Considerado unánimemente como el gran maestro de su generación, Català-Roca constituyó el puente decisivo entre la vanguardia de la anteguerra representada por su padre, Pere Català Pic (1889 – 1971), y la nueva vanguardia documental, que él mismo encabezó en la frontera de los años cuarenta y cincuenta.

Como destaca Publio López Mondéjar, académico y fotohistoriador, «dueño de un sólido dominio de su oficio, que aprendió desde niño en el laboratorio familiar, heredó del padre su talento y la audacia formal para componer sus imágenes. Sus numerosos libros, que comenzó a publicar en los años cincuenta, muestran a un profesional riguroso, que supo aunar un profundo conocimiento de la técnica y una inabarcable capacidad creativa, en una obra en la que parece primar el poderoso instinto visual, la vehemencia y la certera percepción de lo real sobre cualquier veleidad o voluntad de estilo».

La mirada segura

Con el tiempo, Francesc Català-Roca dirigió su mirada segura hacia los detalles decisivos de las cosas, con la pretensión de comunicar su propia visión de la realidad. «Sólidamente instalado en las gradas de la certeza, siempre sintió una profunda seguridad en la validez de sus propias percepciones, y ésta fue probablemente la característica esencial de su fotografía; la que le permitió colocar la cámara en lugares nunca antes frecuentados y alcanzar la eficacia formal de sus prodigiosos picados y contrapicados, que aprendió a dominar desde niño. Una fotografía que marcó el definitivo final de la puerilidad tardopictorialista de aquellos años oscuros, que supo fijar como nadie en la edad eterna de sus fotografías, llenas de sabiduría y de humanidad», concluye López Mondéjar.