Habla. Su voz resuena y el mundo se hace eco del pensamiento y actividad de Sami Naïr. Hijo de un militar del ejército francés, nació accidentalmente en Argelia hace 64 años, “aunque a los seis meses ya vivía en Francia”, y es hoy referente cultural y sociológico y una de las voces europeas más respetadas a la hora de analizar la inmigración y los movimientos migratorios. Ha publicado centenares de artículos periodísticos sobre el tema y es autor de una abundante bibliografía cuya última entrega titula La Europa mestiza.

Doctor en Filosofía Política y en Letras y Ciencias Humanas por la Sorbona y catedrático en Ciencias Políticas de la Universidad de París, ha ejercido como experto de la Comisión Europea, asesor del ministro del Interior francés en integración de los inmigrantes, delegado interministerial en Migraciones Internacionales y Codesarrollo, (concepto del que ha sido creador), diputado europeo y consejero de Estado. Ligado a España desde hace décadas, “vine por primera vez en 1970 y desde 1990 paso épocas en éste país en el que me siento como en casa”, en la actualidad es, además, director del Centro Mediterráneo Andalusí de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.

¿Qué le empujó a dedicar su actividad al ámbito de la inmigración?

Parece como si mi destino estuviera escrito al margen de mí mismo. Si hace 40 años me hubieran dicho que iba a dedicar una parte substancial de mi trabajo y de mi vida a luchar por la consideración y el reconocimiento de los derechos y la libre integración de los inmigrantes en las sociedades democráticas, no lo hubiera creído. Por eso digo lo del destino, porque la realidad es que tras estudiar filosofía y sociología y especializarme en teoría política todo me llevaba a pensar que en la docencia estaba mi futuro y mi tarea principal. Si bien es cierto que siempre he estado ligado a la Universidad, la posibilidad de conectar con intelectuales tras la convulsión del Mayo parisino del 68 fue variando mi destino.

¿Pero, cuáles fueron los determinantes?

Suelo decir que fue la conjunción de dos elementos lo que me llevó a asumir y volcarme en lo que podría llamarse la batalla de los derechos. Por una parte fue la aparición, con gran empuje, de la extrema derecha francesa encarnada en Le Pen, que pasó en las elecciones municipales de 1983 de ser un grupo de fanáticos a un partido de masas. A través de este hecho, un país demócrata como Francia le abría camino a un partido que se declaraba radicalmente xenófobo, que apostaba por el odio y la violencia y que, sin remilgos, preconizaba la aniquilación de todo lo extranjero y, muy especialmente, de los inmigrantes. Esto es patético si se tiene en cuenta que siete de cada diez franceses tienen antepasados extranjeros.

El segundo elemento clave fue entrar en contacto con los miembros de la redacción de la revista Les Temps Modernes, que dirigían Simone de Bauvoir y Claire Etcherelli. Estas personas me pidieron que coordinase un número especial sobre la inmigración en Francia. Acepté encantado y me lancé a ello en una atmósfera de desengaño con la izquierda que, tras vencer en las elecciones presidenciales de 1981, impulsó dos años más tarde una política ultraliberal que chocaba frontalmente con sus propuestas electorales. La crisis de entonces y el paro en aumento colocaron a Francia en un galimatías de identidad que todavía hoy no está ni mucho menos resuelto.

Concluía de modo repentino un período largo de verdadera integración social y de progreso. Francia miraba a una Europa en construcción y daba la espalda al Mediterráneo y al hacerlo a las poblaciones provenientes de sus antiguas colonias del Magreb y del África subsahariana. Como explico en mi libro La Europa mestiza, en este contexto social y cultural arraigó la idea de los inmigrantes como competidores en un mercado laboral en crisis. Una idea que la extrema derecha, como está pasando ahora, convertiría en baza electoral.

