De producción lenta, meditada y minuciosa, la obra de López no admite simplificaciones. Pintor, escultor y dibujante, para el artista la realidad es, simplemente, un punto de partida en el que el proceso es tan importante como la obra terminada: «Una obra nunca se acaba, sino que llega al límite de sus propias posibilidades».

Trabaja en sus cuadros a lo largo de varios años, a veces décadas, y con cada pincelada destila el entramado del objeto o el paisaje hasta que consigue plasmar su esencia  El artista intenta captar lo que permanece de la realidad que nos rodea, eliminando artificios y detalles innecesarios, así como capturar el momento en que la luz y los objetos alcanzan, a través de su mirada, el mayor grado posible de belleza.

Obsesiones

Estructurada en bloques temáticos, la muestra pone de manifiesto que ciertos motivos sobre los que el artista reflexiona persisten y, al mismo tiempo, evolucionan a lo largo de su carrera: los interiores domésticos, los paisajes y las vistas urbanas –principalmente de Madrid–, las naturalezas muertas o la figura humana.

Estos constituyen sus obsesiones. El detalle, rincones, quietud, silencio, austeridad son elementos protagonistas de su gramática personal, en una obra que expresa, desde la intimidad del entorno doméstico, valores humanos universales. Con su dominio del espacio y la luz, a menudo trasciende la cotidianidad de las cosas y de los paisajes parando el tiempo para captar la eternidad del instante.

Tiempo

«Mis cuadros son una experiencia personal, no un documento. Trabajo con una clave interpretativa que exige mucho tiempo, donde no cabe lo móvil. Es una ley imprescindible para mí. El resultado es una realidad que carga al cuadro con algo que tal vez deseo».

(Antonio López)

 

Durante los años cincuenta, Antonio López explora distintos lenguajes en busca del suyo propio y recurre a elementos simbólicos y surrealistas para reforzar el componente narrativo de sus obras, pero siempre desde la figuración. Se inicia pintando retratos, como Cuatro mujeres (1957) –presente en esta exposición–, y bodegones como Cabeza griega y vestido azul (1958). A finales de la década comienza a realizar relieves e incorpora a sus creaciones la escultura, una disciplina que nunca ha abandonado.

En la década de los sesenta, a partir de la nueva actitud de no añadir nada a la realidad, pinta su primer paisaje: Madrid (1960). Durante estos años toma conciencia de que su camino es la realidad sin artificios. Desde mediados de los años sesenta pinta y esculpe lo que le interesa sin hacer uso de ningún recurso estilístico, por lo que su mirada es el único filtro y el dominio técnico es su instrumento. A finales de la década, utilizando este nuevo enfoque, dibuja y pinta de forma directa espacios íntimos de su casa y de su estudio, dedicando especial atención a la luz ya los efectos que genera en los objetos. En esta época su obra logra reconocimiento internacional.

La ciudad de Madrid ocupa un lugar privilegiado en la obra de López en los años setenta. Inicia varias vistas importantes de la ciudad, explora el paisaje a través de las ventanas y trabaja en distintos momentos del día para estudiar la luz. El dibujo también toma especial relevancia en su producción.

Durante la década de 1980 el tema vegetal se convierte en el principal de su pintura y dibujo, sobre todo con dibujos de frutas y verduras, pero también con flores pintadas al óleo. Sigue pintando paisajes, tanto de Madrid como de Tomelloso. En 1985 recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

Los años noventa son especialmente fructíferos. Víctor Erice realiza la película El sol del membrillo, que retrata y describe su proceso creativo, y el Museo Reina Sofía presenta su primera gran retrospectiva. También comienza la que será su pintura de mayores dimensiones: Madrid desde la torre de bomberos de Vallecas (1990 – 2006).

Con la llegada del siglo XXI recibe todo tipo de reconocimientos, como el Premio Velázquez. El artista sigue trabajando con todos los lenguajes: pintura, escultura, dibujo y grabado. Se centra en las temáticas que le caracterizan y da mucha importancia a la figura humana, pero centrándose ahora en el desnudo. Además, reanuda las vistas de la Gran Vía madrileña, añadiendo nuevos puntos de vista para completar el recorrido de esta calle. Las flores siguen siendo uno de sus temas preferidos, especialmente las rosas, que pinta desde el momento en que florecen hasta su descomposición.

– Esta retrospectiva ha sido organizada en colaboración con el Drents Museum (Assen, Países Bajos), a donde viajará tras su paso por Barcelona.