Por encima de todo, Serrano busca sorprender y divertir. Lo hace, claro está, con sentido del humor y enfoques imprevisibles pero sin renunciar –y eso es realmente meritorio– a una apabullante y pormenorizada cantidad de datos, que en sus manos no resultan casi nunca disuasorios. De inicio, acierta al contarnos las hazañas y cagadas de los grandes nombres en formato de pregunta-respuesta. Otro hallazgo es que no te esperes casi ninguna de las cuestiones que encabezan cada capítulo. Ejemplos: ¿Era Kobe Bryant un capullo? Si el Karl Malone de 1997 y un oso se intercambiaran las vidas durante un temporada, ¿quién de los dos se adaptaría mejor? Si pudieras hacer un mate en la cara de alguien, ¿a quién elegirías?

Jordan, homo superior

Otros dos dardos que dan en el centro de la diana son el modo en que colorea sus libros, con las iconoclastas ilustraciones de Arturo Torres, y lo en serio que se toma profundizar en la respuesta a todas las preguntas que formula por chorras que parezcan o sean. No es el caso de la primera de todas –¿En qué año fue Michael Jordan la mejor versión de sí mismo? o dicho de otra manera: ¿Cuándo jugó mejor el mejor jugador de todos los tiempos?– , cuya lectura resulta apasionante y un complemento ideal a El último baile, la serie documental en diez episodios que ha emitido Netflix este año. Serrano nos lleva, con los datos en la mano, a entender la diferencia entre el Jordan excelente, el Jordan sensacional, el Jordan asombroso, el Jordan inconmensurable y el mejor de todos ellos, el Jordan como “homo superior”, para acabar aclarando algo que ya sabemos todos sus admiradores: que el “dios Jordan fue un gigante pero el demonio Jordan fue el más grande”.

Escribe Serrano con la ligereza y la gracia del Nick Hornby futbolero pero con más mala leche. En realidad, su escritura recuerda aún más al David Foster Wallace que se obsesiona de forma enfermiza con un partido de tenis o con la filmografía de David Lynch. Como sucede con los ensayos del autor de La broma infinita, acompaña sus múltiples variaciones sobre cualquier tema con un aparato de notas que no puedes pasar por alto a riesgo de perderte, a veces, su lado más gamberro. Ese lado que nos invita a elegir las mejores partes de diferentes jugadores para construir un “Frankenjugador”: considera, y hace bien, tan importantes la habilidad en el tiro o el poderío protector bajo los aros que la cabellera o el pene. Sobre la cuestión fálica, duda entre quedarse con la resistencia de la herramienta de Wilt Chamberlain, que presumía de haberse acostado con 20.000 mujeres, o el aparato “inmaculado” de A.C. Green, que terminó su carrera en la NBA siendo virgen.

Aunque parezca increíble, de verdad que no hace falta seguir al día la NBA ni conocerla en profundidad para disfrutar de este libro. Basta con que te guste el baloncesto, te suenen los nombres principales, tengas acceso a Youtube y admitas que desde que Larry Bird y Magic Johnson reinventaran aquella liga en los primeros ochenta y la convirtieran en algo de interés planetario, hay pocos espectáculos como el que allí despliegan cada año los equipos en liza sobre una cancha. De hecho, uno de los capítulos más disfrutables es el dedicado a desentrañar la identidad del responsable de los mejores mates de la historia. El veredicto de Serrano es poco discutible: Vince Carter, de quien pondera no solo que recuperara al inicio de este siglo el interés de los concursos, sino su habilidad para hacer este tipo de canastas en juego. Entre sus hitos, celebra el mate que le hizo a Francia en los Juegos Olímpicos de 2000 por encima de un jugador de 2,18 metros.

Mates insolentes

Sin salir de los mates, se marca un capítulo de antología, nunca mejor dicho, seleccionando 16 y determinando en cada uno de ellos el grado de insolencia con que fueron ejecutados. Eso le lleva a estudiar el nivel de dificultad, el gesto posterior al mate, la resistencia que opuso el defensor, si entre ambos había asuntos pendientes e incluso la reacción de los demás. En lo alto del podio, 100 por 100 de insolencia, el mate de Scottie Pippen frente a Pat Ewing un 20 de mayo de 1994. Escribe Serrano que después de la hazaña, Pippen caminó por encima de Ewing, le dijo a Spike Lee, que gritaba en un lateral, “siéntate, coño”, y se distanció del tumulto provocado “como el Joker en El caballero oscuro después de volar un hospital”.

Cuanto más provocador y caprichoso se muestra Serrano en sus argumentos a favor o en contra de un jugador, más brillante resulta. No tiene piedad con Kobe Bryant y resulta convincente cuando nombra a Bill Laimbeer el mayor villano. Para esto último no vale cualquiera: hay que ser inteligente, disfrutar siendo malo, burlarse del contrario, aportar al equipo o cebarse con determinados equipos/jugadores. Poca discusión suscita la elección de Laimbeer, uno de los bad boys de los Detroit Pistons, un tipo siempre dispuesto a pegarse… y a ganar anillos de campeón. Experimentamos, en cambio, cierta decepción cuando el autor repasa los mejores peinados sobre el parqué y comprobamos que el precursor estilo afro de Julius Earving, Dr. J, gloria absoluta de los Philadelphia 76ers, no goza de un mayor reconocimiento.

Acostumbrados pues a que Serrano entre tan a fondo en los temas más insospechados del universo de la canasta, que no negaremos algo de chasco al pasar tan de puntillas por los rituales previos al lanzamiento de un tiro libre. Mis favoritos: Karl Malone hablando idiomas desconocidos y Dirk Nowitzki cantando para sí una canción de David Hasselhof. Ojalá deje para un segundo volumen otros asuntos igual de relevantes como quién son los mejores famosos que se sientan en la primera fila o cuáles son las mejores cosas que puedes comer en un estadio. Lo esperamos con ilusión. De verdad.


Baloncesto (y otra hierbas)
Shea Serrano
Traductor: David Fernández
Editorial Contra
240 páginas
21,75 euros