«No hay un problema de integración porque exista un problema de inmigración, sino que hay un problema de inmigración porque existe un problema de integración. Esa es la realidad»

Usted ha apelado a la responsabilidad a la hora de hacer ciertas afirmaciones…

Así es y lo he hecho con toda la rotundidad porque ciertas afirmaciones además de injustas son falsas. En su momento, en lugar de reconocer que había una crisis de integración que afectaba a todos los sectores de la sociedad, una crisis, que como en cualquier crisis son los inmigrantes los que la pagan más porque generalmente son los primeros que pierden el trabajo y su pobreza se ve agravada porque culturalmente también suelen tener menos capacidad de respuesta, en el colmo del cinismo y de la mentira, ciertos sectores de la derecha y la extrema derecha proclamaban que la crisis de integración era causa directa de la inmigración y que los extranjeros e inmigrantes no querían integrarse.

He escrito y contado siempre que he tenido oportunidad que, en el colmo del cinismo, el presidente de la República Francesa, Giscard d´Estaing, llegó a afirmar que los inmigrantes son “inasimilables”. Hay que apelar a la responsabilidad porque afirmaciones de ese tipo hacen cargar con la culpa de la crisis a quien lejos de ser culpable, es víctima.

Es muy injusto porque las sociedades europeas necesitaban y necesitan para su desarrollo de la inmigración.
No hay un problema de integración porque exista un problema de inmigración, sino que hay un problema de inmigración porque existe un problema de integración. Esa es la realidad. La integración no tiene que ver solamente con los inmigrantes sino con el conjunto de toda la sociedad. Los mismos ciudadanos y trabajadores alemanes, franceses o españoles que no veían ningún tipo de problema en la inmigración cuando no había paro, se muestran ahora, que hay paro, totalmente en contra de los inmigrantes, lo que demuestra que la cuestión central es la relación social, de toda la sociedad, y la integración social. Insisto; el problema es de todos. La inmigración es un tema humano que es preciso despolitizar. En los últimos 20 años no hemos sabido legitimizar, dar auténtica legitimidad a la presencia de los inmigrantes que hemos necesitado para construir nuestra riqueza económica y nuestro bienestar. Los poderes políticos han dejado la inmigración en manos del mercado.

En el momento actual y a nivel mundial hay un proceso de empobrecimiento de las clases medias y esta situación hace que sea más fácil que calen los mensajes populistas. Pero el mensaje que debemos asumir es que los inmigrantes de hoy serán mañana los ciudadanos de pleno derecho del país que los ha acogido. Eso, por suerte, es así. Porque vivimos juntos tenemos que buscar valores comunes y no empeñarnos en remarcar los hechos diferenciadores. No se trata de defender a unos y atacar a otros, ni a la inversa, sino, y partiendo de que las sociedades son organizaciones muy complejas y es muy complejo articular y variar creencias, ideas y pasiones, apelar al respeto, a la vida en común y al derecho de todos a la vida en situación de igualdad.

¿Estamos ante una cuestión excesivamente politizada?

Por supuesto y para mal. Creo en y pido la despolitización de la inmigración aunque es evidente que a los partidos políticos, que buscan argumentos para captar votos, les interesa esa inaceptable politización. La inmigración no es una cuestión de derechas o de izquierdas, sino de humanismo, de solidaridad y de justicia. El discurso perverso de la exclusión y del racismo en las batallas políticas debe ser considerado no como una opinión, sino como un delito. Se van implementando leyes que especifican de un modo más o menos camuflado como delito el usar el color o el origen de una persona para despreciarla o excluirla. Nadie es responsable del color de su piel, de la religión en la que se crió o del lugar en el que vino al mundo.

Los inmigrantes no han venido para robar el trabajo de los ciudadanos de los países desarrollados. Han venido porque había una oferta de trabajo. Nosotros los hemos llamado. Los reclamábamos. Hubo dos oleadas de inmigración en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La primera en Francia y Alemania con la llegada de españoles, italianos, portugueses, turcos, magrebíes… Sin esos inmigrantes ni Francia ni Alemania hubieran podido afrontar sus retos de crecimiento económico y social y, por supuesto, no hubieran podido alcanzar el estado de bienestar que alcanzaron y no serían hoy lo que son. A mitad de los años 70, a partir de que las sociedades europeas empezaron a transformarse y vivieron una gran expansión, y España es un ejemplo en este sentido por su gran desarrollo desde ese momento, se produce la segunda gran oleada de inmigrantes.

¿Y la identidad?

