Empleando materiales como el musgo, agua, hielo procedente de glaciares, niebla, luz o metales reflejantes, a veces situados en espacios inesperados, ya sea la calle o el museo, el artista anima al espectador a reflexionar en torno a su comprensión y percepción del mundo físico que nos rodea. En el exterior, una cascada de más de once metros de altura, hecha con un andamio y una serie de bombas, llama la atención del espectador sobre esa «naturaleza construida» en un entorno urbano.

El arte de Eliasson procede del interés por la percepción, el movimiento, la experiencia física y las sensaciones. Entre las claves de su práctica artística se incluyen su preocupación por la naturaleza, inspirada por el tiempo que pasó en Islandia; su investigación sobre la geometría; y sus estudios en curso sobre cómo percibimos, sentimos y damos forma al mundo a nuestro alrededor. Su estudio de Berlín, Studio Olafur Eliasson, es un espacio de trabajo, pero también de encuentro y diálogo, que reúne a un equipo variado de experimentados artesanos, arquitectos, archiveros, investigadores, administradores, cocineros, programadores, historiadores del arte y técnicos especializados.

La práctica de Eliasson se extiende más allá de la obra de arte, la exposición y la intervención pública para incluir proyectos arquitectónicos. Convencido de que el arte puede tener un poderoso impacto sobre el mundo más allá del museo ha creado lámparas solares para comunidades sin electricidad, ha concebido talleres artísticos para refugiados y solicitantes de asilo, ha creado instalaciones artísticas cuyo fin es incrementar la concienciación sobre la emergencia climática y en octubre de 2019 ha sido nombrado Embajador de Buena Voluntad del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Según Eliasson, “el arte no es el objeto, sino lo que el objeto hace al mundo”.

Esta exposición ha sido organizada por la Tate Modern, donde ya se pudo visitar, en colaboración con el Museo Guggenheim Bilbao.