Ahora el reguetón va camino de llegar aún más lejos conquistando los gustos incluso de quienes apenas entienden las letras. Lo que no puede hacer el reguetón es pecar. Excepto que haga lo contrario y a estas alturas el gran Bad Bunny y compañía se pongan a respetar los mandamientos sexto y noveno, a saber, ni cometer ni pensar actos impuros. Eso sí que sería un escándalo, una provocación en toda regla, al menos para sus seguidores más lúbricos.

La edad de oro del bolero, en cambio, hay que buscarla en los años en que escribir sacudiendo la moral y las convenciones sociales podía tener consecuencias. Ese carácter hereje del bolero es, en buena medida, el elemento protagonista del libro que el profesor José Javier León le ha dedicado a este género y que le ha valido el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2022. Un estilo musical de origen cubano que de vez en cuando reaparece con fuerza. Lo hizo en el año 2000 en la voz de Nat King Cole gracias a la película Deseando amar de Wong Kar-wai o este mismo año con la versión que ha hecho Rosalía del Delirio de grandeza de Justo Betancourt.

Si hablamos del bolero como una religión musical blasfema, el obispo de Roma, el sumo pontífice, el jefe supremo, podría ser sin problema el mexicano Agustín Lara. En una entrevista concedida en 1960 el creador de Solamente una vez o Piensa en mí declaró: “No soy apocado para el pecado y amar ha sido el capital de los míos (…) Quiero morir católico pero lo más tarde posible”.

Por seguir con la cosa religiosa, en el credo del bolerista el paraíso se encuentra en esta vida y si hay que desmentir al mismísimo Dios se le desmiente y se hace desde el mismo título. Como en La gloria eres tú de José Antonio Méndez: “Dios dice que la gloria está en el cielo / que es de los mortales el consuelo al morir. / Desmiento a Dios, porque al tenerte yo en vida / no necesito ir al cielo tisú / si, alma mía, la gloria eres tú”. José Javier León pone este tema como ejemplo de que todo tiene un límite y ése puede ser desagradar a un sector del público cuando tu público es tan mayoritario. De ahí que Luis Miguel, sin ir más lejos, cante “bendito Dios” en lugar de “Desmiento a Dios”.

Si la gloria es la persona amada, el infierno es su ausencia. Aun así si el amante se muere y sube al cielo, toca esperar porque merece la pena: allí, entre nubes de algodón, el idilio puede ser eterno como reza la canción Espérame en el cielo, que Pedro Almodóvar (“tal vez el cineasta español cuya estética más le deba a este mundo musical desbordado”) utilizó en la versión de Mina para su película Matador.

José Javier León tiene casi siempre un bolero a mano para ilustrarnos. Da igual si el tema es la promiscuidad, la prostitución, el adulterio, el beso o las posturas en la cama. Entre los boleros del amor homosexual se detiene en Tú me acostumbraste del cubano Frank Domínguez al que le bastan un par de versos (“Yo no comprendía / cómo se quería / en tu mundo raro, / y por ti aprendí”) para convertirse en “el menos secreto de los boleros del secreto”. También hay un gran bolero, Vete de mí de los hermanos Expósito, para el amor entre parejas con amplia diferencia de edad, bolerazo que es aún más grande cuando el que lo canta es Bola de Nieve.

No hay rastro del amor entre mujeres pero sí hay compositoras lesbianas. Tampoco hay señales claras de humor en el bolero clásico que sí hay en la copla, aunque sus protagonistas no tengan muchos motivos para la guasa. Suelen ser amantes, madres solteras, mantenidas, queridas, echadas a perder, vengadoras, prostitutas, asesinas… “Son muchas veces mujeres escoradas que nos cantan, que nos gritan, desde los márgenes”, escribe Lidia García en su libro ¡Ay, campaneras!, donde demuestra, tirando de recuerdos familiares y con una buena galería de canciones, que “la copla fue a la vez lamento colectivo, repertorio de opresiones y forzosa tirada hacia delante”.

La ideología de la copla

¿La copla es franquista? La copla se fragua en la Segunda República y se canta en ambos bandos durante la guerra civil; luego, eso sí, la dictadura la hace suya y el sambenito que arrastra el género llega, para no pocos, hasta nuestros días. Obras como la de Lidia García ayudan a entender. No niega la autora, todo lo contrario, que hay canciones que han sido penosas “transmisoras de los valores patriarcales más adocenadores”. Ahí está, nos recuerda, canciones como La Ruiseñora, con la protagonista herida de muerte por el marido que aún saca fuerzas para decir eso de “tenedle, por Dios, clemencia / piedá tenedle los jueces, / que yo le he dao la licencia / para matarme cien veces”.

