Bien es cierto que nunca llega a ser (tan) así, pero cuando se lo escuchas contar a otra persona sobre un escenario, arrancándose a trompicones, palabra a palabra, el relato desgarrador de su propia historia de amor, esa montaña rusa sin parque de atracciones, esa huida de la estabilidad y del siempre socorrido ‘hasta que la muerte nos separe’ cobra un sentido especialmente irreverente.

Eso debió pensar la escritora y librepensadora Gabriela Wiener (Lima, 1975) cuando decidió convertirse en protagonista de una especie de secta llamada ‘poliamor’ entre las paredes del madrileño Teatro del Barrio. Allí comparte con extrema sinceridad la naturaleza de su relación poliédrica, conformada por tres personas que conviven en lo que ella designa la cama del futuro: la cama oficial del poliamor.

Y esto es verdad: Gabriela tiene un esposo y una esposa, dos hijos y una cama de cinco metros. Una casilla de partida en pos del amor perfecto muy distinta a la que nos tiene acostumbrada la vida misma.

Ella cuenta, a modo de monólogo, con luz tenue, en un escenario vaciado de ornamentación y cargado de sentimientos, la trayectoria perversa de un triángulo sobre el que todos parece que tenemos algo que decir: “Flor de cactus, amor que pincha”.

Qué locura enamorarme yo de ti.

Qué locura enamorarme yo de ti.

Sin embargo, al final del camino la historia puede ser igual de simple o de compleja que una relación de dos personas. Un equilibrio complejo para dar con la fórmula posible en ese campo de batalla que llamamos convivencia.

“Enamorada de la misma mujer, mi marido y yo. ¡Qué putada!”, explica Wiener. Pocas cosas tan increíbles como una pareja que tiene en común la atracción por las mujeres y, encima, por la misma. La química de la complicidad en su estado más puro, la magia del poliamor.

De esa complejidad surgen a su vez temas pendientes que van más allá de la imaginación: hijos colectivizados, un ente que queda pendido en el medio a modo de bisagra, el fin de una monogamia llamada a pintarse de lógica promiscua, sin paracaídas, con efectos secundarios y atendidos en urgencias por exceso de efusividad.

“El amor es el mal”, repite Wiener. Y sigue: “Perseguir la entrega, nada más. Y una Gabriela inmortal que empieza a quererse por su culpa”. Ese sarcasmo de relación sincera y que, a modo de mutación, cuenta con tres brazos en vez de dos. La vida se va configurando a su paso, va encontrando su forma, nos va inspirando y ayudando a querernos.

Trato de pensar en alguna pareja que realmente tenga los ingredientes para el amor, a pesar de su lógica destructiva. Bradley Cooper y Lady Gaga en Ha nacido una estrella o la de dos desconocidos que bailan Shallow con un café en la cocina antes de irse a trabajar. Quién sabe.

Rescato del recuerdo uno de esos encuentros imposibles e improbables que cambian rumbos. Fue esa primera no cita en el Petit Majestic, en el que las mariposas se fueron, en el que todo cambió y quiso (pero no pudo) arrancar la no inmensidad de una historia del todo no común.

Qué locura enamorarme yo de ti

• Dirección: Mariana de Althaus
• Escrito por Gabriela Wiener
• Intérpretes: Gabriela Wiener, Jaime Rodríguez, Rocío Lanchares, Coco y Amaru

Qué locura enamorarme yo de ti.

Qué locura enamorarme yo de ti.