Comisariada por Joan Molina Figueras, jefe de Departamento de Pintura Gótica Española del Prado, y realizada en colaboración con el Museu Nacional d’Art de Catalunya, entre las 69 obras de esta fascinante muestra –pintura, escultura, miniatura, orfebrería, grabado, dibujo…– están los frontales de Vallbona de les Monges, la Fuente de la Vida del taller de Van Eyck o los retablos que realizó Pedro Berruguete para santo Tomás de Ávila, que se unen a préstamos extraordinarios como las Cantigas de Alfonso X el Sabio (Patrimonio Nacional), la Golden Haggadah (British Library) o el Fortalitium Fidei (Bibliothèque nationale de France), además de una relevante selección de obras procedentes de una treintena de iglesias, museos, bibliotecas, archivos y colecciones particulares nacionales e internacionales.

Construir la alteridad

El eje vertebrador de la exposición es la percepción que los cristianos tuvieron de los judíos y, a partir de 1391, de los conversos descendientes de judíos. La definición de una alteridad visual de estos dos colectivos estuvo determinada por razones religiosas, sociales, políticas y, al final, incluso raciales. En definitiva, por las creencias, miedos y ansiedades de los cristianos. Como destaca Joan Molina, «las imágenes de la muestra recuerdan que, si bien la diferencia existe, la alteridad se construye».

«El espejo es el retrato de los judíos y conversos realizado por los cristianos a finales de la Edad Media», explica el comisario. «Unos retratos nada asépticos, porque, como dice John Berger, siempre miramos en relación a nosotros mismos; toda imagen incorpora una forma de ver… nuestra forma de ver. Y aquí se trataba de ver y de analizar esta forma de mirar cristiana al mundo judío. Se trata, por tanto, de una exposición que no tiene nada que ver con Sefarad, sino con otra cosa, con las particularidades que afectan a esta mirada al judío y, sobre todo, también a la mirada al converso. Y aquí estamos hablando de una cuestión propiamente hispana, porque el ‘problema converso’ a finales de la Edad Media se dio en la península, en los reinos de Castilla y Aragón, pero no en otros sitios de Europa».

Mentalidad y actitud

Toda imagen creada es un espejo que refleja unos modos de ver. Miramos el mundo y a los otros en relación con nosotros mismos, a través de nuestra mentalidad y actitud. Mediante una amplia selección de obras, esta exposición recupera un espejo medieval: el retrato de los judíos y los conversos concebido por los cristianos en España entre 1285 y 1492. Durante esa época, las imágenes desempeñaron un papel fundamental en la compleja relación entre estos tres colectivos.

 

Aunque numerosas obras destacan por su componente estético –entre sus autores hay maestros del gótico como Pedro Berruguete, Bartolomé Bermejo, Fernando Gallego o Bernat Martorell–, la muestra también presenta un conjunto de piezas realizadas más allá de los cánones de la historia de los estilos –como caricaturas, sambenitos, grabados o bizarras esculturas. De hecho, el objetivo del comisario ha sido ofrecer una visión lo más completa y rigurosa posible de un tema que sólo se puede abordar desde una perspectiva que supere las fronteras tradicionales: «Esta no es una exposición de historia del arte, y tampoco de historia, es una exposición que narra una historia de las imágenes. Y en esta historia de las imágenes caben muchos tipos distintos».

Entre 1285 y 1492, las imágenes desempeñaron un papel fundamental en la compleja relación entre judíos, conversos y cristianos. Si, por un lado, fueron un importante medio de transferencia de ritos y modelos artísticos, al tiempo que propiciaron un espacio de colaboración entre artistas de ambas comunidades; por otro, contribuyeron a difundir el antijudaísmo. En este terreno, su estigmatización fue un fiel reflejo del espejo cristiano y, con ello, un poderoso instrumento de afirmación identitaria.

Afirmación identitaria

Tras la masiva conversión como consecuencia de los pogromos de 1391, las imágenes de culto se situaron en el centro de la polémica, convirtiéndose en la prueba para afirmar la sinceridad de los nuevos cristianos o, por el contrario, para acusarlos de judaizar. La extensión de estas sospechas de herejía judaizante se encuentra en la base de la fundación de la Inquisición en 1478. Consciente del poder de las imágenes, la nueva institución hizo un uso intensivo de las mismas, ya fuese para diseñar poderosas escenografías o para definir fórmulas de identificación visual de los conversos.

De hecho, una de las particularidades de esta exposición es la presentación de un conjunto de obras y programas absolutamente únicos en toda Europa, puesto que responden a las especiales circunstancias que determinaron las relaciones interreligiosas en los reinos peninsulares entre los siglos XIII y XV. Se trata de aquellas imágenes relacionadas con la polémica que afectó a los conversos, y que fueron concebidas para estimular su conversión, o para justificar la sincera decisión de los nuevos cristianos. Igualmente originales resultan los ciclos e imágenes creadas en los primeros tiempos de la Inquisición, tanto escenografías para las iglesias como obras de carácter propagandístico.

El espejo perdido. Judíos y conversos en la España Medieval ofrece, en suma, una sugestiva panorámica sobre el papel que tuvieron las imágenes en las relaciones entre judíos y cristianos en la España medieval. Además, su catálogo es una extraordinaria pieza de conocimiento, un texto fundamental que se incorpora ahora a la historiografía española.

Como concluye su comisario, «esta exposición nos habla de fronteras, de segregación, de intolerancia… nos habla de convivencia también. Invita a mirar nuestro pasado sin prejuicios, a mirar nuestro espejo, y no intenta rehuir la idea de que estas imágenes sirvieron para construir identidades y alteridades, unas imágenes que hablan de nosotros y de los otros, pero en el siglo XIII, XIV y XV, aunque es verdad lo que dijo Benedetto Croce, no hay historia, solo hay historia contemporánea».