Y esa poética de la sumisión femenina es compatible con un catálogo sembrado de metáforas sexuales abiertamente contrarias a la doctrina nacional-católica o con personajes que representaban exactamente el modelo contrario a imitar. Canciones que traían asimismo, en palabras de García, “prendidos a sus entretelas ciertos ribetes de subversión o, al menos, de estrategias de resistencia que florecían cuando quien las cantaba mientras cosía, fregaba o vendimiaba las hacía suyas. A veces –el tarareo incesante de nuestras abuelas lo sabe– seguir adelante es también un acto revolucionario”. Esa naturaleza subversiva de la copla hace cima en Tatuaje, de Manuel Quiroga, Rafael de León y Xandro Valerio. Es, sin duda, la expresión de un deseo femenino pero al representar un amor clandestino ha encontrado y encuentra lecturas homoeróticas y del resto de colectivos tras las siglas LGTBIQ+.

Precisamente Tatuaje fue uno de los temas fetiche de Concha Piquer, cuya tremenda peripecia vital retorna últimamente a los libros. Si el año pasado fue Carla Berrocal quien nos contó en viñetas las alegrías y pesares del gran icono de la copla, este 2022 ha sido Manuel Vicent el que ha hecho posible que leamos su biografía como lo que fue: una novela alucinante poblada de mafiosos, boxeadores de renombre, novelistas de éxito internacional, actores de cine mudo, fascistas de nivel, dictadores, ministros, toreros, poetas, y toda ella entreverada de engaños y desgracias, de triunfos y riquezas.

Ambas obras, Doña Concha y Retrato de una mujer moderna, son de verdad formidables y ponen el acento en el mismo rasgo de su personalidad: su valentía para romper moldes, su coraje para ser la mujer libre y contestataria dispuesta a dirigir su carrera y su negocio acorde con su santísima voluntad. El relato de Vicent empieza en un Nueva York nevado y regido por la Ley Seca, en la víspera de navidad de 1924, cuando una Conchita de 18 años busca una farmacia en la que poder hacerse con una botella de vino. El vino es para brindar en nochebuena con otros españoles. Una velada resumida en un pasodoble –En tierra extraña– compuesto tres años después por Manuel Penella, el mismo músico y empresario que convenció a la madre de la Piquer para llevarse a su hija adolescente a cantar en los teatros de Broadway.

“Siempre he creído que un golpe de mar es lo más parecido al poder de la vida en el instante de nacer. A la niña Piquer habría que describirla con la fuerza de un oleaje”, escribe Vicent que no se cansa de recordarnos que el desgarro de su voz obedecía a las heridas del alma sufridas desde cría.

Carla Berrocal, por su parte, dibuja un prólogo a su tebeo que nos muestra algo que cuesta que creer en la España de los años veinte del siglo pasado: una menor poniendo firme al dueño de un teatro que se retrasa en los pagos. Lo cierto es que sin un carácter más bien sólido es complicado llevar con mano firme una compañía de casi medio centenar de personas. El mismo carácter que no toleraba y multaba las faltas de profesionalidad, que prefería pagar las sanciones correspondientes que cambiar la letra de una canción y que probablemente le llevó a ser más admirada o temida que querida. Cuando cantaba Ojos verdes prefería asumir el castigo y pagar quinientas pesetas para poder decir “apoyá en el quicio de la mancebía” tal como lo escribió su adorado Rafael de León en lugar del autorizado por el régimen “apoyá en el quicio de tu casa un día”.

“Dicen que las folclóricas”, le hace afirmar Vicent en el tramo final de la novela, “somos muy antiguas, pero yo me considero una mujer moderna porque en esta vida he hecho lo que me ha dado la real gana. Tal vez en el futuro venga gente con estudios que descubrirá el valor de la copla”. Ese momento llegó primero con intelectuales como Manuel Vázquez Montalbán o Terenci Moix, y todo apunta a que sigue vigente entre las nuevas generaciones.

Bolero. El vicio de quererte
José Javier León
Fundación José Manuel Lara
200 páginas
19,90 euros

¡Ay, campaneras! Canciones para seguir adelante
Lidia García García
Plan B
272 páginas
17 euros

Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
Alfaguara
224 páginas
18,91 euros

Doña Concha. La rosa y la espina
Carla Berrocal
Reservoir Books
192 páginas
17,95 euros