Como señala la editora Elena Ramírez, “acaso este sea uno de los libros más difíciles y apasionantes de Vila-Matas porque, a medida que vamos topándonos con las distintas cuestiones que aborda, se abre a un montón de nuevos temas. Entre ellos, dos recurrentes a lo largo de toda su obra, como son la utópica necesidad de escribir lo imposible y la visión de la escritura como herencia, como incorporación y como asimilación de la historia de la literatura”.
El extraño protagonista de Canon de cámara oscura es un tal Vidal Escabia, un personaje en torno al que crece la sospecha de que se trata de un androide, un Denver-7 infiltrado entre la gente común de Barcelona. Este individuo ha seleccionado setenta y un libros de una biblioteca heredada de su antiguo maestro, el ya fallecido escritor Antonio Altobelli, “con la idea de escribir un canon —término que, por cierto, no me gusta nada—, desplazado, intempestivo e inactual, disidente de los oficiales pero apto para nuestros días, porque todo está en los libros”, puntualiza el propio escritor con su habitual tono transgresor y reflexivo.
Entre dudas y certezas, la novela fluye, pues cada mañana su protagonista elige uno de esos volúmenes y entresaca un fragmento con destino al canon. La lectura de esa cita influye en su vida y en su escritura. Además, parece que también utiliza el canon para dar sentido a su existencia ante el amor desbordado que siente por su hija ausente.
Como se apuntó en la presentación, estamos ante un Vila-Matas que da un paso más en su indagación sobre el sinsentido, el simulacro y la ficción como extrañas formas de vida, y en su visión del arte literario como transmisión, colaboración y modificación de ideas ajenas, al tiempo que explora temas como el doble o la ausencia infinita que dejan aquellos a los que amamos, “la misma ausencia que Eurídice le dejó a Orfeo y de la que muchos creen que nació la escritura”.
—¿Cómo surge esta historia?
Ante todo, por las ganas de escribir otro libro. También por la influencia de aquella frase conceptual de Maurice Blanchot, un autor que siempre me ha interesado mucho, que afirmaba que “la oscuridad disimula la oscuridad que hay detrás, que es la oscuridad verdadera”. A partir de ahí se impuso la palabra oscuridad y recurrí a la cámara oscura que me había inventado en un piso de sesenta metros. En una entrevista que me hicieron hace años conté que mis libros favoritos estaban guardados en una habitación oscura. No sé por qué, pero lo dije así cuando en realidad no había en mi casa un cuarto de esas características. Partiendo de esa idea, comencé a entrar en esta novela que trata de una cámara oscura situada en una casa heredada por un androide de un autor que fue su maestro. La trama es compleja, pues hay hasta cuatro narradores, pero la trama en realidad tiene poca importancia, ya que lo robótico es un simple camuflaje para dar entrada al cuarto oscuro, donde quien narra —uno de los que narran— ha elegido una serie de libros de los que rescata un fragmento por libro para, a lo largo de setenta y un días, entrar en la segunda parte de la historia. Esa que prefiero no desvelar y que la descubra el lector. Es una novela muy libre, en la que se puede entrar por el lado y en el momento en que cada cual quiera.
—¿Por qué decidió darle voz y protagonismo a un androide?
En cierta forma, fue algo casual que no considero demasiado importante. Esa voz no humana me otorga como autor una gran libertad, pues en ocasiones, cuando él habla, le interrumpe una voz que llega de otro mundo. Eso me permite moverme sin ataduras. De cualquier forma, he dejado de emplear la palabra androide al referirme al libro porque noté que cuando contaba el argumento y hablaba de androides, la gente podía confundirse y pensar que es una novela de ciencia ficción, un género con el que Canon de cámara oscura no tiene absolutamente nada que ver.
—¿Por fondo y forma, estamos ante un libro aislado en el global de su obra literaria?
Seguramente es el libro más abierto que he hecho hasta ahora. Pero es un libro que conecta con todos los que anteriormente he escrito, porque lo fundamental es la obra en su conjunto. Salvando las diferencias, me he dado cuenta de que llevaba mucho tiempo, como Kafka decía, buscando la obra a través de la obra, algo que nunca encontró porque la obra perfecta no la encuentra nadie. La literatura está ligada con el fracaso. Sería maravilloso escribir el libro perfecto, pero también sería la muerte, el final de la escritura. Como he dicho en alguna ocasión, me paso la vida escribiendo, pues creo que la escritura, con el amor, es lo que da mayor sentido a la vida. En todo momento me suceden cosas que pueden ser escritas, porque todo es susceptible de ser narrado.
—¿Los 71 libros de este canon son reales? ¿Responden a los gustos de Enrique Vila-Matas?
