Su trabajo viaja desde lo natural a lo cultural, atravesando la historia como un laberinto que debe ser releído, reescrito y repensado para redimir errores, para adquirir conocimiento sobre nosotros mismos, pero también para purgar los siglos de infamia que la especie humana acumula en la organización de su estructura social y en su relación con la naturaleza. Una naturaleza que ella convierte en icono sagrado, en cosmovisión atemporal, en escenario simbólico del equilibrio entre animales, plantas y minerales que afirman, a menudo desde la fragilidad, su condición igualitaria e imprescindible en la trama que constituye la vida.

Comisariada por Alejandro Castellote y Blanca Berlín, la exposición contiene obras que se apoyan constantemente en metáforas y símbolos del pasado visitados desde el presente. La intrínseca humildad de las plantas, los animales, le sirven para reclamar una toma de conciencia sobre nuestra posición en el mundo.

Belleza artificial

Dibuja la morfología de la violencia con el trazo humilde y minucioso de piedras, plumas, huesos… recolectados con paciencia y engarzados con la maestría del orfebre, dotándolos de un carácter alegórico que contiene simultáneamente reflexiones sobre la mujer, la religión, el arte, la política y el poder. La omnipresencia de la religión y de los ritos identitarios en las conductas que han educado a las sociedades a lo largo de los siglos es revisitada por Cecilia Paredes para preguntarse por el origen y la elaboración de los mitos ancestrales y su persistente influencia en la cultura contemporánea.

El manto estético que recubre sus posiciones críticas sobre los seres humanos es una invitación, impregnada de belleza artificial, que anima a penetrar y a opinar sobre la imperiosa necesidad de recuperar la cordura, la ética y la justicia en todos nuestros actos. Son aspiraciones de apariencia utópica, pero la realidad se ocupa diariamente de recordarnos la urgencia de incorporarlas a las relaciones sociales.