos, en Nueva York en concreto?
No, eso ya había pasado bastante antes, en los años cincuenta, y estaba también muy condicionado por el estado lamentable en que había quedado Europa después de la Segunda Guerra Mundial frente a la bonanza clara de Estados Unidos. Lo que sí que es cierto es que explota a partir de los 60 y luego en los 80 o los 90 ya directamente la sensación es que si no estabas en Nueva York no existías.
– A Nueva York fue Leo Castelli. 1964 fue el mejor año del galerista que inauguró una nueva forma de hacer.
Castelli encarna la idea del galerista moderno de Nueva York que puede abrir varias galerías y que está muy al tanto de lo que está pasando. Uno de esos personajes muy interesantes que han pasado como por los surcos de la historia, que tienen algo de pillos, con muchas aristas y no todas precisamente de bondad. Habíamos tenido antes figuras como Daniel-Henry Kahnweiler con esa relación extraordinaria con Picasso y con Braque, cuya relación blinda de modo que solo puedan exponer a través de él y a los que pone un sueldo como trabajadores. O Art of This Century de Peggy Guggenheim que pondría en marcha la idea de un galerista que es casi más una suerte de director de centro de arte, capaz de hacer posible que otros inicien proyectos. En cambio, Castelli inaugura lo que es el galerista moderno que se dirige a grandes compradores, que produce una sobrevalorización de los precios, que sabe muy bien navegar en círculos de poder… No cuesta imaginarle con esa elegancia italiana y ese inglés atropellado con acento de su país negociando con los americanos. Si hubiese que buscar algún culpable, alguien que responda a la imagen de una cierta culpabilidad de los niveles in crescendo que empezó a tomar el mercado del arte a partir de los años 60, Leo Castelli sería, sin duda, uno de ellos.
– Otro pionero de esos años es Dino Gavina, emprendedor y agitador cultural. ¿Con él llegó, en este caso, una nueva forma de ser artista?
En mis notas para escribir el libro tenía una en la que hablaba de algo así como el contubernio italiano, porque eran unos cuantos italianos muy espabilados. Dino Gavina despierta una ternura mayor que Castelli y es maravilloso también por esa fe en la vanguardia, en el diseño como un espacio de salvación. Hay una cosa que tienen todos ellos, Castelli, Gavina o Arturo Schwarz: su papel de mediadores, que para mí representan un sujeto creativo más próximo a nuestra época, que no es tanto el del sujeto emanador de contenidos como aquel que tiene capacidad para gestionar los contenidos de los otros. En ese sentido, casi diría que la silla de Marcel Breuer es más de Dino Gavina.
– Habrá lectores que, al cruzarse con Duchamp, se posicionarán en su fuero interno sobre el que para unos puede ser el precursor de la evolución más radical del arte y para otros el terrible adalid del todo vale, el traidor del buen gusto.
Me sigue llamando la atención la animadversión que genera todavía el arte contemporáneo con los habituales comentarios de eso no vale nada porque lo podría haber hecho un crío. En el caso de Duchamp, hace sesenta años que lo presentó, pero el primer ready-made tiene más de cien años y es curioso que sea algo que aún no se asimile bien. Cuando tengo algún alumno recalcitrantemente reaccionario en este sentido, siempre le pregunto qué música está escuchando. Alguno ha contestado Alizzz y es necesario aclarar que hablamos de un músico que en el 90% de lo que hace trabaja cogiendo, cortando y pegando de sitios ajenos. Y eso no tiene que ver con su capacidad técnica a la hora de tocar el piano, sino con su capacidad para pensar musicalmente. Por otro lado, es éste asimismo un prejuicio que no sucede en todas partes, pero sí bastante en nuestro país. ¿Por qué? Porque en el fondo no hemos tenido tanta cultura pop. Por eso en Inglaterra pasa menos. En otros aspectos puede parecer muy conservadora pero es mucho más desinhibida a la hora de aceptar los elementos de la cultura pop. Al final ellos la han inventado. Digamos también que todo el elemento mercantil que rodea al arte contemporáneo no ha venido precisamente a mejorar la imagen que proyecta.
– Titula un apartado del libro Botes de detergente y urinarios o quién fue primero. ¿Conviene revisar ese flujo de influencias entre Duchamp y Warhol?
