Escrita en el siempre muy personal tono de Georges Perec (París, 1936 – 1982), el libro tiene su origen en la propuesta que en 1978 el Instituto Nacional Audiovisual de Francia hizo a Robert Bober y al propio Perec para realizar la película que se estrenaría en 1980 con el título Relatos de Ellis Island, historias de errancia y esperanza.

Ese mismo año se publicaría en Francia el texto, hasta ahora inédito en España, que en la presente edición cuenta con prólogo de Pablo Martín Sánchez y traducción de Adolfo García Ortega y subraya la importancia que tuvo para el autor la confrontación directa en 1978 y 1979 con el lugar mismo de la dispersión, del encierro, de la errancia y de la esperanza.

Ese peculiar islote aúna todos esos conceptos. Perec conjura, a través de un texto con una fuerte carga poética, –de hecho, Descripción de un camino, la segunda parte de la obra, es un poema en prosa–, a los 16 millones de personas que entre 1892 y 1924, entre cinco y diez mil cada día, allí desembarcaron con la esperanza de convertirse en estadounidenses. Los registros confirman que el 17 de abril de 1907 fue el día que recibió, con 11.747 personas, a mayor número de inmigrantes. Se estima que más de 100 millones de estadounidenses son descendientes de la inmigración de aquellos años.

En el comienzo del libro, Perec escribe: “A partir de la primera mitad del siglo XIX, una extraordinaria esperanza sacude Europa: para todos los pueblos aplastados, oprimidos, sometidos, sojuzgados, masacrados, para todas las clases explotadas, hambrientas, devastadas por las epidemias, diezmadas durante años por la escasez y la miseria, una tierra prometida empieza a existir: América, una tierra virgen abierta a todo el mundo, una tierra libre y generosa en la que los condenados del viejo continente podrán convertirse en los pioneros de un nuevo mundo, en los fundadores de una sociedad sin injusticias ni prejuicios”.

Una factoría

Pero no era oro todo lo que relucía. De hecho esa estrecha lengua de arena lindante con la entonces recién inaugurada Estatua de la Libertad era popularmente conocida como La Isla de las Lágrimas. Los que llegaban allí tras una travesía de tres o más semanas, a menudo en unas condiciones deplorables, eran sometidos a un minucioso examen médico. Los que presentaban enfermedades contagiosas eran automáticamente rechazados y devueltos a su país de origen. “Ellis Island no será más que una factoría para fabricar americanos, una fábrica para transformar emigrantes en inmigrantes, una fábrica a la americana, tan rápida y eficaz como una charcutería de Chicago”, escribe el autor.

Los recién llegados que superaban esa inspección pasaban a otra estancia en donde en dos decisivos minutos eran sometidos a un interrogatorio de 29 preguntas. En esos 120 segundos el inspector decidía si la persona en cuestión podía o no ingresar en el paraíso. Si bien es cierto que solo el dos o tres por ciento fue rechazado, también lo es que los que se quedaron fuera superaron el cuarto de millón, de los que algo más de tres mil se suicidaron. Como constaba en los registros de admisión, eran automáticamente rechazados los polígamos, los criminales, los anarquistas y quienes presentaban enfermedades infecciosas.

Como sigue relatando Perec, no todos los viajeros estaban obligados a pasar por Ellis Island: “Los que disponían de suficiente dinero para viajar en primera o en segunda clase pasaban rápidamente la inspección a bordo por un médico y un funcionario y desembarcaban sin problemas. El Gobierno federal estimaba que estos emigrantes tendrían con qué satisfacer sus necesidades y no supondrían una carga para el Estado. Los emigrantes que estaban obligados a pasar por Ellis eran los que viajaban en tercera clase, es decir, en la entrecubierta, en realidad en la bodega, por debajo de la línea de flotación, en grandes dormitorios corridos sin ventanas, sin apenas ventilación y sin luz, donde dos mil pasajeros se amontonaban sobre jergones a modo de literas. El viaje costaba diez dólares en la década de 1880 y treinta y cinco después de la guerra de 1914. Duraba alrededor de tres semanas. La alimentación consistía en patatas y arenques”.

Breve y extraordinario

Ellis Island… Flota sobre el libro de Perec el fantasma de aquel lugar conjugando una potente carga poética y un fuerte valor simbólico. Conceptos como desarraigo, supervivencia y exilio, tan presentes en el texto, adquieren al observar el muchas veces dramático flujo migratorio de quienes dejan atrás su país en busca de un destino mejor, una triste y dura actualidad.

En el prólogo de esta edición, que incluye documentación gráfica, Pablo Martín Sánchez concluye: “El gran mérito de este texto tan breve como extraordinario consiste en que logra trasladar esa experiencia al lector, concerniéndolo, fascinándolo e implicándolo a él también, obligándolo a revisar y cuestionar su propia historia y su propio concepto de la memoria. Porque Ellis Island no deja de ser, en última instancia, un libro sobre la ruina: la ruina física de lo que fue un lugar de esperanza y desesperación, la ruina moral de una sociedad que pone puertas al campo y convierte la memoria en un parque temático”.

Hijo de inmigrantes judíos de origen polaco, Georges Perec quedó huérfano muy pronto: su padre murió luchando contra los alemanes en el Ejército francés en 1940 y su madre nunca regresó de Auschwitz, a donde fue deportada en 1943. Figura fundamental de las letras francesas durante el siglo XX, fue sociólogo de formación y colaboró desde joven con numerosas revistas literarias. Tan ecléctico en su visión del mundo como en su quehacer profesional, fue ensayista, dramaturgo, guionista de cine, poeta y traductor, así como miembro destacado del grupo literario parisino OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle) dirigido por Raymond Queneau y François Le Lionnais. Con su primera novela, Las cosas, obtuvo el Premio Renaudot e inauguró una brillante carrera literaria a lo largo de la que cosechó también, entre otros, el Premio Médicis en 1978 por su inolvidable La vida instrucciones de uso.

Ellis Island

Georges Perec

Prólogo de Pablo Martín Sánchez. Traducción de Aldolfo García Ortega

Seix Barral

96 páginas

15 euros / ebook 7,99