Comisariada por Flavia Frigeri, la muestra repasa a través de ocho secciones la evolución de una artista que hizo del espacio —real, imaginado, urbano, íntimo— un territorio de investigación radical.

Formada en Lisboa y París, Vieira da Silva desarrolló un lenguaje pictórico singular en el que se combinan ritmos cromáticos, perspectivas fragmentadas y estructuras casi laberínticas. En su obra, el espacio no es un fondo: es materia viva, concepto y pregunta. De ahí el título de esta exposición, que analiza cómo la artista convirtió la arquitectura, la ciudad, la memoria y el propio taller en escenarios donde medir el pulso del mundo moderno.

La muestra recorre momentos clave de su trayectoria, entre las décadas de 1930 y 1980, prestando especial atención a su interés por el espacio arquitectónico, donde desdibujó las fronteras entre paisajes urbanos reales e imaginarios y fue más allá de las referencias formales a la cultura visual portuguesa y a movimientos de vanguardia como el cubismo y el futurismo.

Fundamentan la exposición una selección de pinturas clave que revelan el despliegue constante e iterativo de formas abstractas e ilusiones ópticas en su trayectoria, entre las que se encuentran obras icónicas como Composition (1936) —una de las primeras pinturas de la artista que entró en la colección Guggenheim de Nueva York—, piezas dedicadas al ajedrez y al ballet, pinturas realizadas durante su exilio en Brasil durante la Segunda Guerra Mundial y visiones urbanas que diluyen lo real y lo imaginado.

Anatomía del espacio comienza con el vínculo artístico y sentimental que mantuvo con su marido, el pintor Arpad Szenes, y avanza hacia las ciudades, los interiores y exteriores que la obsesionaron, y los célebres “tonos de blanco” que marcaron distintos hitos de su investigación plástica.

La obra de Vieira da Silva ha estado históricamente muy ligada tanto al legado de Peggy Guggenheim como al de Solomon R. Guggenheim. Fue una de las 31 artistas que la primera incluyó en su exposición 31 Women, celebrada en 1943 en su museo/galería Art of This Century; y Hilla Rebay fue una de sus primeras valedoras, adquiriendo en 1937 el cuadro Composición (1936) para la Colección Fundacional del segundo.

La exposición llega acompañada de un catálogo con ensayos de la comisaria y de Lauren Elkin, Jennifer Sliwka y Giulia Andreani, que abordan diferentes aspectos de la obra de Vieira da Silva: su capacidad para transformar el espacio en abstracción, las enseñanzas extraídas de los maestros renacentistas o su concepción de la ciudad —real e imaginaria—, entre otros. El volumen incluye también una detallada cronología.

Presentir

Maria Helena Vieira da Silva nace el 13 de junio de 1908 en el seno de una familia acomodada. Al fallecer su padre cuando ella tiene solamente dos años su madre la criará con la ayuda de su entorno familiar. Crece en un ambiente donde se aprecia el arte y el teatro, desarrollando un gusto por la música que dejará en ella una impronta duradera. Estudia pintura y dibujo en la Academia de Bellas Artes de Lisboa y en 1928 se traslada a París para continuar su formación en la Académie de la Grande-Chaumière, donde conocerá a su futuro marido, el pintor húngaro Arpad Szenes. Ambos residen en París hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que los lleva a refugiarse en Río de Janeiro; siete años después, regresan a París. Ya a finales de la década de 1950, sus complejas abstracciones le otorgan fama y reconocimiento. Seguirá pintando hasta bien entrados los años ochenta. Vieira da Silva fallece en París el 6 de marzo de 1992.

Vieira da Silva habló pocas veces de su trabajo. Al respecto, decía: «Los pintores podemos sonar estúpidos cuando hablamos. Sabemos muchas cosas, pero hablamos a través de nuestras pinturas». Sin embargo, en una ocasión se vio obligada a explicar su método; esbozó entonces una certera síntesis: «En general, no me gustan las obras que hacen alarde de su dificultad. Prefiero esas otras obras refinadas que nos permiten presentir, adivinar desde lejos, la complejidad de las cosas del mundo».