A partir de siete pinturas fundamentales de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla, 1599 – Madrid, 1660) la muestra presenta a esta figura capital del Siglo de Oro de una forma novedosa, proponiendo un juego de comparaciones y correlaciones con algunos de los pintores españoles e internacionales con los que trató o de cuya producción estuvo al tanto. Entre ellos, nombres esenciales como Tiziano, Rubens, Ribera, El Greco, Zurbarán, Murillo, Giordano, Claudio de Lorena, Jan Brueghel el Viejo, Antonio Moro, Stanzione, Guido Reni o Van Dyck.

Velázquez es uno de los artistas del Prado de los que con mayor frecuencia se piden cuadros en préstamo y una seña de identidad indiscutible. Por ello hace unos años el Museo tomó la decisión de que en ningún momento hubiera al mismo tiempo fuera de sus muros más de siete de sus obras, que es precisamente el número de pinturas que concurren en esta exposición.

Este proyecto reúne el mayor número de obras de Velázquez que se han expuesto en una sola muestra en Barcelona. Una ocasión única para redescubrir su pintura enmarcada en la de otros genios de su tiempo, tanto españoles como europeos, de la mano de Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española (hasta 1700) del Prado y uno de los mayores expertos mundiales en Velázquez.

La evolución de un estilo

En torno a estos siete lienzos, la exposición permite contemplar otros 52 con el objetivo de conocer la evolución de su estilo en el contexto de otros destacados pintores españoles e internacionales del Barroco. Es decir toma como referencia las pinturas de Velázquez, pertenecientes a etapas distintas de su carrera y representativas de la notable versatilidad temática que caracteriza su obra, y las pone en relación con otras muchas que debió conocer.

De esta forma, la exposición pone el acento en la multitud de estímulos visuales y creativos que recibió a lo largo de su carrera, durante la cual tuvo ocasión de trabajar en varios de los centros de producción artística y de coleccionismo más importantes de Europa.

Hasta 1623 permaneció en Sevilla, una de las ciudades más cosmopolitas de la península. Entre ese año y su muerte, en 1660, trabajó para Felipe IV, uno de los principales coleccionistas de su tiempo y cabeza de una monarquía con gran influencia en algunos de los lugares más relevantes del continente. Las obras que más le influyeron fueron las de artistas muy bien representados en las Colecciones Reales, como Tiziano o Rubens.

En dos ocasiones viajó a Italia, donde entró en contacto directo con las grandes obras de la Antigüedad, con obras maestras del Renacimiento italiano y con algunos de los artistas más inquietos que había entonces en Europa.

La muestra sigue un criterio temático a la hora de ordenar las obras con un doble objetivo: entender mejor la originalidad de Velázquez como narrador en comparación con artistas de procedencias diversas y romper la barrera de las escuelas nacionales.