– Usted apunta que fue Rosa Chacel la primera persona que le puso en la pista de Maruja Mallo y, posteriormente, Ana María Moix también la animó a escribir sobre la pintora…
Yo ya la conocía por el trabajo de mi tesis. Pero Chacel había mantenido una amistad con Maruja en Buenos Aires y larguísimas conversaciones telefónicas. Cuando acabé mi tesis sobre la vida y la obra de Rosa Chacel, ella mismo me dijo: «Ahora tienes que ocuparte de Maruja Mallo». Pensé que no podía hacer una biografía o un ensayo sobre ella porque no soy experta en arte ni en pintura. Pero, como fui descubriendo una serie de conexiones que me ligaban a ella, como la infancia en Galicia, la etapa de Avilés… me sentía capaz de entrar en su obra, de respirar a través de ella, de situarme en su cabeza y en su mirada. Cuando decidí hacerlo esbocé unas primeras hojas y se las di a Ana María Moix, quien me insistió en que siguiera adelante.
[A sus veinte años, Ana María Gómez González, nacida la noche de Reyes de 1902 en Viveiro, y cuarta entre catorce hermanos, llega a Madrid desde Avilés, donde su padre, funcionario del cuerpo de Aduanas, había recalado desde su Galicia natal. La pulsión que la arrastra desde niña hacia el arte ha podido ser encauzada en la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad asturiana, pero fue la Academia de Bellas Artes de San Fernando y, sobre todo, la Residencia de Estudiantes las que propiciarán su transformación en Maruja Mallo, la pintora, la transgresora, la mujer libre que participó de la gran fiesta intelectual alrededor de nombres como García Lorca, Buñuel, Alberti, Dalí, Concha Méndez, Margarita Manso o María Zambrano. Una eclosión de poesía, pintura y cine sin precedentes que surgió en los años 20 y a la que daría fin la guerra.]
– ¿Cuál ha sido el objetivo último de Notre Dame de la Alegría?
Rescatarla. Han pasado ya treinta años desde que escribí Objetos extraviados. Ahora he hecho una reescritura profunda manteniendo la esencia de aquel primer libro sobre ella. Me llamó mucho la atención que tras habérmela encontrado, a raíz de las investigaciones para realizar mi tesis doctoral, como persona muy presente en la Edad de Plata, en las vanguardias, en la gente de la Generación del 27… Tras seguir encontrándomela continuamente en las revistas, en las publicaciones de la época, en las memorias de algunos de aquellos artistas y escritores, me parecía insólito que no estuviese más presente hoy. Por tanto, mi primer objetivo ha sido rescatar a una mujer y artista extraordinaria, situarla en el lugar y en el plano protagonista que le corresponde.
– ¿Por qué este título tan sugerente?
Obedece a la incomprensión del anterior, que para mí tenía su sentido, pero que confundía mucho al lector. Soy mala poniendo títulos. Descubrí que Jiménez Caballero la llamaba Notre Dame de la Aleluya y eso de aleluya no me convencía mucho por lo que, considerando también la aportación de la editorial, decidimos poner lo de alegría.

– ¿Cómo se ha documentado? ¿Cuánto de ficción, sobre los hechos reales, hay en este segundo libro?
La ficción está sobre todo en esos pasajes en los que fabulo sobre experiencias, vivencias, objetos… pero partiendo siempre de datos concretos y reales. Tenía mucho material y sobre ello he trabajado haciendo respirar más el texto. En la primera versión era muy ortodoxa con el empleo de la primera persona, el soliloquio, el monólogo interior, la evocación, el recuerdo, la memoria. Muy rigurosa en ese sentido. Ahora he desarrollado escenas que me apetecían como, por ejemplo, cuando hablo de los decorados que hizo para Clavileño. Releí todas las escenas de El Quijote y vi que había una serie de elementos que preludiaban o iban muy bien con la atmósfera de España en ese verano del 36 o en esos meses previos al 18 de julio. Desarrollé eso. También recreé lo relacionado con Pablo Neruda o lo de Vila-Matas, que me regaló ese texto, que me pareció muy divertido y muy de complicidad y de amistad, y por eso lo incluí. Pero salvo cuestiones muy puntuales no busqué más documentación para este segundo libro porque ya tenía mucha.
– ¿Es cierta, por ejemplo, la participación de Mallo en el concurso de blasfemias o su entrada en bicicleta en la iglesia de Arévalo?
Sí, sí. Esos hechos sucedieron. Los datos existen y sobre esos documentos me imaginé las escenas. Rompía reglas, tanto en el plano artístico como en su vida personal. Podría decirse que le gustaba escandalizar. Lo del concurso de blasfemias, que al parecer ganó, fue en su día corroborado por Luis Buñuel, que fue buen amigo suyo.
– Tras todas esas investigaciones, ¿qué rasgo destacaría de su personalidad?
