El director griego Teodor Currentzis será el encargado de dirigir al canario Jorge León, que cantará la parte tenor, a la soprano Lianna Haroutounian, a la mezzosoprano Violeta Urmana y al bajo-barítono D’Arcangelo.

La obra fue compuesta en memoria del escritor Alessandro Manzoni (1785-1873), al que Verdi admiraba hondamente y se estrenó un año después de su fallecimiento, en 1874.

La idea ya había surgido a la muerte de Rossini, muchos años antes. En aquella ocasión quiso que varios compositores crearan juntos un Requiem, y él escribió el Libera me, que luego, cuando el proyecto no llegó a cristalizar, aprovechó, con pocas variaciones, para este Requiem. Está llena de expresividad y dramatismo, con giros que van desde las tinieblas más profundas a la exaltación apocalíptica.

La interpretación de Verdi

Para Gerard Mortier, director artístico del Teatro Real, «Verdi es el compositor más maltratado de la historia de la música» y confiesa que le gusta hacer un verdi solamente una vez al año. «Me gusta enormemente este compositor, pero tengo más miedo de Verdi que de Wagner. Hay muchas grabaciones muy malas de sus obras y es algo horrible. Por ejemplo, de La Traviata no existen muchas grabaciones fieles a la partitura. En Don Carlo ocurre lo mismo, en el final, cuando suenan los timbales, siempre se suele hacer un crescendo cuando lo que realmente quería Verdi, y lo que marcó en la partitura, es un diminuendo».

Teodor Currentzis comparte esta idea, aunque cree que el problema de las óperas de Verdi es más profundo. Para él, el papel del director de orquesta es recrear la partitura del compositor, «sin embargo, la historia de la ópera ha influido en que muchas veces los directores hicieran otras versiones. En el siglo XIX, el público entraba y salía, jugaba a la cartas, etc. y había que interpretar grandes notas para ellos, una burguesía que no tenía grandes aspiraciones culturales. Así es como surge el ‘deporte de la ópera’, en el que al final se interpreta lo que busca el público», afirma el maestro griego.

«Algo curioso es que nunca se abuchee la música sinfónica ni la música barroca, y sólo la ópera reciba abucheos dentro de la considerada música culta. No se debe sólo a que el público no esté educado. A veces se busca el espectáculo porque es ‘cool’. La gente quiere armar escándalo para provocar, para llamar la atención, sin embargo lo que hay que hacer es buscar la belleza», añade. «Eso mismo me dijo Mortier en una ocasión: si nosotros buscamos la belleza, la obra de arte, y trabajamos… da igual lo que ocurra después».

La defensa de la dignidad humana

Bernard Shaw afirmaba que el Requiem sería lo único de Verdi que pasaría a la posteridad. Se equivocó, pero no en la valoración de una obra que es el destilado de la sabiduría musical del maestro de Busseto.

Hay quien lo considera incluso «la mejor ópera de Verdi». Con ecos de Beethoven y el último Haydn, de Mozart y Cherubini, tal vez incluso de Berlioz, el agnóstico Verdi –cuyo dios era Shakespeare y el único santo de su calendario, el patriota Manzoni–, enemigo de la hipocresía, la mediocridad y el clero, escribe una partitura más pensada para la representación concertante que para la liturgia.

Las siete piezas que componen el Requiem plasman su preocupación sobre la muerte –la tragedia de la pronta desaparición de su primera esposa y sus dos hijos marcó ya toda su trayectoria tanto vital como artística–, el interrogante que se abre frente a ese misterio y la búsqueda de un sentido sobre la vida que no puede resolver más que a través de las dudas. Y así, esta obra que se abre paso a través de la oscuridad hacia la luz, camina entre la piedad, el terror, el conflicto, la alegría y la incertidumbre, manifestando siempre una gran melancolía en la música y, por encima de todo, la defensa de la dignidad humana.

La pasión de Verdi por Manzoni

«Y con él se va la más pura, la más sagrada, la mayor de nuestras glorias. He leído muchos periódicos y ninguno habla de él como debiera. Muchas palabras pero pocos sentimientos hondos…». Así se expresaba Giuseppe Verdi en una carta a su amiga la condesa Maffei, a los pocos días de la muerte de Alessandro Manzoni, el escritor y héroe del Risorgimento con el que el compositor se sentía profundamente identificado, no en vano llevaba siempre entre los libros que le acompañaban, además de la Divina Comedia, la Biblia y su I Promessi Sposi.