La obra, premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2020, llegó el mismo año en que Dylan nos sorprendió con un nuevo y excelente trabajo, Rough and Rowdy Ways. A sus casi 80 tacos –eso será en mayo y será seguro uno de las efemérides culturales de 2021–, el de Duluth no solo sigue caminando, es que lo hace con una dignidad y calidad alucinantes. ¿Pero necesitábamos un nuevo libro sobre Dylan? Sí y no. Hay unas cuantas y valiosas biografías aún por traducir que Albarrán, que también es músico, maneja y que sabe hacer suyas sin apropiarse de nada ajeno. Es bibliografía al servicio de una recreación, de un objetivo: trasladarnos de verdad a la atmósfera de ese pedazo de Manhattan tan molón, cultureta y bohemio visto desde los ojos de hoy y conocido como el Village (“el lugar perfecto para una mente inquieta interesada en el arte”), que en los años sesenta vivió un verdadero revival de la música folk.

Albarrán nos sumerge en sus calles y garitos, nos mete en sus caóticas casas, nos invita a sus mejores conciertos y nos presenta a los personajes esenciales de aquella función cuyo protagonista absoluto fue un Bob Dylan aprendiz de estrella, dispuesto a convertirse en un referente de la canción protesta un día y renunciar a ello al día siguiente, poniendo tanta energía en defraudar a sus primeros seguidores como en lograr triunfar tanto o más que los Beatles o los Rolling Stones.

Libro de viajes

El destino más obvio se localiza en Nueva York con algunas giras y excursiones al otro lado del Atlántico. Luego está el viaje personal, que arranca con un Dylan con cara de pan y pelo corto, y termina con otro de rostro afilado, gafas de sol y pelo cuidadosamente alborotado. El viaje musical empieza en la cama de un hospital cantando a su idolatrado Woody Guthrie demolido por la cruel enfermedad de Huntington y culmina en Nashville escribiendo a contrarreloj en el estudio las canciones que integran Blonde on Blonde, el último de esa trilogía sagrada de la música popular del siglo XX que completan Bring It All Back Home y Highway 61 Revisited.

La mutación artística no solo es la que implica abandonar la guitarra de palo y la armónica para abrazar los sonidos eléctricos del rock; es también el viaje que supone dejar atrás ese afán inicial de hacerse entender en sus denuncias, letanías de transparentes y crudos lamentos como un nuevo mesías (A Hard Rain’s A-Gonna Fall, Blowin’ In The Wind, Masters of War, The Lonsome Death of Hattie Carroll…) en pleno resurgir de un renovado interés por las baladas folclóricas y la lucha por los derechos civiles para ir poniendo el foco en una escritura torrencial y poética sembrada de metáforas, sueños, surrealismo y aliteraciones. Las canciones que más le interesan a Albarrán (Talking New York, Lay Down your Weary Tune, The Times They Are A-Changing, Ballad of a Thin Man, Desolation Row…) tienen su fino análisis que te impulsa a buscarlas y volver a escucharlas.

Sin duda la parte más original del libro, al menos para el lector español, es la primera mitad, antes de que suenen sus primeros clásicos (Mr. Tambourine Man, Like a Rolling Stone…) y la exégesis de las canciones acapare entonces más protagonismo, pero hay que llegar hasta el final para descubrir o redescubrir a ese Dylan, ya estrella global, que vacila a los medios como el mejor humorista.

Creo recordar que una vez leí a P.J. Harvey afirmar que cuando se hizo famosa sus padres le recomendaron que leyera las entrevistas que concedía Dylan en los sesenta. No sabemos si la Harvey aprendió a dar réplicas dadaístas en caso necesario, pero debió de pasárselo bomba con las gansadas del autor de Blood on the tracks. Costaba sacarle una declaración seria entre tanto sarcasmo. Mi preferida, entre las que recoge Albarrán, esa respuesta a un reportero de Los Ángeles que le pregunta por lo que más le interesa en la vida: “Bueno, tengo una colección de llaves inglesas; estoy muy interesado en eso”. Cuantos más disparates y sinsentidos, más fácil ocultarse y, sin embargo, más plumillas prestos a investigar cualquier frase, verso o movimiento del genio para desvelar el misterio.

El Judas del folk

El libro retrata también a cuantos le rodearon en aquellos años prodigiosos: Dave Van Ronk, Peter Yarrow, Phil Ochs, Pete Seeger, Albert Grossman, Edie Sedgwick, y sus parejas oficiales, claro, Joan Baez y Suze Rotolo. El circo del folk sesentero y más purista que conquistó Dylan es el mismo que se le volvió en contra en cuestión de un par de años. Casi de un día para otro nuestro hombre decidió que él no había llegado al negocio para liderar ningún movimiento social ni decirle a la gente qué causas son buenas y malas. No quería ser un profeta ni la voz del descontento. Eso se lo dejaba a Baez o Phil Ochs. “En 1963 era un héroe, en 1964 un enigma, en 1965 un traidor”, tal y como resumió Dorian Lynskey en su libro 33 revoluciones por minuto. Aquella traición a la canción protesta, que tan bien hizo cuando quiso, trajo, sin embargo, el mejor Dylan. Probablemente no volvió a despachar nada parecido a lo que hizo en 1965 y 1966, pero no dejó de acompañarnos y, lo que es más difícil, sorprendernos desde entonces hasta hoy mismo.

A boy walking. Bob Dylan y el Folk Revival de los sesenta

Jesús Albarrán Ligero

Editorial Fundación José Manuel Lara

400 páginas

22 euros