Cuando Händel compuso Orlando, en 1733, la ópera italiana comenzaba un lento declive en Londres, donde su compañía, la Royal Academy of Music, sobrevivía con dificultad gracias a la contratación de los más reputados músicos y cantantes para la interpretación de sus obras, como fue el caso del extraordinario castrato Sinesino, primer intérprete del diabólico papel titular de la ópera.

La partitura de Orlando, con apenas cinco cantantes y sin coro, se concentra en la progresiva enajenación mental del héroe del ejército de Carlomagno y las endiabladas y sutiles relaciones amorosas que entrelazan los personajes, con excepción de Zoroastro. Este hechicero y demiurgo, casi omnipresente, confiere a la ópera un marco irreal de fantasía que permitía la utilización de maquinaria escénica, cambios de decorado, aparición de tormentas y todo tipo de sorpresas dramatúrgicas que nutrían el espectáculo teatral que demandaba el público en el siglo XVIII.

Sin embargo, la libertad en la interpretación musical, encorsetada por la estructura de la ópera seria barroca, fue propiciada para reflejar la demencia del protagonista, cuyo temperamento desequilibrado, violento y cambiante permitió a Händel dar alas a una expresividad trascendente, que tiene su paroxismo en el aria de la locura en el final del segundo acto.

Vietnam

En su concepción de la ópera, el director de escena Claus Guth, con la complicidad de su fiel escenógrafo Christian Schmidt, refuerza el drama existencial de este militar perturbado, que vuelve a su patria después de luchar en Vietnam –inspirado en el protagonista de Taxi Driver–, enfrentándose a una sociedad deshumanizada que ya no reconoce, con excepción del recuerdo de su antigua enamorada Angélica, transformada en una obsesión de su mente trastornada, capaz de vivir las situaciones más extremas.

Orlando es singular dentro del corpus operístico de Händel. Quizás el espectador de hoy tenga mayor capacidad para disfrutar y comprender la genialidad y alcance de esta partitura, cuya esencia y valores potencia la descarnada dramaturgia de Claus Guth, la maestría, musicalidad y hondura de Ivor Bolton y la interpretación de cinco grandes cantantes del repertorio barroco: los contratenores Christophe Dumaux (Orlando) y Anthony Roth Costanzo (Medoro), las sopranos Anna Prohaska (Angélica), Giulia Semenzato (Dorinda) y el barítono Florian Boesch (Zoroastro), que actuarán junto a la Orquesta Titular del Teatro Real, bajo la dirección musical de Bolton, especialista en el repertorio barroco, que será responsable también de los acompañamientos al clave.

La función del día 10 de noviembre será dirigida por Francesc Prat y contará con Gabriel Díaz (Orlando) y Francesca Lombardi Mazzulli (Angélica) en los papeles protagonistas.

Orlando vuelve a unir a Bolton y Guth en el Real, donde ya trabajaron juntos con gran éxito en Rodelinda (2017), Lucio Silla (2017), Don Giovanni (2020) y Las bodas de Fígaro (2022).

Y además

A la ópera de Händel, que rescata episodios del poema de Ariosto –como Ariodante y Alcina, estrenadas dos años después– le seguirán, el próximo 1 de noviembre, la versión en concierto de Orlando Paladino, de Joseph Haydn –con Il Giardino Armonico bajo la dirección de Giovanni Antonini– y, entre el 4 y el 9 de junio de 2024, La liberazione di Ruggiero dall’isola d’Alcina, de Francesca Caccini, primera ópera conocida firmada por una compositora, que dirigirá escénicamente Blanca Li, junto a Aarón Zapico en la parte musical.

Este estreno se suma a los 10 títulos de Händel que se han ofrecido desde la reapertura del Real: Giulio Cesare (2002), Ariodante (2007 y 2018), Tamerlano (2008), Il trionfo del tempo e del disinganno (2008), Tolomeo, Re d’Egitto (2009 y 2023), Theodora (2009), Agrippina (2009 y 2019), Alcina (2015), Rodelinda (2017) y Parténope (2021).