Doctora en Literaturas Hispánicas por la Universidad de North Carolina-Chapel Hill, Portela ha sido profesora titular de Literatura en Lehigh University (Pensilvania) hasta 2015. Como parte de su investigación académica publicó el ensayo Displaced Memories: The Poetics of Trauma in Argentine Women Writers. En 2016 vió la luz El eco de los disparos: Cultura y memoria de la violencia, un texto que reivindica la cultura como herramienta para dirimir el pasado de violencia en Euskadi.

En 2017 y en unión de José Ovejero estrenó el documental Vida y ficción. Ese mismo año publicó su primera novela, Mejor la ausencia, una indagación en el País Vasco posindustrial de los años ochenta galardonada en 2018 como mejor libro del año de ficción del Gremio de Librerías de Madrid, a la que siguió Formas de estar lejos y en 2021 Los ojos cerrados, con la que obtuvo el Premio Euskadi de literatura en español.

Colaboradora habitual en diversos periódicos españoles, publica ahora Maddi y las fronteras, inquietante historia cuya escritura, confiesa en esta conversación, «me provocó pudor y dolor».

[Una tarde de otoño de 2021, Portela recibió una llamada en la que le ofrecían una serie de documentos relacionados con María Josefa Sansberro, mujer nacida en Oiartzun en 1895 que regentó un hotel muy popular en los años treinta del siglo pasado a los pies del monte Larrún, en la frontera entre Francia y España, una zona entonces de contrabando y de paso.  

A primera vista, Maddi, que vivió una vida muy poco convencional, ya se revelaba como una persona inquietante y llena de contradicciones, que había traspasado muchas fronteras tanto físicas como morales: contrabandista y mugalari, ferviente católica y divorciada, mujer sin hijos y madre, servidora de los alemanes cuando ocuparon su hotel y agente de la Resistencia.

La autora aceptó el reto de meterse de lleno en esos documentos y, desde ahí, imaginar a Maddi: su voz y su mirada, sus deseos y anhelos, sus motivos y razones, sus afectos.]

– Dedica usted el libro a Joxemari Mitxelena e Izarraitz Villaluce  porque «encontraron a Maddi y, junto a ella, me conmovieron la vida»…

Como comento en el epílogo Joxemari Mitxelena fue la persona que me llamó y me descubrió a la protagonista de este libro. Yo había conocido a Joxemari en la grabación de un documental sobre ETA y la violencia y persecución que ejercía sobre los concejales. Él, como concejal de Eusko Alkartasuna en Oiartzun, conocía bien el tema pues había sido víctima directa con ataques abiertos en los plenos por parte de los representantes de Herri Batasuna, con llamadas anónimas amenazantes, e incluso cuando le pusieron un gato negro ahorcado en la puerta de su casa, lo que en el terrible lenguaje del momento significaba una sentencia de muerte. En aquella grabación él habló del perdón y la reconciliación como ejes de la convivencia con una generosidad que transmitía una bondad poco frecuente. Después de aquello, en noviembre de 2012, me llamó para hablarme de un archivo que yo en primera instancia creí que tenía que ver con ETA. Pero mi sorpresa fue que no era así, pues me habló de una mujer nacida en Oiartzun en los últimos años del siglo XIX que, según lo que se desprendía de los archivos existentes, vivió una vida y una muerte absolutamente excepcionales. Joxemari y su amiga Izarraitz Villaluce habían estado investigando durante años la vida de esta persona. También realizando entrevistas a quienes la habían conocido y tratado. Cuando consideraron que su investigación había llegado a un tope, decidieron entregar todo lo que sabían a una tercera persona que consideraban con capacidad para contar la historia de Maddi. Para mi sorpresa pensaron en mí. ¿Cómo no iba a dedicarles el libro del que ellos son parte fundamental?

– ¿Lo que el libro refleja son sólo los hechos reales o la ficción juega también su papel en lo narrado?

