Sin embargo, como señala su autor, este libro no es en sentido estricto una biografía de Mield, pues a lo largo de los capítulos con frecuencia cede el protagonismo a distintos individuos y a historias y procesos que no están directamente vinculados con él, pero sin los que no se puede comprender el expolio en toda su magnitud.

Por sus páginas pasan jerarcas nazis, financieros y especuladores, militares, marchantes y galeristas, prestigiosos historiadores del arte, mafiosos, aventureros de distinto pelaje, contrabandistas… toda la turba humana que participó de una u otra manera en el expolio y su posterior dispersión. “También algunos notables franquistas, añade Martorell en ese recuento, y varios joyeros y galeristas madrileños”.

A gran escala

La utilización del arte como arma de control y propaganda que supuso la represión sistemática de la innovación y las vanguardias calificadas como “arte degenerado”, -sólo en 1938 fueron eliminadas de los museos germanos 16.000 obras así consideradas-,  fue acompañada de un proceso de saqueo a gran escala.

El 6 de agosto de 1942, en el curso de una conferencia de comisarios y comandantes militares en Berlín, el mariscal Göering, uno de los mayores depredadores, lo dejó muy claro: “Sí, pretendo saquear, y hacerlo a conciencia”. Y vaya si lo cumplió.  

No es fácil ponerle números concretos a este robo sistemático y sin precedentes, pero quienes han dedicado décadas a estudiar y cuantificar las terribles dimensiones del tema, -entre ellos la historiadora estadounidense Lynn H. Nicholas, autora de El saqueo de Europa y los historiadores Jonathan Petropoulos y Robert M. Edsel, que puso en libro la historia de The Monuments Men-, coinciden en señalar que el número de obras sustraídas por los nazis, de muchas de las cuales no se ha vuelto a saber jamás, superan los cinco millones: Sí, ¡cinco millones!

El Tercer Reich expreso a través del arte su voluntad de dominio. La definición de un canon artístico nacionalsocialista y la purga de las obras tachadas como degeneradas fueron paralelas a la persecución de judíos y disidentes en los años previos a la guerra. “Durante la contienda el expolio contribuyó a exhibir la hegemonía alemana en Europa. Con este fin, los líderes del Tercer Reich crearon una compleja maquinaria cuya misión consistió en trasladar a Alemania una parte considerable del capital cultural europeo”.

Para lograr este objetivo requisaron los bienes de aquellos a quienes señalaron como enemigos, pero también realizaron compras sistemáticas y masivas de obras de arte en los territorios invadidos, en condiciones económicas muy ventajosas impuestas por la fuerza. “Como no tenían que dar cuenta nadie se llevaban lo que querían cuando querían de donde querían y como querían”, recuerda el historiador.

Los gobiernos aliados consideraron que las requisas y compras masivas constituían las dos caras del expolio, y que a través de ambas Alemania había esquilmado el patrimonio cultural nacional de los países ocupados. Bajo esta premisa, comenta Martorell, no sólo fueron víctimas los individuos que perdieron sus bienes, sino también los estados saqueados. “Para explicar el expolio en toda su complejidad he creído útil partir desde esta perspectiva dual que, además, permite entender algunos de los problemas que arrastró la restitución de los bienes expoliados en la inmediata posguerra”.

La realidad es que han pasado setenta y cinco años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y ochenta y siete desde que los nazis llegaron al poder y no hay semana que no aparezca alguna noticia sobre reclamaciones de las víctimas del expolio o de sus descendientes a estados o museos de todo el planeta, para recobrar las obras robadas durante la contienda. El expolio y sus secuelas siguen estando muy presentes en la vida cultural de hoy en día.

Poder y ánimo de lucro

¿Cómo llevó a cabo el Tercer Reich este saqueo de obras de arte, el más grande de la historia? ¿Cuáles fueron sus vínculos con la Shoah? El expolio nazi analiza en detalle el funcionamiento de la gran maquinaria rapiñadora dirigida por Adolf Hitler y Hermann Goering, e integrada por profesionales de distintas disciplinas que, lejos del amor al arte, en su gran mayoría actuaron por afán de poder y ánimo de lucro, impulsos que alentaron un elevado grado de violencia y de corrupción.

Como apunta Francisco Martorell, catedrático de Historia de la UNED, “Alois Miedl, marchante de Goering, fue uno de los protagonistas de aquella trama. A través de su vida, este libro explica en qué consistió el expolio nazi. También qué papel desempeñó España en la dispersión de los bienes saqueados, pues Miedl halló aquí refugio al acabar la guerra e introdujo de contrabando un número indeterminado de pinturas cuyo paradero aún hoy desconocemos. No fue el único: por aquellos días, los contrabandistas de arte procedentes del Tercer Reich campaban por España con la complicidad de la dictadura franquista y en varias galerías del país podían hallarse pinturas procedentes del expolio”.

Aunque no se sabe qué cantidad de arte entró de contrabando en nuestro país, El expolio nazi sostiene que fue un número importante porque, entre otras muchas evidencias, España rompió relaciones diplomáticas con Alemania el 5 de mayo de 1945, sólo tres días antes de que el Tercer Reich capitulase, “y esa situación facilitó hasta el último momento la especulación. Y en la posguerra oficialmente se hizo la vista gorda a conocer con detalle el tráfico clandestino de obras de arte cuando eran nazis los implicados. No hubo interés en conocer el arte producto del contrabando y en perseguir a los contrabandistas entre los que figuraban personalidades importantes. No es atípico que Miedl siguiera comerciando con obras de arte después de la guerra. La mayoría de los marchantes que colaboraron con los nazis en el expolio siguieron ejerciendo su vergonzoso oficio en la posguerra”.

El interesantísimo libro de Francisco  Martorell desvela muchas de esas claves, aunque concluye con un inquietante: “Han pasado tres cuartos de siglo desde que acabara la Guerra Mundial y la figura de Alois Miedl, que falleció a los 87 años en Múnich en 1990, sigue rodeada de un hálito de incertidumbre”.