La exposición presenta su particular manera de concebir el paisaje a través de las distintas vertientes por las que navega su trabajo: la pintura, la instalación pictórica, la expansión de sus obras sobre otros soportes, la fotografía y el vídeo. Se incide así en la transición, evolución e interacción de los distintos soportes, a través de un recorrido en el que el paisaje y el volumen ayudan a expandir la obra tanto física como visualmente.

Reguera concibe sus obras con el objetivo de transmitir profundidad visual y volumen. Si bien hunde sus raíces en su admiración por los pintores de la Abstracción Lírica Francesa de los años 50 (Schneider, Tal-Coat, Olivier Debré), también mira hacia el expresionismo abstracto americano, especialmente hacia la corriente Color Field Painting.

Con la superposición de pinceladas y de cromatismo pretende crear distintas instantáneas visuales en una misma obra, en un mismo espacio, provocando al espectador para que bucee en unas zonas más que en otras. Cada pieza contiene distintos ritmos visuales, más o menos álgidos, conviviendo de manera equilibrada, así genera volumen desde el interior del cuadro. La combinación de la fuerte presencia física de la obra, junto a la resonancia cromática, provoca que estas piezas trasciendan sus límites físicos, expandiéndose visualmente.

Demandar la atención del espectador

La exposición se distribuye a lo largo de las tres primeras salas del Museo. Un primer espacio acoge piezas de gran contundencia por su marcada intensidad lumínica y por la fuerza de su textura. En las otras dos salas se establecen relaciones entre las obras, de manera que se combinan piezas muy opuestas cromática y formalmente, generando contrastes y relaciones de fuerza entre ellas.

Jugando con la asimetría en el montaje se pretende demandar la atención del espectador. En otros casos la combinación de obras se logra creando una secuencia donde una obra dirige nuestra mirada a la siguiente, en un juego de unidad visual, de ritmo lineal. La pintura, desprendida del muro, encuentra un lugar donde convertirse en instalación pictórica que interactúa con el espectador de manera que éste puede rodearla.

La muestra también dedica un apartado a su faceta como fotógrafo. Reguera concibe la fotografía como un instrumento previo de creación, algo así como un boceto mental, un reflejo del paisaje externo que reconstruye, con su trabajo, en paisaje interior. Esta sección se completa con la inclusión de un vídeo en el que el artista, situado frente a un paisaje, selecciona un instante que le provoca una sensación y lo convierte en pintura en movimiento.

Como complemento a la exposición se incorpora un área de documentación en la que se muestra la colaboración, en Poemas de la última mirada, entre Alberto Reguera y el poeta Francisco Pino, así como una selección de cuadernos de viaje.