«La imprescindible exigencia de corrección formal –explica Quiroga–, la perfección digital, de la que yo mismo me admiro en muchas ocasiones, llega a veces a saturar; tenía la necesidad de volver a la lentitud y a la incertidumbre de nuevo, de no saber del todo lo que va a salir, como en mis comienzos. La fotografía que mancha, el estar revelando hasta las tres de la mañana y seguir aprendiendo y experimentando con nuevos procesos antiguos».

Fue así como se introdujo hace unos tres años en el universo del Wet Plate Collodion (Collodion húmedo), el segundo proceso fotográfico de la historia, nacido en 1851, mucho más rápido que su antecesor, el daguerrotipo, que reducía considerablemente los tiempos de exposición.

«Es fascinante, casi mágico, pero es fotografía pura. Creada de la nada y con tus propias manos. Todo es artesanal y trabajoso; desde la adquisición de los químicos, su mezcla con diferentes fórmulas, la imprimación de la placa, el revelado, la inexistencia de un clic que anuncie la foto; son negativos de vidrio y aluminio lacado (ambrotipos y ferrotipos), solo plata y mucha luz».

La exposición incluye cuatro series –SKETCHES, EScultura, MINDSCAPE y CITYSTILL– y también puede contemplarse una pequeña exhibición de los instrumentos y cámaras con las que fueron realizadas las fotografías. Quiroga da especial relevancia a los objetivos, el más antiguo, un Petzval de VOIGTLANDER de 1854, pero también un pequeño objetivo de paisaje de 1895, uno de los primeros zoom de la historia. «Son pequeños tesoros que he ido encontrando en subastas y anticuarios. Verdaderas obras de ingeniería fotográfica. Cada uno tiene su propia personalidad y me ofrece texturas y características diferentes. Desde la nitidez más cruda al velo más delicado».

Quiroga concibe esta muestra cómo una especie de estado de ánimo, una huida hacia adelante, «es ya un tópico que la fotografía hoy, con la revolución móvil y las redes, se ha convertido en un pasatiempo más. Todo el mundo lleva una cámara en el bolsillo y se considera fotógrafo. Sin ninguna pretensión academicista quiero recuperar para cada foto aquel carácter de acontecimiento que tenía en el siglo XIX».

En Analógico se combinan fotografías nacidas de ambrotipos, ferrotipos (proceso del colodión húmedo de 1851), placas de gran formato o película de curiosísimas cámaras de mediados del siglo XX. También las procedentes de su Eastman Kodak de 1937, su Welta Weltur de 1936, de su primera Hasselblad y su Leica M6 de los años 80.

«Me conformo con que las nuevas generaciones entiendan que la historia de la fotografía tiene su propia evolución y que es algo más que apretar un botón. Yo echaba de menos el grano, el olor a químico, los matices de blancos y negros tradicionales, la fotografía como algo físico y que puedes tocar…», concluye el artista.

Analógico o digital

Alfonso Quiroga no se detiene en el debate analógico-digital, «porque ambas son necesarias, depende lo que pretendas y a qué te dediques. Tampoco creo que una diga más verdad que la otra, siempre artísticamente hablando. Es el fotógrafo el que mira y el que, encuadrando, decide lo que quiere contar y lo que pone ante tus ojos. Hay una frase de Arnold Newman con la que me siento muy identificado que dice algo así como que la fotografía es una ilusión de realidad con la cual creamos nuestro propio mundo privado».