No se puede plantear el problema de la inmigración en términos de identidad. Cuando se plantea así no hay solución. Nadie tiene las claves para definir de manera absolutamente formal lo que es un inmigrante como ciudadano identitariamente integrado. ¿Para integrarse debe renunciar a su religión o a su nombre? Creo que no. Puedo llamarme Mohamed y sentirme plenamente español y ciudadano de este país y compartir el pasado, el presente y el futuro de la sociedad en la que vivo.

Nadie tiene la clave absoluta para definir realmente la identidad, por lo que plantear los problemas de inmigración en términos de identidad es muy peligroso porque en esa situación suele salir victorioso el que tiene la visión más extremista porque argumenta que representa la pureza de la identidad, de la lengua, de las costumbres, etc. etc. La experiencia me ha llevado a la conclusión de que para avanzar hay que separar completamente la cuestión de la inmigración con lo que tiene que ver con las identidades. Y separar el espacio privado del espacio público. El espacio público debe regirse a través de los derechos comunes, es decir, derechos y deberes iguales. Ni más ni menos, sino iguales. En el terreno privado el marco que debe presidir es el del respeto de los valores individuales.

Hablemos de arte. ¿Qué conexiones tiene la inmigración, el arte y la actividad artística?

Es este un tema interesantísimo sobre el que he trabajado he impartido recientemente una conferencia. El arte es hoy en día cada vez más una forma de expresión basada en el mestizaje. El arte y el artista siempre han sido autónomos en relación con la sociedad. Muchos de nuestros más grandes artistas han sido inmigrantes. Una de las grandes luchas “artísticas” entre Francia y España es que Picasso, habiendo nacido en España, es sentido como francés por muchos ciudadanos de mi país.

Por responder con concreción le diré que el arte juega un papel esencial en relación con la inmigración y es, hoy en día, uno de los medios a través del que se consolida la integración. El arte es, por naturaleza, integrador; una actividad que fomenta la integración del inmigrante.

«El arte juega un papel esencial en relación con la inmigración y es, hoy en día, uno de los medios a través del que se consolida la integración. El arte es, por naturaleza, integrador; una actividad que fomenta la integración del inmigrante»

¿Existe en Europa una visión uniforme sobre la inmigración?

Decididamente, no. Europa no existe como conjunto uniforme. Eso lo pagamos a nivel cultural, político y económico. No hemos sabido establecer una política coordenada frente a la crisis y han ganado las políticas liberales en cada país. Ocurre lo mismo a nivel de los derechos. La Europa vigente gira en exceso en torno a Francia y Alemania. Eso establece una relación de fuerza determinante a la hora de tomar decisiones.

Se explican en ese sentido determinadas actuaciones del Gobierno español, como el no censurar de forma clara el vergonzoso papel del Gobierno Sarkozy a la hora de la expulsión de los rumanos. España juega un papel importante en el continente. El problema de Europa no es Grecia, ni Portugal, ni Irlanda. El problema de Alemania y de Europa se llama España por su endeudamiento, por su importancia estratégica y porque, realmente, es un trozo esencial en el gran pastel europeo. Europa está inmersa en una estrategia que contempla que la situación española mejore a cualquier precio. España responde con solidaridad a sus aliados europeos y por ello, probablemente, no puede criticar como correspondería ciertas decisiones que vulneran derechos esenciales.

En conjunto, el balance de la política europea de inmigración es gris y decepcionante. La Unión Europea proclama su adhesión decidida a la preservación de los derechos humanos y el respeto a la libertad. Pero, ante los retos que plantea el desarrollo de las inmigraciones en masa y descontroladas, hace como que no ve y pasa por alto esas buenas intenciones. La inclinación natural de la UE es alinearse con las políticas nacionales más represivas y defender las condiciones del mercado migratorio, preconizando el respeto a los derechos humanos pero de un modo cínico, porque cierra los ojos ante las violaciones de éstos. Impera el objetivo de hacer de la inmigración un depósito de mano de obra flexible, barata y adaptada a las estrictas necesidades del mercado laboral.

