¿Cuál es el objetivo último que se ha marcado a la hora de escribir Desmonte?

No me marco ningún objetivo antes de ponerme a escribir, sino que éste surge en el proceso de la escritura, mientras estoy escribiendo. Tuve muy claro que quería unir la ficción con la realidad intangible en la ciudad. Llevamos una vida excesivamente urbana. Yo tuve el privilegio de conocer lo que pasaba fuera de las ciudades y comprobar lo que el capitalismo destruía en relación con gentes, paisajes, costumbres y cultura. Intenté que la ficción reflejara eso.

¿Eso tiene que ver con lo que usted califica de escándalo?

Me sentiría compensada con transmitir el escándalo que supone hoy la exclusión del sistema de miles y miles y miles de personas. Se las excluye de su hábitat, de su geografía… No estoy hablando sólo de Argentina, porque muchos países de América Latina tienen características muy similares. El capitalismo llamado productivista, extractivista diría yo, avanza y continuamente expulsa a gente. Pero también tenemos las guerras en Medio Oriente y el drama de los refugiados y los emigrantes en Europa y en otras partes del mundo. Todo eso pasa mientras seguimos escribiendo y viviendo y acudiendo a espectáculos como si no ocurriese nada. Es una tragedia y también un escándalo. Eso lo percibo especialmente en Buenos Aires, en donde los excluidos son cada día más, el Gobierno provoca esa tragedia y nadie mueve un dedo.

Discúlpeme una pregunta tan rotunda, pero… ¿usted sufre escribiendo?

Sufro mucho, pero sólo a través de ese sufrimiento se llega al placer. Es una especie de exorcismo. Sí, sufro sentándome a escribir, pero también sufro por no poder fumar. Siento que tengo que volver al cigarrillo para poder volver a escribir. El tabaco me hace más placentera la literatura y por eso he regresado al tabaco.

«En la vida se producen cortes y todo continúa»

La espera es uno de los denominadores comunes en sus libros. ¿Se refiere a la espera de la esperanza o aquella sumida en la desesperanza que no tiene solución?

¡Qué pregunta! No sé qué contestar. Querría ser la espera de la esperanza. En Desmonte hay un personaje que reivindica la esperanza, pero también es consciente de la desesperanza porque las cosas parece que no tienen solución. Realmente no sé qué contestar a la pregunta porque mis libros contienen ambas cosas.

A veces me han dicho que en mis libros de pronto hay cortes. Yo creo que eso es así porque la vida es así. En la vida se producen cortes y todo continúa, la vida sigue. En mis tres novelas hay un momento en que la historia está contada, pero el lector se queda como si algo quedase inconcluso todavía. Pero es que la vida es inconclusa.

Lo que es evidente es que trabaja usted cada palabra como una orfebre…

Le doy una importancia clave al lenguaje. Tengo en mí el ritmo del español. Leí mucha poesía española. He leído mucho y sigo haciéndolo a Garcilaso, a Quevedo, a San Juan de la Cruz, por supuesto a Salinas, a Cernuda, a Lorca y hay un ritmo del endecasílabo que está en lo mejor del lenguaje de la literatura argentina que es, en el fondo, profundamente español. Ese ritmo fluye en mí y determina mi lenguaje que a veces puede parecer de otra época, pero lo hago a propósito y así sale.

Toda esa desazón que subyace en su literatura obliga a preguntarle cómo ve su país. ¿Qué futuro contempla para Argentina?

Desde el punto de vista político-social estamos en una etapa de profundización de privatizaciones. Estamos en esa fase que los alemanes llaman posneoliberalismo, que es cuando el Estado no solamente ayuda a las corporaciones, sino que directamente se pone al servicio de ellas. Eso afecta de forma muy directa al bienestar general. Es un capitalismo que se convierte en una especie de fe religiosa. Un fundamentalismo que no admite otra opción. Pregonan desde el Gobierno que a todo el mundo, con esa política, le va a ir bien, pero es mentira. Nunca fue así e iremos a peor. Estamos perdiendo sanidad pública, transporte público, educación pública, etc.

Creer de una forma tan ciega en el capitalismo nos está matando. En este momento en Argentina hay un treinta por ciento de personas que viven en la pobreza, y en Buenos Aires, que es la ciudad más cara de América Latina, un trece por ciento de su población vive en lugares en los que no hay agua corriente. Eso es responsabilidad directa del Gobierno que tenemos. Soy muy escéptica en relación con nuestro futuro.

«Antes mirábamos a Europa; ahora Europa tiene que mirar a América Latina»

¿Y cómo ve España?

Vemos con esperanza que hay mucha gente moviéndose en el plano político. Esa protesta sostenida que se ha visto en España me parece que está dando sus frutos, aunque pueda parecer que la situación política está encallada. Tal como la estoy sintiendo en mis visitas, Madrid no es solamente producto de ese neoliberalismo del que hablaba. Hay mucho ámbito para lo público y un Estado interviniente en ese sentido. Hay mucha mezcla, mucha convivencia entre rico y pobre, algo que en mi país no sucede. Conviven barrios más ricos con otros mucho más populares. Eso es exponente de un Estado que no lo ha destruido todo.

