Lo hace con Narcopiso (Alrevés), una novela que demuestra que el autor madrileño está en plena forma y en la que lleva a su máxima expresión su inconfundible estilo. La obra se adentra en un Madrid ignoto, agreste, un universo invisible, y no por no estar ahí, sino por estar demasiado lejos del foco. Parece que Madrid es el Yin-yang limitado a Chamberí o La Cañada Real, pero entre ambos universos hay un sinfín de otros Madrides, en los que no es oro todo lo que reluce, si es que reluce algo. Es el Canillejas de Narcopiso, el barrio del autor, pero también el de Tetuán o el de Usera, Fuencarral y tantos otros, que además encuentran numerosos homólogos a lo largo de toda la geografía nacional.

Mostrarnos la realidad del barrio madrileño (y por extensión, español) menos conocido, el del obrero y del yonki y del inmigrante y de las mafias, sin caer en el costumbrismo pero con una particularísima lente, es una de las grandes habilidades del Rosendo de la novela negra (permítanme el símil, teniendo en cuenta que para un servidor el de Carabanchel es dios uno y trino). Sus personajes son desheredados y desventurados, por circunstancias vitales, pero también por su propia mano. Así, en sus páginas transitan personajes del lumpen, personas sin oficio ni beneficio, expolitoxicómanos como el Pirri, el Araña, el Perla o el Tijeras, que viven de pensiones no contributivas y de encargos turbios o de pequeños hurtos, pero que, en paralelo, se rigen bajo un insólito código ético; uno que muchos otros quisieran para sí. Es ese extraño sentido de la justicia y de pertenencia a la comunidad el que da comienzo a esta novela y que va enredando todo hasta desembocar en una trama oscura y violenta.

Pero en Narcopiso también conviven los otros desheredados, los currelas honrados, los que no pueden disfrutar de su jubilación por culpa de las mafias, esa gente desencantada de un sistema que los deja de lado y que, como toda su vida, han tenido que sacarse las castañas del fuego por su cuenta y riesgo. También hay polis rectos, cuyo sentido del deber y de servicio a la sociedad está por encima de todo. Estos, unos y otros, son los que dan esperanza al relato. En la otra cara de la moneda está la lacra: los narcos, las mafias y también los que están de este lado de la ley, pero que la utilizan para campar a sus anchas. Son estos últimos, los corruptos, los que rompen la baraja, los que mandan a tomar por saco el trabajo y la honorabilidad de los demás. Por lo menos, los que pertenecen al hampa van de frente: sabes a qué atenerte con ellos.

Da Gómez Escribano a Narcopiso una agilidad encomiable. Narrado en primera persona por el Pirri, la obra va desenvolviéndose a través de las cuitas de sus propios personajes, a los que el autor dota de una profundidad filosófica y existencial considerables. En paralelo, deja para la galería su vastísimo conocimiento sobre la novela negra, obligando al lector a apuntar sus recomendaciones a través de las conversaciones e intercambios entre el protagonista y el Cortecín.

En definitiva, Paco Gómez Escribano muestra a los forasteros una realidad que no se ve, que no se palpa; una realidad incómoda para la gran mayoría, pero que está ahí, aunque miremos hacia otro lado. Un mundo en el que la frontera entre el bien y el mal es mucho más difusa que en otros lugares. Traspasarla, en ocasiones, es una cuestión de supervivencia.