El proyecto comisariado por Sergio Sancho y Sara Coriat tiene como protagonista el sustento o el acto de comer. Una docena de artistas hablando de un tema que siempre ha estado presente, de una u otra manera, en la historia del arte. En cada década, en cada siglo, estas representaciones han sido reflejo de la sociedad que retrataban. Desde las latas de sopa de Warhol y la era del consumo de masas, pasando por las naturalezas muertas flamencas del siglo XVII y los sentimientos morales que hay detrás de los mosaicos y frescos romanos que nos hablan de una élite que se divierte.

Como recuerda Sancho, «no todos sabemos cultivar, hacer la compra o cocinar, pero todos tenemos que comer: debemos ser expertos en alimentarnos. Sin embargo, nuestro entorno está evolucionando más deprisa que nuestros cuerpos: la mayoría de nosotros lleva una vida sedentaria en edificios recalentados, pero nuestro apetito parece dispuesto a aceptar cualquier ritmo que nos imponga la industria alimentaria, tal y como dice Carolyn Steel en su libro Ciudades hambrientas«. O dicho en palabras de Sara Coriat, «nuestro antiguo instinto de supervivencia sigue intacto en nuestro cerebro y nos insta a seguir comiendo todo aquello que se nos ponga delante, tengamos hambre o no».

Los comisarios se preguntan: ¿existe una relación entre cómo consumimos alimentos y cómo consumimos arte hoy en día? ¿Entre la voracidad del mercado del arte y el cómo nos alimentamos? La respuesta la encontramos en esta muestra.

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Del supermercado al after

Este banquete visual tiene dos pasos. Antes de enredarnos con recetas o cacerolas, la primera parada es para abastecernos. Supermercado mágico de brillo y fantasía. Superalimentos para el Alma es una instalación de los artistas Sergio Mora y Lusesita, la recreación de un establecimiento de barrio donde los productos son pequeñas obras de artes –seriadas y firmadas– listas para llevar.

Una vez llenado el carro, empieza el ágape visual. La glotonería y la provocación en la obra de Ana Barriga (Jerez de la Frontera, 1984); la interpretación de Hannah Epstein (Halifax, Canadá, 1985) del cuento de Ricitos de Oro a través de la codicia y los hábitos de consumo occidentales, presentando a la protagonista como la última colonizadora blanca que consume los recursos de otros sin preocupación alguna; el sedentarismo digital, desperdicio y el análisis antropológico del presente en la obra de Nicolás Romero (Buenos Aires, 1985); los festines en cerámica de Lusesita (La Rioja, 1979) y de Laura Lagraña, Culitomaton (Barcelona, 1995); la ordinariez del consumismo y la informalidad de las marcas que nos rodean con Ricardo Passaporte (Lisboa, 1987); los excesos en el trabajo de Bieke Buckinx (Bruselas, 1988); el homenaje a los alimentos llegados de Latinoamérica en las icónicas mujeres de Fátima de Juan (1984, Palma); la reflexión sobre la tentación y la indulgencia del ser humano a través de nuestra relación con la Madre Tierra con Reihaneh Hosseini (Teherán, 1988), y la radiografía con toques surrealistas de la sobremesa de Francesc Rosselló (Palma, 1994).