Como insisto en mi libro La Europa mestiza, a diferencia de los Estados miembros, la Unión Europea, al carecer de la visión en profundidad y de la riqueza humana que constituye la esencia de una nación, tiene una concepción estrictamente administrativa y burocrática del extranjero en general y del inmigrante en particular, y lo que es peor, una percepción utilitarista del refugiado que solicita asilo. Sólo concibe al inmigrante en el marco de las relaciones de la oferta y la demanda. Esto es grave porque si ignoramos la dimensión humana no podremos comprender los flujos migratorios y la dimensión humana es para la Unión una cuestión secundaria, aunque sobre el papel y de cara a la galería vele con firmeza por los valores fundamentales. En teoría existe libre circulación de ciudadanos, pero la realidad es que los mejor preparados (investigadores, universitarios, trabajadores de alto nivel) tienen facilidades y los más desfavorecidos y menos formados tienen serias dificultades, son hacinados en guetos y campos de internamiento o, simplemente, directamente expulsados. La gran política migratoria de Europa, que es indispensable y vital, no se ha elaborado y mucho menos llevado a la práctica todavía.

¿Tiene España peculiaridades?

En España, el fenómeno de la inmigración se ha producido de una manera muy rápida, en no más de los últimos diez años y eso es un condicionante. Un tema de tanta trascendencia debe ser abordado y asumido con paciencia, con coherencia y con serenidad. Hasta hace seis años no había política de inmigración. Se puso después en marcha una Ley de Extranjería y ahora estamos en el momento de implementar el reglamento que articule lo legislado.

Pese a ese poco tiempo de abordaje, creo que en España las cosas en relación con la inmigración han funcionado razonablemente bien. Es ahora, en los últimos tiempos y en plena crisis, cuando se oyen algunas voces alarmantes, sobre todo en Cataluña. El antiguo ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Sr. Corbacho, está en el límite de lo aceptable en su discurso sobre la inmigración ilegal. Dicho esto, no condeno a nadie y creo que en general las cosas se han hecho bastante bien y la población ha dado, también en general porque excepciones lamentablemente siempre existen, muestras sobradas de cordura y sentido común. Ahora, nadie puede predecir lo que puede ocurrir, porque en épocas de crisis y de crisis dura como esta en la que estamos pueden aflorar posturas inesperadas.

¿Cómo explica lo sucedido en Francia?

El partido en el Gobierno había perdido las elecciones regionales en Francia. Tras este fracaso decidió buscar una estrategia para volver a captar a los votantes y al electorado del Frente Nacional. Hay que partir de este hecho para analizar lo sucedido y entenderlo. Sarkozy ganó las elecciones presidenciales en 2007 con el apoyo mayoritario y trascendental de los votantes ,-en torno al 80%-, del Frente Nacional. Por eso los resultados del Frente Nacional entonces fueron muy malos, nunca habían sido tan bajos.

Para llevarlos a su terreno, Sarkozy hizo una campaña basada fundamentalmente en la seguridad. Para enmascarar ese giro estratégico histórico en la derecha francesa, que nunca se había servido tanto de la extrema derecha. Para hacer olvidar este hecho, al llegar al poder el presidente nombró a dos ministras procedentes de la inmigración. Fue una cuestión de imagen porque esas ministras en realidad no representaron a la comunidad de inmigrantes ni sus intereses. Entre 2007 y hoy, Sarkozy fue perdiendo y no logró recuperar el apoyo de aquellos votantes del Frente Nacional. Desde entonces ha ido perdiendo todas las elecciones municipales y regionales, que en Francia tienen mucha importancia. Frente a esta situación, tras una serie de reuniones el pasado junio, el Gobierno decidió poner en marcha una estrategia para recuperar al electorado radical de la derecha y hacer de la inmigración ilegal un vehículo de movilización política.

El gran error es que el primer objetivo fueron los gitanos rumanos que, como ciudadanos europeos, no son inmigrantes ilegales y tienen derecho a la libre circulación. Es un error dramático y un hecho muy grave que la primera directiva que salió del Ministerio del Interior fuese contra una etnia concreta, la gitana, porque choca frontalmente contra las reglas del Estado de Derecho. Por otra parte, el error al focalizarse en ciudadanos europeos habla de la ineptitud de alguna gente. Como es obvio, todo esto ha levantado una gran polvareda en el país.