La ficción es una forma más de acercarnos al pasado aunque es evidente que nunca puede suplantar a la historia como disciplina. Pero creo que la ficción nos permite ampliar nuestro conocimiento de ese pasado, siempre siendo muy conscientes de esa diferencia. Cuando miramos al pasado desplegamos una mirada política e ideológica. Creo que Maddi era consciente de la importancia política de lo que estaba haciendo y por eso silenciaba lo que hacía. Al recibir el archivo mi primera idea fue escribir un ensayo para mantenerme absolutamente fiel a los datos. Pero enseguida vi que había que contarlo de otro modo. Decidí escribir un libro en el que la imaginación y la ficción estuvieran presentes. Así las cosas, he respetado toda la documentación existente, que contiene cientos de documentos. No he cambiado ni un solo dato que esté demostrado. Partiendo de ahí, lo que sabemos sobre ella también nos invita a imaginarla, a rellenar las incógnitas, los silencios, los espacios en sombra, el mundo objetivo y subjetivo que la rodeaba, sus dolores, sus miedos y sus intereses. Al completar los documentos con atributos que no se hacen explícitos en ellos, irremediablemente nos introducimos en el terreno de la ficción. En definitiva, basándome en los hechos probados y comprobados, me he dejado llevar por la lógica literaria. Quería llegar a la voz interior de Maddi. Y eso solamente lo podía conseguir con la imaginación, así era libre para desarrollar mis intuiciones. En la redacción he empleado la primera persona, sin olvidar en ningún momento que la batalla por el relato debe hacerse desde la honestidad.

– Ha comentado que al elaborar su Maddi ha «matado» a otras Maddis, ¿en qué sentido?

En efecto, al crear a una Maddi he matado a las otras. Gracias a la confianza y generosidad que en todo momento han mostrado quienes me pusieron en la pista del personaje he tenido la libertad de contar su historia como he creído oportuno. Como he señalado, a través de la construcción novelesca he intentado revelar lo que ocultaba el silencio, hacerlo siguiendo la lógica y la subjetividad que he creado para el personaje. Al principio me daba miedo faltar a su memoria. Me incomodaba la idea de proyectar sobre ella mis deseos y fantasías, difuminar la línea que separa la evidencia histórica de la ficción. Pero, poco a poco, la voz de Maddi, su voz imaginada, empezó a crecer dentro de mí, resonando en cada documento y cuando visité los lugares que ella habitó. Esa voz se revelaba contra la distancia con la que me estaba empeñando en escribir su historia. Después de meses resistiéndome a esa voz me rendí ante ella y me dejé llevar… La decisión de apropiarme de la voz de Maddi ha sido inevitable lo que, al tiempo, me hace consciente de lo problemático de esa decisión. He sentido dolor y pudor al escribir esta historia pues durante todo el proceso no he dejado de preguntarme qué supone interpretar una vida a través de unos documentos e inventar la voz de una persona que fue real, que tuvo su propia voz. Aunque estudié historia, nunca me he considerado historiadora, acaso porque el conocimiento del pasado me regala demasiadas posibilidades imaginativas e imaginar me permite desarrollar mis intuiciones con libertad y mirar con otros ojos. Respondiendo en concreto a su pregunta considero que imaginar también es destruir porque al elegir narrar a Maddi de una determinada manera, desecho a otras posibles. Imaginar es dar vida pero también dar muerte a otras oportunidades narrativas e interpretativas. Al activar su voz he intentado construir un lugar justo y hospitalario en el que pueda reposar su memoria. He concebido este libro como la tumba que sus enemigos le negaron. He querido contar todo lo que sus exterminadores hicieron desaparecer al desaparecerla.

– ¿A dónde la ha llevado esa voz? ¿Quién era Maddi?

Una mujer excepcional. Valiente y contradictoria, católica y divorciada en 1928, comprometida agente de la Resistencia, a la que incluso se le otorgó a título póstumo el grado de subteniente y agente P2 que, en la jerarquía del Ejército de la Francia Combatiente, constituía el grado mayor de compromiso y reconocimiento. Detenida por la Gestapo a causa de una delación y acusada de haber montado redes de evasión de ciudadanos europeos que huían de los nazis, fue internada en los campos de concentración de Dachau, Ravensbrück y, finalmente, Sachsenhausen, al este de Alemania, donde murió el 13 de noviembre de 1944. Tenía 49 años. Maddi fue una mujer excepcional también porque tomó decisiones arriesgadas que no correspondían a su género ni a su clase ni educación ni entorno. Esas decisiones albergaron muchas contradicciones. Fue una mujer valiente capaz de posicionarse con los más vulnerables.

