Ahora que dispone de más tiempo para él, ha decidido volcar sus energías –“soy ansioso por naturaleza”– en la literatura, en la creación de personajes a los que busca comprender y en cuya piel necesita ponerse. No estamos ante una historia de médicos escrita por quien sabe todo sobre la profesión aunque sí aproveche el autor su experiencia acumulada escuchando tantas historias de pacientes a lo largo de tantos años pasando consulta. Hay mucho de la personalidad de Díaz-Rubio en la trama de una historia, emotiva y entretenida a partes iguales, con sus bien medidas dosis de intriga. Ha escrito la peripecia de un hombre hecho a sí mismo que salió un día de un pequeño pueblo de Asturias dispuesto a cruzar el Atlántico para probar suerte y a la vuelta mejorar la situación miserable de los suyos. Una obra que destila la pasión de Díaz-Rubio por no dejar nunca de aprender, por los libros y la música, por el rigor y el trabajo en equipo.

Leyendo la novela se adivina un enorme trabajo de documentación pero también un esfuerzo por evitar que eso perjudique la fluidez del relato.

Esa era la idea, promediar y proponer un viaje a La Habana de la segunda mitad del siglo XIX pero sin abrumar al lector con la abundante información disponible sobre aquellos años, que no tenga nunca la sensación de que está leyendo un libro de historia y eso le lleve a abandonarlo.

Da la sensación de que tenía muy clara la historia que quería contar.

Tenía clara la estructura pero sí que he sido más permisivo con cosas que han ido surgiendo en el desarrollo de la historia. Me he sentido muy cómodo con los personajes y la resolución de los conflictos que traen consigo. Me refiero a cuando un personaje acaba pidiendo una manera de actuar distinta a la que tenías pensado de antemano y en cierto modo no puedes traicionarle y debes darle libertad.

¿Cuánto hay de Manuel Díaz-Rubio en don Pedro, protagonista absoluto de la novela?

En general, me siento reflejado en todos los personajes que defienden valores. No es éste un libro que responda a la necesidad de poner en boca de unos cuantos de ellos mis propios pensamientos. He de decir que Pedro, el protagonista, es un personaje con muchos valores pero también con sus contradicciones.

En cierto modo, es la alucinante historia de un emprendedor. Habrá más de un lector que cuestione cómo alguien prácticamente analfabeto pueda crear de cero un imperio empresarial.

La novela es una ficción pero todo lo que cuenta es verosímil, si bien no he querido entrar en el modo en que alguien muy primitivo puede, con una extraordinaria inteligencia y desde lo más bajo, levantar una gran empresa. Me interesaba mucho trasladar la idea de que cualquiera, incluso aquel del que a priori por su escasa formación no lo creerías, merece ser escuchado, puede enriquecerte y aportarte algo valioso. Es algo que erróneamente tendemos a despreciar. Hay bastantes ejemplos de grandes emprendedores que lo tenían todo en contra, y no sólo está el caso más obvio y conocido de Amancio Ortega.

En estos casos siempre emerge el prejuicio. ¿Se puede crear un imperio sin pisar ni una vez valores tan encomiables como los que don Pedro cita sin cesar?

Ya, ya, demasiado buena persona para haber acumulado una fortuna de ese calibre. Era consciente de ello a medida que escribía el libro pero es que también trataba de crear en don Pedro una figura idealizada en el sentido de que no tenemos por qué malignizar a la gente, que puede haber personas que completen un ciclo vital auténtico sin maldades de las que arrepentirse. Quizá tenemos –yo el primero– demasiado interiorizado que detrás de los grandes negocios hay siempre una parte sucia pero mi objetivo era otro: era presentar, porque lo creo factible, un personaje capaz de alcanzar desde cero un gran nivel cultural, económico,… Insisto en que estamos demasiado acostumbrados a que siempre debe aparecer un malo, una figura negativa. Y no tiene por qué ser siempre así. Hay gente muy buena. Es más: creo de corazón que la mayoría de la gente es buena.

Hablábamos antes de don Pedro como un posible precedente de Amancio Ortega. Y lo cierto es que, al igual que el dueño de Inditex, hace también sus generosas donaciones. A raíz de las últimas que ha hecho el empresario en forma de innovadoras tecnologías sanitarias, ¿cómo valora toda la polémica y el enfrentamiento entre los que aplauden las ayudas porque salvan vidas y los que piden que las grandes fortunas donen menos y paguen más impuestos?

