En Llego con tres heridas, Violeta Gil (Segovia, 1983) se plantea una investigación en toda regla –aunque “nada metódica”– que empieza en Cheles, el pueblo extremeño de José, su padre, y acaba en Hoyuelos, la localidad segoviana que sus padres eligieron para dejar Madrid, recién licenciados, poco después de morir Franco y estrenar así la libertad de vivir en una suerte de comuna en un pueblo de cien habitantes. Entre medias, preguntar y preguntar a su madre y a su abuelo paterno y a quienes conocieron e intimaron con él especialmente en los meses previos a que decidiera quitarse la vida, escudriñar cuanto dejó escrito para entender, para poder cerrar la herida, pasar el duelo y seguir adelante. Y ponerlo negro sobre blanco: “Escribir un libro para que alguien pueda morir y también quedarse”.

A la autora la familia le mantuvo en absoluto secreto las razones de aquella muerte. Creció hasta los quince años pensando que murió congelado dando un paseo por la montaña. La verdad lo cambió todo y muchas cosas vividas empezaron a cobrar otro sentido. Hacer terapia y una estancia en la Universidad de Iowa le ayudaron a verbalizar y también a poner por escrito, por primera vez y en inglés, lo mucho que necesitaba hablar de su padre, y del amor, la muerte y el sexo. Y de su madre, claro: “Nos quedamos en dos terrenos separados por una sima. Mi cuerpo experimentó una falla interna. No sabía cómo reaccionar ante su amor, ni cómo amar a nadie”. Sí sabía una cosa: ella, Violeta Gil, hizo que su madre quisiera seguir viviendo.

De empezar de cero, de aprender a vivir de nuevo cuando la muerte de los tuyos (tu padre, tu hermana gemela) te sacude como el peor de los terremotos sabe bien Inma Chacón (Zafra, 1954), que en su último libro nos abre la puerta de El cuarto de la plancha. Es la habitación que ocupó en el hogar materno cuando hace tres años, en pleno confinamiento, el cuerpo de su madre, de 95 años, anunciaba una rendición inevitable. Como la madre de Gil tras la muerte del padre, la de Chacón encontró en sus nueve hijos la razón más poderosa para continuar viviendo. Ella sí tenía edad suficiente para darse cuenta de que aquel desastre les dejaba mucho más que huérfanos de un padre muy querido, que era además alcalde de Zafra en los años sesenta. Fue también “lo que nos arrancó de nuestra tierra y nuestro hogar”: lo que viene siendo, pasado el tiempo, el paraíso perdido. Al cabo de siete meses y con las nueve criaturas, partió la matriarca del clan con destino a Madrid en 1966.

Casi seis décadas después, la madre se apaga de forma irreversible y la memoria empieza a fallarle. Chacón decide entonces “enhebrar su memoria con la mía”, rememorar con ella historias y anécdotas para que el libro las contenga y haga las veces de cofre en el que guardarlas como un tesoro. Entre las enseñanzas de la madre, entre las alegrías y triunfos de una familia numerosa que se quiere, se cuela el dolor de las heridas citadas. Porque la inminencia de la muerte en la habitación de al lado trae el recuerdo inevitable del final del padre y la desaparición brusca de su gemela Dulce, autora de La voz dormida, en 2003, en el momento de mayor éxito de su trayectoria literaria. El cuarto de la plancha tiene algo también de trastienda creativa de la escritora que publica su primera novela dos años después de perder algo más que una hermana. “Debería haber una ley que dijera que los gemelos se tienen que morir juntos”, le dijo Dulce pocos días antes de morir. “Desde que ella se fue, hemos sido dos en una sola mitad”. No hay nombres propios en esta narración y tampoco los necesita.

Libros de aprendizajes vitales que dejan entrever la historia reciente de España al tiempo que saltan del campo a la ciudad y viceversa. Libros íntimos y emotivos que nacen de heridas como las que escribió Miguel Hernández en su breve poema y cantó por primera vez Joan Manuel Serrat hace justo medio siglo. “Llegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida”.

Llegó con tres heridas

Violeta Gil

Editorial Caballo de Troya

208 páginas

14,16 euros

El cuarto de la plancha

Inma Chacón

Editorial Contraluz

368 páginas

21,95 euros