¿Cuáles son, en su opinión, los intelectuales a los que el mundo debe mirar, a los que debe escuchar para mejorar las cosas?

Admiro a muchas personas que están siendo un ejemplo para todos. Citaría, entre ellas, a Arundhathi Roy, que desarrolla una labor política en India que me parece maravillosa y la lectura de su obra El dios de las pequeñas cosas es una de las que más me han conmovido en toda mi vida. Otro intelectual que me tiene impactada es John Berger, que también conjuga su labor como escritor con su vertiente política.

En relación con América Latina hay personas que aquí no son muy conocidas pero que están desarrollando una labor de concienciación política admirable que tiene su repercusión social. Entre ellas mencionaría a Raúl Prada en Bolivia, Norma Giarracca y Mavistella Svampa en Argentina, Antonio Quijano en Perú y Ana Esther Cecería y Gustavo Esteva en México, y acaso la personalidad más importante de todas ellas, que es el uruguayo Raúl Zibechi. Antes mirábamos a Europa para saber hacia dónde ir, pero creo que ahora Europa nos tiene que mirar a nosotros para saber lo que puede perder.

«Me asfixia la literatura contemporánea que no cuenta nada»

¿Se siente cómoda si la defino como una escritora de denuncia?

Probablemente me siento muy antigua si así se me define, pero es la verdad. Por eso en Argentina me miran un poco de reojo. Aunque al tiempo me siento muy querida por mis lectores.

Porque insiste usted en el poder de la literatura y el cine como ámbitos para reivindicar…

El cine y la literatura son grandes ventanas para mirar una realidad que está ahí y que siento como mía también. Para mí un libro o una pantalla son ventanas para salir del encierro. Siempre tuve la necesidad de que me atrape una historia y que me muestre algo, que me enseñe algo. Los libros y las películas son entradas a otros mundos que son mundos propios. Me interesan los libros y el cine que te cuenta cosas. Por el contrario, me asfixia la literatura contemporánea con esas historias tan pequeñas y tan domésticas, esa insistencia en no contarte nada.

¿Qué tiene en marcha en este momento?

Como volví a fumar, volví a escribir. Tengo dos proyectos que parten de una imagen. Muy cerca de mi casa vi a un trabajador que dormía fuera de la obra que estaba construyendo, justo debajo de un gran cartel publicitario que anunciaba un combustible y cuyo lema era «La energía del futuro» y justo a los pies de esa leyenda él dormitaba encima de un jergón. Ahora se construye para invertir o para lavar dinero, no para vivir en esas casas. Esa paradoja me conmovió y es algo a lo que estoy dando vueltas para una próxima obra.

La autora

Gabriela Massuh nació en la ciudad argentina de Tucumán. Completó la licenciatura en Letras en la Universidad de Buenos Aires y el doctorado en Filología en Alemania en la Universidad Erlangen-Nürenberg con la tesis Borges, una estética del silencio.

A lo largo de 25 años puso en el mapa de la oferta cultural y sociopolítica porteña el cine y el arte alemanes gracias a su cargo como directora del Departamento de Cultura del Instituto Goethe.

Ha sido profesora universitaria, ejercido como periodista de temas culturales, traductora entre otros autores de Kazka, Schiller, Enzensberger, Rilke y Camus y editora como fundadora en 2011 de Mar Dulce, una editorial que se marcó como objetivo dar difusión a la literatura hecha por mujeres.

Autora de obras como Formas no políticas del autoritarismo, escrita en colaboración con Simón Feldman; Benjamin en América Latina; Ex Argentina y La normalidad, realizadas con Alice Creischer y Andreas Siekman; y El trabajo por venir, en colaboración con Norma Giarracca. En 2008 publicó su primera novela La intemperie, a la que siguió en 2012 La omisión.

Desmonte

A Catalina, protagonista de Desmonte, un prestigioso suplemento literario le ha encargado un artículo sobre la novela argentina actual, sobre los principales exponentes de la escena y las contiendas que se libran por el éxito o la notoriedad.

Catalina, como Bartleby, “preferiría no hacerlo”, aunque necesita el dinero. Para distraerse piensa en los personajes de los relatos que sí querría escribir, pero que, según el director del suplemento, “no le interesan a nadie”. Catalina escribe para paliar el paso del tiempo y para llenar los intersticios que deja la ausencia de Antonio, ese hijo que no para de viajar comprometiéndose con causas perdidas.

Con una prosa trabajada hasta el mínimo detalle y una precisa dosificación del suspense del relato, la autora nos cuenta esa espera conjugando calidad literaria con una denuncia socio-política de feroz calado, dando lugar a una intensa y excelente novela.

CUR_tapa Desmonte FINAL FINALDesmonte
Gabriela Massuh
Adriana Hidalgo Editora
306 p
16,50 euros