Sobre esta mirada crítica sobre la vida y obra de Picasso, Boadella apunta que “nadie le puede negar su trazo genial. Incluso en los centenares y miles de disparates aparece siempre un detalle de su infinita gracia. Desde la infancia parecía un ser nacido solo para pintar. Sin embargo asistimos a la paradoja del pincel más dotado del siglo XX asestando el golpe letal al arte pictórico. A semejanza de un Atila de las artes, por allí donde pasó el pintor no volvió a crecer la pintura. La convirtió en “artes plásticas” entregadas a la producción intensiva. Sometidas a las ocurrencias de la apremiante novedad. Cinco, diez, veinte obras diarias, y el mercado financiero se rindió exaltado y eufórico ante él. Ya no era el valor formal y emocional de la obra sino la pura especulación comercial dictando el camino de lo valioso y lo desechable. Con su prodigiosa astucia y el apoyo fiel de sus cofrades políticos logró ser ensalzado por los medios como el genio supremo. Fue el hombre anuncio de sus propios éxitos pero la culminación de su gloria llegaría con la apoteosis de lo monstruoso. Un aquelarre de formas descarnadas y desmedidas, regodeándose en un delirio de feísmo. ¿Existió alguna inspiración divina o diabólica que guio al pintor hacia un éxito tan duradero? Esta ópera se adentra en estos momentos cruciales de su vida. Allí donde un artista decide entre la entereza o la declinación hacia el oro y la fama”.

Acompañando al elenco formado por Alejandro del Cerro como protagonista, interpretando a Pablo Picasso; Josep Miquel Ramón en el papel de Mefisto; Belén Roig como Fernande; Toni Comas (quien ya trabajó con Boadella en Amadeu y El pimiento Verdi) como Apollinaire y Velázquez; Cristina Faus como Gertrude Stein e Ivan García como Jefe de tribu, está Manuel Coves como director musical con la Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid) y con el Coro de la Comunidad de Madrid bajo la dirección de Félix Redondo. La escenografía es de Ricardo Sánchez Cuerda, el diseño de vestuario es de Mercé Paloma, la iluminación de Bernat Jansa, las pinturas de Dolors Caminal y las imágenes proyectadas son de Sergio Gracia. Este montaje de tres actos también ha contado con Blanca Li como coreógrafa.

En cuanto a la partitura, Colomer señala que “comienza con un lenguaje bastante tradicional, reminiscente de los periodos impresionista francés y nacionalista español, con apuntes musicales secos en clara alusión a la afición taurina que Picasso arrastró durante toda su vida, características que actúan a modo de leitmotifs para ayudar en la narrativa musical. A medida que la pieza va avanzando y el arte de Picasso va pasando por diversos períodos, así también la música va incorporando elementos más modernos y adaptándose a la realidad pictórica, utilizando por ejemplo una deconstrucción rítmica para emular el cubismo, todo ello conservando elementos temáticos característicos que nos permiten ver una evolución estilística en consonancia con el equivalente pictórico, pero siempre tratando de conservar la esencia de los personajes/temas originales”. No así el tratamiento vocal, “el cual se mantiene relativamente inalterado a través de toda la ópera. Un tratamiento vocal con un desarrollo melódico que da prioridad en todo momento al lirismo y la expresividad”.