En realidad, he intentado trasladar un debate potente y profundo en la historiografía y la teoría del arte contemporáneo sobre la que ha reflexionado Arthur C. Danto cuando escribe sobre la Brillo Boxes de Warhol. Mi idea era contar estas teorías en un tono más narrativo o divulgativo, de una manera más accesible. Danto acude en 1964 a una exposición de Warhol, se le queda en la cabeza y en los años 80 escribe una serie de artículos que acaba convirtiéndose en libros icónicos. En ellos sostiene que hay un antes y un después de las cajas de brillo de Warhol pero olvida que quien lo hace primero es Marcel Duchamp. Mi aportación es que hablamos de un asunto de meses. Marcel Duchamp ve las sopas Campbell en una galería de Los Ángeles. Andy Warhol ve la exposición de Marcel Duchamp y eso le lleva a pensar en las cajas Brillo pero presenta estas cajas antes de que el francés termine los múltiples del urinario y de otros ready-mades. Además el urinario, tal y como se presenta, no es un ready-made, sino la escultura de un ready-made de la misma manera que las cajas brillo no son cajas de detergente brillo sino una escultura de esas cajas. Hay un desplazamiento de pocos meses que en términos de debate de la historia del arte lo hace interesante. Y de manera más genérica, más allá de determinar si lo hizo aquí o lo hizo allí, lo interesante es pensar -y es además lo que yo defendería ya como teoría- que hay momentos en que las ideas flotan en el tiempo, de eso que llamamos caldo de cultivo de los tiempos. A nivel narrativo es interesante descubrir que Duchamp fue a visitar la exposición de Andy Warhol y que luego Andy Warhol fue a visitar la suya, y que Arturo Schwarz le dijo: date prisa, que esto es lo que toca ahora. Como contenido, insisto, me parece aún más interesante comprobar que en esto de la creación hay climas, aires, momentos de época que se dan y que provocan que las cosas sucedan.
– Hablando de Warhol, ¿se puede decir que en el 64 se localiza la cima de su creatividad?
Es un año realmente muy importante porque abre la Factory, gana suficiente dinero para dejar definitivamente su labor como diseñador de portadas… Impresiona la cantidad de trabajo que despliega en un año. Tiene también la energía que es propia de los 36 años de edad. Inicia un periodo exultante que se corta de forma brusca cuatro años después cuando Valerie Solanas le dispara tres veces. Él mismo dijo que su vida acabó en ese momento. Es curioso porque la imagen que tenemos de él es posterior a esa fecha que es cuando más fotografiado y filmado está. En realidad, el Warhol previo al año 68 no lo conocemos demasiado y tendía a ser más simpático, sonreía más, se dejaba tocar…
– Y generaba poca empatía. Así que, por no abandonar las figuras abonadas a las posiciones encontradas, no pasa por alto la figura de Yoko Ono.
Estamos ante una de esas personas que realmente tienen mala suerte a la hora de generar empatía, aunque tiene sus partidarios que valoran mucho su trabajo. Son esos que le dan la vuelta a la famosa frase de que ella acabó con los Beatles afirmando que fue la banda inglesa la que acabó con Fluxus, movimiento artístico del que ella era una de sus protagonistas. Sigue produciendo exposiciones maravillosas como la que hizo el año pasado en la Tate. Añadamos a todo esto que además es mujer, oriental, bien posicionada económicamente y que encima se echó de novio a John Lennon, una figura casi mesiánica, casi intocable. Todavía hoy la vemos en los documentales sobre los Beatles y hay gente a la que le irrita. Es la autora además de Pomelo que es un libro fantástico. Con los años parece que ha empezado a caer un poco mejor pero le ha costado mucho.
– En el capítulo español concede protagonismo a quién más difícil lo tenía en el mundo del arte: las mujeres.
