La muestra, comisariada por Belén Herrera Ottino, analiza el ideario y universo creativo de estas dos figuras clave del arte del siglo XX –que fueron también amigos– y establece puntos en común en su obra gráfica, así como aspectos genuinos en cada uno de ellos.

Una aproximación que se realiza a través de un recorrido por medio centenar de piezas procedentes de la Galería Marlborough y de coleccionistas privados, a las que se suman la reproducción de fotografías y la proyección del documental Francis Bacon and the Brutality of Fact (1985).

Las obras, fechadas entre 1975 y 1992 en el caso de Bacon y entre 1982 y 2007 en el caso de Freud, permiten ver que ambos compartían temas como la exploración de la soledad, el paso del tiempo, la angustia o el aislamiento.

«¿Qué une a Bacon y a Freud aparte de su amistad, admiración y tensiones en vida?», se pregunta Herrera Ottino: «El grito desgarrador por el ansia de vivir y la exploración de las profundidades de la naturaleza humana. El dolor inevitable de la soledad y el reconocimiento de que la existencia es algo temporal, con la muerte siempre al acecho».

Los mejores impresores

Francis Bacon basó sus obras gráficas en una selección de 36 de sus pinturas fechadas desde 1965 hasta 1991. Trabajó con los mejores impresores franceses, italianos y españoles. La obra gráfica (aguatintas, litografías y offsets) fue siempre realizada bajo su atenta supervisión, realizando los cambios que consideraba necesarios sobre las pruebas que finalmente él aprobaba para su edición limitada y que posteriormente numeraba y firmaba. El resultado son obras cargadas de múltiples capas de significado, repletas de referencias iconográficas, literarias e intelectuales, en las que se representa su particular lenguaje plástico centrado en la figura humana.

Para Freud, el grabado era un formato íntimo y autobiográfico que le permitía reflejar sus vivencias, y en el que lograba una síntesis de lo esencial y una gran intensidad psicológica. Su proceso de trabajo y las técnicas que empleaba en la estampación marcan un paralelismo con su pintura. Freud se enfrentaba al grabado del mismo modo que si se tratara de un lienzo: colocando las planchas de cobre sobre el caballete en posición vertical para trabajar dibujando con el buril directamente.

Sello personal

Ambos se conocieron en 1945 a través de otro gran pintor, Graham Sutherland (1903 – 1980). Francis Bacon hizo de Lucian Freud un artista contemporáneo, como se aprecia en los sentimientos y emociones presentes en la pincelada de Freud y que ya eran característicos de la obra de Bacon.

Freud decía de Bacon: “el ser humano más inteligente y más salvaje”. Bacon, de Freud: “el problema de la obra de Lucian Freud es que es realista sin ser real”. Compartían visión, pero también tenían su propio sello personal. Mientras que Bacon se servía de múltiples fotografías para elaborar sus retratos y necesitaba la lejanía con el personaje, Freud necesitaba de una presencia del modelo durante una serie continuada de sesiones.

Francis Bacon huía de los discursos explicativos y solo buscaba provocar sensaciones, conseguir las reacciones del espectador. Empleaba en sus trabajos un tema en apariencia banal como vehículo de las más profundas reflexiones sobre la vida y la muerte. Sus cuerpos tienen una animalidad que trasciende de las formas y una evocación a lo orgánico desde las necesidades más primarias hasta las pasiones más excelsas. También se aprecia en su obra su conocimiento de los grandes maestros como Picasso, Goya o Velázquez. Un ejemplo es su obra Second Version of the Triptych 1944 (1989), presente en esta exposición. En las tres litografías de esta crucifixión se encuentran las pinturas de Picasso realizadas al final de los años 20, con formas orgánicas que sugieren a la vez imágenes humanas pero en absoluta distorsión.

Tensión emocional

En los aguafuertes de Lucian Freud seleccionados para esta muestra se observa su característica tensión emocional. Se pueden contemplar algunos de los temas habituales también en sus lienzos: desnudos, penetrantes retratos de amigos y familiares, también de Pluto –su querida perra–, autorretratos (pintó más de un centenar durante siete décadas, desde que tenía 14 años y hasta que cumplió los 86) y escenas de soledad. Su mirada como escultor es evidente en sus lienzos y grabados. Freud recorre la orografía de los cuerpos y los moldea a base de pinceladas en sus pinturas o con incesantes e intensas líneas con el buril para conseguir una insolente carnalidad.

En la mayoría de las obras gráficas de Freud todo lo innecesario se elimina, dejando poco o nada de color y un fondo mínimo que permite una apreciación extremadamente pura de su estilo. Como en sus pinturas, los modelos de sus grabados eran personas cercanas a él, pero a menudo anónimas para el espectador sobre las que, en largas sesiones de posado, Freud lanza una mirada inflexible dando como resultado obras llenas de honestidad, portadoras de retratos psicológicos.