«El sentimiento nacional en Francia está muy arraigado, pero la realidad es que más del 70% de los franceses tienen y tenemos antepasados extranjeros. El ciudadano francés más admirado hoy es Zidane, una persona de origen argelino«

Sostiene usted que las sociedades siempre han estado mezcladas, que son mestizas.

Efectivamente. Este punto atraviesa todo mi trabajo a lo largo de estos años. Las sociedades siempre han vivido mezcladas. Siempre han sido mestizas. Dicho esto hay que considerar que vivimos en sociedades nacionales en las que la pertenencia política supone una pertenencia étnica y cultural absolutamente diferenciada. Alemanes, españoles o franceses consideran que tienen rasgos muy diferentes que los hacen distintos del resto. Pero si uno entra dentro y analiza cada nación comprobará un grado excepcional de mezcla y de mestizaje entre grupos humanos de todas partes del mundo. Eso es lo que vivimos hoy.

El sentimiento nacional en Francia está muy arraigado, pero como ya he apuntado, la realidad es que más del 70% de los franceses tienen y tenemos antepasados extranjeros. El ciudadano francés más admirado hoy es Zidane, una persona de origen argelino.

La mezcla étnica, por ejemplo en Alemania, ha funcionado de manera permanente. Por esta razón el problema del multiculturalismo no debe ser reducido a un problema de etnicidad. La mezcla es positiva y debe constituir la base de la construcción de los derechos humanos y de los correspondientes deberes en la sociedad europea. Europa es mestiza porque, por suerte, las poblaciones se han mezclado. La cuestión es ahora y a partir de este mestizaje estructurar juntos valores comunes.

¿Cuáles serían esos valores fundamentales?

Igualdad de género en hombres y mujeres; separación de lo espiritual de modo que no se haga de las religiones un elemento de competencia política; valores relativos a la libertad personal en la esfera privada, a la igualdad ante el derecho y, por supuesto, solidaridad, un cuestión vital difícil de mantener en épocas de crisis. Estos valores nos conducen a un humanismo basado en la realidad actual del género humano.

Hay que tener en cuenta que Europa inventó en el siglo XVIII un concepto realmente extraordinario que hizo de este continente el espacio de civilización más importante del planeta. Hablo del concepto de universalismo de los derechos del hombre. No podemos dejar en el ámbito de lo abstracto un concepto tan esencial. La universalidad supone, en mi opinión, el respeto del otro, ya sea inmigrante, extranjero, mujer, aquel que no tiene el mismo comportamiento sexual que yo, el que no tiene mis mismas costumbres…El respeto en la relación con el otro.

«También los inmigrantes deben asimilar los valores y las normas de la comunidad de acogida. Hay que definir lo aceptable y lo no aceptable y llevar a cabo, en las escuelas, en los colectivos, etc. una labor educativa real desde la evidencia de que la condición del inmigrante ni es ni debe ser eterna. Su porvenir es el acceso al “nosotros” común«

Finalmente y en el marco actual, ¿por dónde deberían pasar las soluciones?

No hay fórmulas mágicas ni soluciones determinantes. Pero hay que potenciar las políticas de ciudadanía, una ciudadanía plural e inclusiva. El acceso a la ciudadanía es esencial. Insisto en que hay que tener claro que el porvenir del inmigrante es volverse ciudadano del país de acogida y no constituir minorías. No podemos seguir ignorando el déficit de legitimidad. Seguir segmentando derechos y creando infraciudadanos, porque entramos en contradicción con las garantías elementales del Estado de Derecho, con la universalidad de los derechos humanos y con las exigencias de la democracia en sociedades cada vez más plurales. Hay que explicar las cosas, las cuestiones que nos diferencian porque, comprendiéndolas, es más fácil que sean socialmente aceptadas. También los inmigrantes deben asimilar los valores y las normas de la comunidad de acogida. Hay que definir lo aceptable y lo no aceptable y llevar a cabo, en las escuelas, en los colectivos, etc. una labor educativa real desde la evidencia de que la condición del inmigrante ni es ni debe ser eterna. Su porvenir es el acceso al “nosotros” común.