Ha sido la parte que más me ha costado escribir, la más dolorosa porque viajar a aquel país mío, en el que he vivido siempre y que por entonces celebraba los 25 años de paz, me producía profunda tristeza. Revisar la historia de España anterior a los años 80 provoca que se te cierre la garganta y se te llenen los ojos de lágrimas. Yo, que soy de naturaleza optimista, no encontraba la manera de serlo excepto cuando me fijaba en ellas, en Ana Peters, Silvia Gubern,… y ahí sí hallaba luz entre tanto gris. Todavía me sigue pareciendo extraño, doloroso cuando recuerdo cómo explican la primera exposición de Ana Peters en Madrid. El crítico de arte allí presente no se dirige a ella en ningún momento. Las críticas son devastadoras. Lo normal es que Ana Peters pensara que en esas condiciones lo suyo era irse a casa a pintar, a tener hijos y olvidarse de ese mundo de machirulos.
– Un poco más luminoso sería escribir de Luis García Berlanga y su película El Verdugo.
Absolutamente. El año se prestaba a poder escribir de Berlanga, que es el director de cine español que más me interesa y al que más aprecio, y de El verdugo, mi favorita española durante muchos años. Gran película que habla sin embargo sobre esa misma España que, como decía antes, me produce una infinita tristeza. A los amigos extranjeros siempre les digo que si quieren saber de este país no pueden perderse películas fundamentales como El verdugo o la serie que hizo a partir de La escopeta nacional.
– La maravilla de El verdugo tuvo castigo. Berlanga tardó en volver a dirigir y ya no pudo seguir esa línea de películas como ésta o Plácido.
Eran años en los que se aplicaban ejecuciones a garrote vil. Eso hizo que la película tuviera más eco internacional en el Festival de Venecia. Al final se convierte en una película de denuncia pero no creo que esa fuera la intención de Berlanga. Es más, la película es muy interesante también por otros asuntos que no tienen nada que ver con la pena de muerte. Como crítica al régimen, resulta mucho más hiriente el modo en que retrata a las beatas de Plácido que al final son todas unas rácana.
– Bueno, en esa línea, igual de tremendo es en El verdugo ese momento en que entran en la en la iglesia y les van quitando luces, alfombra, etc., acorde con su poder adquisitivo.
Mi madre siempre me cuenta que cuando se casó con mi padre la iglesia lucía súper engalanada. Le preguntó a mi abuelo materno, que era muy ácrata, cómo era posible que se hubiera gastado tanto dinero para que el cura lo tuviese todo así. Y le contestó: no, no, simplemente le prometí que le daría dinero, que le compensaría. Era la mentira de alguien que detestaba a los curas. Era tan pequeñito como espabilado y en cierto modo me recuerda a algunas figuras que he comentado antes como Dino Gavina o Leo Castelli.
– En el apartado deportivo, 1964 fue el año en que Mohamed Alí anunció su conversión al Islam.
Es uno de esos personajes fascinantes de aquellos años. Un tipo intelectualizado en el bruto mundo del boxeo. Impresionaba mucho cuando gritaba a su contrincante “di cómo me llamo”. Esto del respeto al nombre recuerda la serie estadounidense, Raíces, donde al esclavo protagonista Kunta Kinte le cambian el nombre por Toby. Políticamente es muy interesante porque en definitiva tiene que ver con cuestiones muy candentes actuales como las políticas trans, LGBTI y demás, con respecto a la identidad que uno se quiera construir y contra esos ataques de intentar llamar a la gente por el nombre que no quieren.
– Se produjo también el encuentro de las dos sensaciones musicales del momento: Bob Dylan y los Beatles.
Una amiga, también profesora de arte, suele decir que los que nos dedicamos a investigar la historia tendemos a coincidir en elegir el mismo superpoder si nos preguntan: el de viajar en el tiempo. Hay momentos y lugares en los que te habría gustado estar. Un ejemplo sería viajar a los meses de 1916 en que estuvo abierto el Cabaret Voltaire en Zúrich. Otro podría ser ese encuentro entre Dylan y los Beatles. También por esa época hubo otro de la banda inglesa con Gloria Steinem. Tendemos a pensar la historia como una especie de fluir continuo, donde las cosas tienen una causalidad; mi impresión es que pasan más por casualidad. La historia, como pasa con nuestras vidas, se nutre de momentos que son potentes. Es muy probable que ese viaje que hicieron los Beatles a Estados Unidos les diera una luz diferente a la hora de enfocar su trabajo a partir de entonces.
1964. uando la cultura se convirtió en espectáculo
David G. Torres
Editorial Alianza
304 páginas
20,85 euros