Vuelve pues, y tristemente, a cumplirse el tópico: con frecuencia se olvida a los mejores. Sirvan estas palabras para contribuir, aunque sea muy humildemente, a la ruptura de ese inexplicable, inaceptable, silencio.

Digámoslo cuanto antes: a Nigel Dennis, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Saint Andrews y uno de los expertos mundiales en el estudio de las vanguardias del siglo XX, España le debe mucho. Se lo debe la cultura española en general, de la que siempre fue un embajador perseverante, y la literatura en particular, de la que era un conocedor y defensor lúcido y profundo.

Reconciliación

Apenas hace unos meses, en Madrid, volvía a comentar que en la reconciliación tras la Guerra Civil la literatura había jugado un papel primordial. Él lo había comprendido muy pronto y ya muy joven levantó algunos de los tratados más clarividentes sobre, por ejemplo, Bergamín y Giménez Caballero. Textos que sirvieron para comprender mejor la necesidad de avanzar y aliarse con la comprensión y el reencuentro.

Amigo de sus amigos, cultivó relación con buena parte de los intelectuales españoles «de fuera y de dentro», como Max Aub, Gómez de la Serna o Ramón Gaya, al que en la actualidad dedicaba buena parte de su tiempo a la hora de cerrar, con la ayuda de la viuda del pintor, el tomo segundo de sus obras completas.

Socarrón

«El arte y la poesía mejoran la vida y hasta pueden salvarla», decía socarrón quien nos la salvaba a todos los que en algún momento hemos tenido la suerte de conocerle.

A los 63 años, -¡qué pronto nos hemos quedado sin su inteligencia, su humor y su afecto!-, se ha ido el martes pasado en Glasgow. Su ausencia nos aboca a su recuerdo.

Como ha comentado esta misma mañana desde le emoción el escritor español Andrés Trapiello, «no conozco a nadie que habiendo tratado a Nigel Dennis, aún de modo somero, no tuviera de él una opinión sin mácula… era el hombre en el que se aunaba un cultivo profundo del ser interior y un convencimiento de la sencillez natural de vivir».  Aquello que Juan Ramón Jiménez llamó «aristócrata de intemperie».