Su fuerza y su vitalismo. Su alegría y su atrevimiento. También su independencia y su libertad. Todo eso es mucho. También habría que aludir a su soledad, especialmente en sus últimos años.
– ¿Cómo vivió su exilio, ese tener que estar lejos?
Ese tener que estar lejos y tener que estar muy sola y desatendida… Muy olvidada. Pese a su carácter alegre no lo vivió nada bien y la prueba es que volvió muy pronto en comparación con otros exiliados.
– ¿Qué es lo que no se sabía sobre la pintora que Notre Dame de la Alegría saca a la luz?
A raíz de la publicación de Objetos extraviados me escribió un señor de Alicante que se apellidaba Pérez Álvarez y que de joven había estado vinculado al núcleo poético Silbo. Él me proporcionó muchos documentos y un texto sobre Miguel Hernández que ahora se incluye y no estaba entonces. También encontré una foto de ella sentada con María Zambrano ante los Toros de Guisando y sobre eso escribí una escena porque tenía referencia del encuentro entre ellas, pero no sabía dónde podían haber estado juntas. También desarrollé un texto relacionado con otra imagen muy poco conocida en la que ella está en una piscina con su hermano.
– ¿Cuál era su pensamiento político?
De absoluta adhesión a la República. Era una mujer muy de izquierdas, izquierdas. Nunca lo ocultó. Es significativo que su último compañero pertenecía al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).
– ¿Y respecto a la mujer?
Esas mujeres, como ella, serias y profundamente defensoras del papel que a la mujer le correspondía en la sociedad, rechazaban por completo el acento superficial, las alharacas y las jeremiadas. Todo ese almíbar sentimental. Reivindicaban con la acción, con el trabajo, con sus obras. Reivindicaban a la mujer desde la seriedad, el rigor y el respeto.
– ¿Considera que el surrealismo, como movimiento artístico, ha sido injusto con ella?
En buena medida ha sido injustamente silenciada, pero hay que considerar que los «ismos» corrían a tal celeridad… Primero el neopopularismo, después el surrealismo. Sin embargo, da idea de la atención que acaparó su obra en los primeros años de la década de 1930 el hecho de que en París André Bretón le compró su cuadro El espantapeces. Después, Maruja entró en la Escuela de Vallecas con planteamientos plásticos muy distintos, en donde ya estaba el compromiso político de reivindicación de la República, allí ella adoptó una postura más crítica y social. Era muy inquieta y acaso su rápido recorrido por distintas etapas y el haber estado sola en muchas épocas, con la excepción de sus primeros años en la Residencia de Estudiantes, llevaron a que cayese en el olvido. La verdad es que aquí no ha quedado la obra surrealista de Maruja Mallo y en ese sentido no se ha hecho justicia, aunque en las últimas décadas se ha reparado algo esa situación.
– ¿Cómo sentiría compensado el esfuerzo preciso para levantar estos libros? ¿Cómo animaría al lector para que se acercase a Notre Dame de la Alegría?
Mi deseo es que ojalá el recorrido por ese mundo tan irrepetible, del que Maruja Mallo era pieza importante, le depare hallazgos y descubrimientos que le hagan vibrar emocional, intelectual y estéticamente.
«Leo mucho y muy diverso», confiesa finalmente la escritora cuando se le pregunta por sus preferencias e influencias literarias. «Me gustan escritores que son muy distintos. Siento que eso me enriquece. Me gusta mucho Valle-Inclán, pero no se me pasaría nunca por la cabeza escribir al modo de él. Lo hizo Ignacio Aldecoa y lo hizo muy bien. Me pasa lo mismo con Rosa Chacel. También me interesan mucho Javier Marías y Juan Benet. Siento que en Notre Dame de la Alegría hay párrafos que por su extensión y complejidad son un poco benetianos, pero me salieron espontáneamente».
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Trayectoria
Ana Rodríguez Fischer es catedrática de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, donde se doctoró con la tesis La obra narrativa de Rosa Chacel. De su atención a la novela española contemporánea nace el ensayo Por qué leemos novelas, y ediciones críticas de obras de José María Guelbenzu, Juan Marsé o Eduardo Mendoza.
Ha ejercido la crítica literaria durante décadas y, actualmente, en el suplemento cultural Babelia de El País. Otra de sus líneas de investigación es la literatura de viajes, con los ensayos Paseantes y curiosos (2010) y Trajinantes de caminos (2018).
En 1995 obtuvo el Premio Femenino Lumen por su primera novela, Objetos extraviados, a la que siguieron Batir de alas (1998), Ciudadanos (1998), Pasiones tatuadas (2002), El pulso del azar (2012), El poeta y el pintor (2014) y Antes de que llegue el olvido, en la que recrea el encuentro en Moscú de las poetisas Anna Ajmátova y Marina Tsvietáieva, obra que le valió el Premio de Novela Café Gijón 2023.