Los modelos de mecenazgo que hay en el mundo son muy diferentes. Incluso en el americano, modelo que pasa por ser el mejor, vemos cómo todos estos mecenas tienen su fundación y acaban haciéndose un rascacielos con su nombre. La auténtica donación es aquella que es, de verdad, desinteresada. Es clave también la transparencia, el destino de esas ayudas. Hay una conversación en el libro en la que Pedro hace una distinción entre donaciones. Ahí él cuenta que está la que entregas a una fundación que investiga y en la que el científico está obligado a consignar una relación de los gastos invertidos; y en el otro extremo, él menciona a la Iglesia, que no detalla con la misma transparencia el destino final de las donaciones realizadas.

El protagonista llega a rondar los cien años de vida que le permiten tener una existencia más que plena. Una edad que afortunadamente al paso que vamos, gracias al avance de la medicina, será cada vez más habitual.

Efectivamente hoy vemos gente que cumple más de noventa y lo hace en buenas condiciones, que viven incluso el fallecimiento de hijos. Ahí es cuando la longevidad se convierte en un desastre vital que te lleva a vivir situaciones que son antinaturales.

Casi centenario la idea de volver se le va imponiendo cada vez con más fuerza a medida que atisba el final de sus días. Y llega a decir “deseo ir a España, a Asturias, a mi pueblo y reencontrarme con mi esencia, con lo que fui”. ¿Tira mucho el terruño propio?

Claro, quieres tocar la tierra, tu tierra, la misma tierra que tocaste de crío. Y por eso necesitas volver. Es algo que te une. Puedes estar cincuenta años alejado pero hay una tendencia natural al retorno que está ahí latente. Es tan fuerte lo que sientes por tu tierra, es algo tan interiorizado, que está más allá de la belleza del lugar o de lo bien que allí se come… Hay además mucha gente también que conforme van pasando los años experimenta una preocupación creciente por querer saber de sus antepasados, por investigar su árbol genealógico. Eso he querido que estuviera muy presente en la novela: la conservación de los recuerdos, del archivo familiar… Estamos acostumbrados a saber de los nuestros a través de la transmisión oral, con lo que eso tiene de deformación inevitable. Tanto es así que se crean mitos familiares que no son reales.

Supongo que coincide con su protagonista en que el dinero no da la felicidad por mucho que ayude.

El dinero es necesario para vivir pero la felicidad la proporciona otro tipo de satisfacciones. En mi caso, nunca he querido más dinero que el suficiente para vivir bien y que a mi familia no le falta de nada. Ahora bien, más allá de eso, de qué vale tener tanto dinero, si tus hijos, por ejemplo, no quieren saber de ti.

La novela está ambientada en años difíciles para España con la pérdida de Cuba, la emigración a América, la esclavitud aún vigente…

El protagonista es un emigrante como tantos entonces. Don Pedro es paradigma de que emigran los mejores. Es ejemplo de persona inquieta, con interés por todo, dispuesto siempre a escuchar a los que saben. Y con ganas de triunfar aunque triunfar triunfaban pocos. En Asturias hay un museo de cartas de emigrados en las que podemos leer las miserias humanas por las que muchos tuvieron que pasar. Respecto a la esclavitud, hay que recordar que España fue el último país en abolirla y que se resistía a hacerlo en Cuba, donde se cometieron bastantes barbaridades, como cabe suponer que pasó en tantos otros sitios. Los mismos criollos, que pidieron la independencia, lo que querían era un poco más de libertad, pero desde el Gobierno de España el manejo de la situación fue un desastre.

Hay un canto a los libros, a la pasión por el conocimiento, a los maestros de vida, a las tertulias de sabios, a la ciencia…, pero también a la amistad y al amor.

En tiempos de móviles y tabletas hay que reivindicar la parte mágica de tener un libro en la mano. Los libros hay que tocarlos, incluso acariciarlos. Dicho esto, las nuevas tecnologías hoy ofrecen más posibilidades que nunca para seguir tratando de saber más, de ampliar conocimiento, campo de visión… En cuanto al amor, sí me interesaba trasladar la idea de que el concepto de amor no tiene que estar obligatoriamente invadido de una pasión, que puede ser mucho más generoso, que se puede encontrar más tardíamente.

Sobre Manuel Díaz-Rubio

A diferencia de otros médicos, como Baroja, Chejov o Conan Doyle que decidieron pronto que les iba más la pluma que el fonendo, este hijo y hermano de médicos, ha preferido esperar a abandonar definitivamente la consulta para volcarse de lleno en la literatura. El retorno de Pedro es su primera novela publicada pero no su primer libro. Entre sus numerosas obras relacionadas con la medicina, figuran Médicos españoles del siglo XX o Síntomas que todos tenemos. Hasta el año 2011 fue el jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y actualmente es el presidente de honor de la Real Academia Nacional de Medicina.