Woodman utiliza su propio cuerpo, a menudo desnudo, para explorar el ego femenino y conectar con su espacio de trabajo. Sus obras reflejan la identidad femenina en toda su ambivalencia.

La muestra del Patio Herreriano se centra en la capacidad de la artista de percibir espacios creando situaciones en las que burla las leyes de la geometría y la estática. Woodman interactúa con los interiores utilizando herramientas como espejos, guantes, peces y telas para subrayar cómo estos objetos generan un lenguaje poético, metafórico, emblemático.

Woodman se crio y formó entre Estados Unidos e Italia. Fue una niña americana en la Toscana, rodeada de amigos artistas de sus padres, y una adolescente becada en Roma. Probablemente su gusto por los escenarios bucólicos y decadentes no se entiende sin ese contacto con el viejo mundo.

Empezó a hacer fotografías a los 13 años, en blanco y negro, de pequeño formato y casi siempre con ella misma como protagonista. Imaginaba libros para aquellas imágenes que pegaba en sus cuadernos y diarios. La naturaleza (ramas, bosques, pájaros…) y las casas (paredes, muros, ventanas…) jugaban un papel fundamental en la composición; había algo siniestro en aquella densidad simbólica, historias llenas de melancolía y tristeza con ella como único centro de todo. Solo llegó a publicar un libro, Algunas geometrías interiores desordenadas. Se suicidó a los 22 años.