Las obras de Solana muestran una realidad triste y marginal. Mendigos, procesiones, traperos, oscuros bodegones e interiores asfixiantes son temas que se repiten insistentemente a lo largo de su trayectoria, contribuyendo a crear una leyenda, que él mismo cultivó, plagada de historias y anécdotas que hablan de un peculiar personaje.

Realizados en la década de los años treinta, cuando el artista muestra mayor interés en la estampación, muchos de los grabados repiten escenas o personajes tratados en óleos de épocas anteriores, reforzando su tendencia a reducir la realidad a una serie de estereotipos que marcan su horizonte estético.

José Gutiérrez Solana es una de las figuras más singulares del arte español del siglo XX. Tanto su biografía como su obra ponen de manifiesto una personalidad irreductible a todo encasillamiento en el marco del panorama artístico convencional, con una trayectoria ajena por igual a las vanguardias y a la tradición académica. Creador de una visión profundamente personal, en sus pinturas, aguafuertes y litografías, así como en sus textos, Solana parece acercarse sobre todo a la literatura española de su época.