Sociológico, sí, argumenta el autor, pues un elevado porcentaje de los caminantes que hoy día lo recorren lo hacen buscando una espiritualidad individual más que cristiana. De él se ha dicho y escrito de todo y se han analizado con lupa científica sus más diversos aspectos, pero nunca se le había dado voz para que pudiese contarnos sus vivencias acumuladas a lo largo de los siglos. 

Como señala el autor, los caminantes que cada año transitan sus diversos trazados lo hacen ajenos a los relatos que esconden sus rincones, “ignorando que al caminarlo, como las gotas de un río, pasan a formar parte de una eternidad que pervive continua desde hace mil doscientos años”. 

Respetando el rigor histórico, al tiempo que recoge la cronología del Camino en los primeros siglos de su existencia, el texto desgrana la historia de una península que es, a la vez, parte esencial de la historia de la vieja Europa.

En primera persona

En sus primeras páginas y en primera persona, el libro habla: “En los últimos lustros, eruditos de diferentes países han tratado de descubrir cualquier dato referente a mis orígenes, a las circunstancias de mi creación o a quienes pudieron ser las personas que me dieron vida, pero no han tenido fortuna, pues hasta la más leve referencia a mis comienzos se ha perdido en el tiempo, cómo pétalos en los vientos del invierno. Muchos han defendido que mi eternidad estaba ya marcada en las estrellas, pero lejos de toda soberbia prefiero creer que fue una arbitrariedad del azar la que hizo de mi destino una meta universal. ¿Quién podía suponer hace mucho más de mil años –me sorprendo solo con decirlo–, que millones de voluntades humanas confluirían, aun con intenciones diversas, en dirigir sus pasos hacia una misma dirección?”.

Más allá y más arriba convierte al Camino en narrador para que sean sus palabras, labradas con el cincel del tiempo, las que nos transporten a través de los siglos a revivir momentos históricos, épicos, pero también íntimos y humanos de los protagonistas anónimos y conocidos que le han dado vida. 

“Cuando se tienen tantas cicatrices marcadas por los siglos como las que surcan mi rostro, uno no necesita halagos de nadie ni busca falsos reconocimientos. He vivido demasiadas experiencias, gloriosas y trágicas, hermosas y amargas, intensas todas, como para poder mirar a la verdad de frente y asumirla con tranquilidad”.

Porque desde que el noroeste de la península comienza a ser destino de peregrinos procedentes de los rincones más diversos de Europa, allá rondando el primer milenio de la Era Cristiana, al aire de los distintos trazados van surgiendo obras arquitectónicas, –unas para significar la fe de quienes caminan:  iglesias, monasterios, catedrales… otras para hacer más leve el Camino, ya hospitales, albergues, puentes o sencillos cruceros que indican la buena senda– y en todos esos escenarios surgen historias. Esas que nutren el documentado e interesante volumen que nos recuerda que, aun hoy, numerosos caminantes siguen usando el saludo medieval ultreia, a lo que se responde et suseia, expresiones cuyo significado no es otro que ‘más allá y más arriba’.

Más allá y más arriba

Historia de los primeros peregrinos del Camino de Santiago

José Antonio Vázquez Taín

Espasa

496 páginas

24 euros