– Sostiene usted que pasado y presente están indisolublemente unidos…

Como he escrito, hablar e imaginar de Maddi es una forma de activar una memoria antifascista en estos tiempos en los que resuenan ecos del pasado que ella vivió. Escribir y, sobre todo, publicar, es tomar postura y partido. Con Maddi reivindico su vida y también la de tantas mujeres cuya voz hemos perdido en la historia. Registros en los que ellas han desaparecido o han quedado relegadas a un segundo plano. Es preciso acercarnos a la experiencia de Maddi desde este presente en el que, insisto, reverberan ecos de la barbarie. Porque, como escribo en la parte final del libro, lo que sufrieron hombres y mujeres como ella en los campos de concentración y exterminio no fue producto de un mal abstracto o de una monstruosidad radical sino el resultado de una planificación sosegada y a largo plazo, de una escalada prevista y controlada de violencia, de una serie de políticas y decisiones de la que fueron cómplices, en mayor o menor grado, por acción u omisión, millones de ciudadanos europeos no solo alemanes, como ha demostrado la historiografía que ha estudiado el colaboracionismo en los países ocupados y en los supuestamente neutrales, como España.

– ¿Considera que en España se ha prestado la atención que debiera a los españoles víctimas de los campos?

No. Decididamente no, especialmente a las mujeres. No hay una narrativa que cuente la historia de los españoles, insisto que especialmente en el caso de las españolas recluidas en los campos. Tampoco se conoce el papel de los hombres y mujeres españoles que lucharon en la Resistencia. El franquismo quiso ocultar toda esa memoria antifascista, pues los que participaron activamente en la Resistencia eran españoles del bando republicano. Por otra parte, el relato francés es muy patriótico, como si el pueblo francés fuera el único que resistía. Y no, en esa lucha participaron activamente muchas personas españolas. En ese sentido, Francia ha negado mucho la aportación española y, por supuesto, el relato estadounidense ha caído en los mismos injustos términos.

– Insiste usted en la necesidad de no olvidar que la violencia es parte esencial de la historia…

No hay contexto social sin violencia, forma parte de nuestras relaciones cotidianas y, por supuesto, de nuestra historia reciente. Llevamos muchos años diciendo que vivimos en democracia, que estamos en una Europa más unida que nunca, pero la realidad es que somos descendientes de una violencia brutal, en España de la Guerra Civil y en Europa, de una guerra mundial que fue tremenda y dejó unas secuelas muy graves. Esta Europa que hoy se tambalea es bisnieta de aquella arrasada por la guerra y, como muestra Géraldine Schwarz en su libro Los amnésicos, los países que peor han gestionado su historia y su relación con el nazismo y el colaboracionismo muestran ahora actitudes neofascistas o posfascistas o como queramos llamar a esas políticas de violencia y/o exclusión. No digo que estemos en una sociedad fascista, pero hay actitudes que se repiten históricamente, actitudes de exclusión, de señalamiento al más débil como el culpable de todos los males sociales. Es fácil comprobar la falta de empatía hacia los más débiles. Me resuena esa indiferencia hacia problemas que son más que reales y que tienen que ver con actitudes violentas, por eso hablo de ecos. Yo creo que esos ecos son peligrosos, porque si no los tratamos, si no se procesan a través de las herramientas democráticas que tenemos, pueden generar graves problemas. El pasado es presente y viceversa. Solo hace falta cepillar la historia a contrapelo, como afirmaba Walter Benjamin, para que nuestro presente se llene de historias no narradas, que están aquí, con toda su complejidad y riqueza.

[Una de esas apasionantes historias, en principio condenadas a permanecer en el silencio, es la que Edurne Portela rescata en Maddi y las fronteras porque, como defiende la escritora, el presente es una conversación continua con el pasado, ese que permea nuestras actitudes actuales. El presente no es nada si no consideramos de dónde venimos y, sin la perspectiva del presente, el pasado se hace muy difícil de entender, apostilla la autora de este impactante viaje a lo que fue.]