No es ésta la primera experiencia difícil que la autora convierte en material literario. Antes había escrito sobre la maternidad provocando la ira de muchas mujeres en Inglaterra, donde reside. Fue con el libro, aún sin traducir, A life’s work.

El nacimiento de su primera hija primero y la ruptura con su pareja una década después no solo cambiaron su vida, también su forma de escribir. Hasta entonces solo había publicado obras de ficción como La salvación de Agnes; después de ese momento combinaría rasgos de ambas maneras de afrontar la narración convirtiéndose en una de las figuras más celebradas de la autoficción gracias a la celebrada trilogía que conforman A contraluz, Tránsito y Prestigio, escritas entre 2014 y 2018. Cusk ha declarado alguna vez que, al menos a ella, la novela no le sirve para explicar determinadas realidades vividas que quería contar.

No hace falta apelar a la caricatura de la película La guerra de los Rose para saber que hay separaciones que generan trincheras. Otras cintas, con afán más realista, como Secretos de un matrimonio, Kramer contra Kramer, Maridos y mujeres o Historia de un matrimonio, estrenada el año pasado, no han endulzado un ápice las miserias que desata el fin de una convivencia, a veces con los hijos como principales víctimas colaterales. Habiendo tan buenos ejemplos en la gran pantalla, Cusk no tira de cine para ilustrar sus reflexiones; prefiere para eso utilizar los mitos griegos y sus relatos.

Rachel Cusk.

Otra diferencia es que tampoco le interesa contar cuáles son las posibles causas del desastre. De hecho cerramos el libro sin saber por qué se separa de su marido. En su lugar opta por denunciar prejuicios y desigualdades que aún perduran como cuando escribe que “un hombre no comete ninguna herejía en particular contra su sexo por el hecho de ser un buen padre, y trabajar es parte de lo que hace un buen padre. La madre trabajadora, en cambio, tiene que trasladar continuamente a la vida cotidiana el papel que se le ha asignado en los mitos fundacionales de la civilización: por eso no es de extrañar que esté un poco agobiada”.

La custodia de las hijas protagoniza el primer conflicto. Surge porque su marido renunció a su trabajo de abogado para asumir la crianza de las pequeñas y Cusk, por su parte, rehusó a asumir en exclusividad esa tarea que le venía de fábrica. Por ese motivo, él cree que ahora tiene más derecho que ella a quedarse con las niñas y la acusa de falsa o mala feminista. Con la separación, pues, aflora la idea de que él ayudaba en casa mientras ella cumplía con su deber: la desigualdad con todas las letras. Las ayudas, como ella se encarga de aclarar, se producen cuando alguien desempeña obligaciones que no entran en su esfera de responsabilidades. Son “las viejas ortodoxias” que cuesta tanto cambiar.

Siendo ésta una obra redactada en caliente, no se recrea en el detalle escabroso y, aunque no evita la autocrítica poco piadosa y la crudeza de unas cuantas situaciones, describe con prosa incisiva y elegante, con la mayor objetividad posible, los encuentros con los amigos que tratan de dar consuelo, un cumpleaños familiar en el que se presenta como la primera divorciada del clan o su relación con un extraño inquilino al que alquila una habitación de su casa.

De estructura, el libro es una sucesión de descubrimientos tras estrenar otra forma de estar en el mundo: descubrir que la pareja que tanto te quiso ahora te odia (“era como si estuviera lleno de una sustancia que no era suya, contaminado, como la costa teñida de negro por un vertido de petróleo” llegando a cubrir “a las niñas de alquitrán, como las cabezas sedosas de las aves costeras”), descubrir que puedes perder el apetito o pasar las noches en vela llorando; pero hay otros hallazgos que compensan: que hay matrimonios duraderos que reparan demasiado tarde en que no han llevado –por culpa del otro– la vida que habrían querido y, sobre todo, que la vida sigue, que cuando te sacan una muela los molares cercanos aprenden y se adaptan para salir adelante con esa ausencia. O, utilizando el símil predilecto de la autora, que no hay rastrojo malo, que ese resto de la caña que queda tras la siega es la base sobre la que se siembra la nueva cosecha.

Despojos

Rachel Cusk

Traductor: Catalina Martínez Muñoz

Editorial Libros del Asteroide

176 páginas

17,95 euros