Hay treinta y cinco que nunca se sabe y los restantes son reales, pero no necesariamente mis libros favoritos. Desde luego, ninguna de esas obras me desagrada, pues si fuera así no sería capaz de comentarlas.
—¿Pero podría interpretarse que ese canon constituye un homenaje a autores que admira?
Admiro a muchos de los incluidos, pero otros muchos quedan fuera. Es un libro que actúa al azar, porque cada día el protagonista entra en el cuarto y, a oscuras, saca un libro a la luz y entonces examina cuál es el libro en cuestión y cuál es el fragmento que más le interesa, y los archiva en el canon. No es en absoluto un canon mío, aunque no hay ni uno solo de esos libros que me disguste, pero he actuado escribiéndolo al azar. A lo largo de año y medio uno lee libros que ya ha leído, otros que me llegan de repente, otros en los que me fijo… En ese sentido podríamos hablar del diario de mis lecturas a lo largo del año y medio en el que fui escribiendo la novela. Lecturas en las que he estado embarcado durante ese tiempo. Pero creo que nadie es quién para imponer un canon, porque los cánones son, por definición, caprichosos, sujetos a la subjetividad y al gusto personal. Otra cosa es que sirva para uno mismo. Cabe preguntarse por qué la literatura no puede ser la vida. A menudo me acusan de que vivo demasiado en los libros y de que debo humanizarme. Acaso el personaje que he creado para este libro sea un intento de volverme más humano.
—Se le ha tildado a usted de escritor raro. ¿Le preocupa que la singularidad de su obra pueda distanciarle de los lectores?
Sí, sé que se ha dicho eso sobre mi persona y sobre mi obra. Pero eso está superado. Hace veinte años decía que no era raro, sino singular. Ahora he abrazado mi rareza. Soy consciente de que he construido una literatura que puede considerarse algo extraña, aunque no creo que sea así. Sí es verdad que es una literatura muy propia, personal, única, si se quiere. Considero que mi obra literaria es como un tapiz que se dispara en muchas direcciones. Lo de los lectores no me preocupa demasiado, pues hay que escribir para uno mismo. Para crear, desarrollar y disfrutar con lo que uno hace, a menudo hay que concentrarse y olvidarse del otro.
—¿Le interesa la inteligencia artificial?
La realidad es que no me interesa nada, pues creo que estamos ante un tema puramente periodístico. Pero sí me ha sorprendido, como me han comentado, ser el primer escritor que narra una novela hecha por un humano colocándose en el lugar de la inteligencia artificial. Me ha gustado ser siempre el primero y me propuse ganar la partida a la inteligencia artificial. Añado todo lo que sé y le gano la partida. Soy capaz de suplantarla, de ponerme en su lugar y utilizar mis conocimientos para intentar vencerla. Me parece que la cito solo una vez en el libro, pero me molesta, como me puede molestar la realidad política contemporánea o muchas otras cosas que pasan de moda. Creo que, frente a la inteligencia artificial, se librará una batalla a favor de lo humano y de la mente.
—¿Cuál cree que es, como anuncia en la novela, “el mal indefinido” que está por llegar?
Esa es la clave de todo. El mal indefinido es de una crueldad extraordinaria. Ese anuncio dispara el libro en otra dirección y, literariamente, es muy inquietante lo que viene. Un terrible peligro para la ciudad. No debo detallar más.
—Como autor, ¿le interesa la realidad?
Personas que han estudiado lo que hago, creo que con interés y acierto, llegan a la conclusión de que lo que hago es completamente realista. Autor procede de la palabra latina augere (aumentar). Yo aumento y expando la realidad actual, tan ambigua. La realidad es compleja y ambigua, seguramente más compleja que nunca. Creo que participo de la realidad. Nadie cree en lo que inventas, en los fantasmas, pero sí cree en los libros. Yo, a través de ellos, aumento y expando una serie de cosas que crean la realidad. Ya en El Quijote se da el hecho de que no se puede cruzar al otro lado del espejo. Una cosa es lo que eres y otra lo que representas, lo que relatas, lo que cuentas. Yo doy pistas para aumentar la realidad, pero por mucho que intente reproducir lo real, no voy a conseguirlo. Por mucho que intente escribir lo que está pasando en este momento, en esta conversación, no voy a ser capaz de reproducirlo. Será distinto cuando lo escriba, porque además el lector va a completarlo con su propia experiencia y pensamiento. Yo siempre me he creído lo que he escrito. Cuando publiqué Historia abreviada de la literatura portátil dijeron que era ficción radical. Entonces yo era muy joven y estaba convencido de que lo que había escrito era algo real. Todo lo que pienso, todo lo que imagino, lo que sueño, es real. Supongo que veo la realidad con menos fronteras que otros. Los noticieros reflejan la realidad política y social, y hay que tener voluntad para creerla. A veces se confunde una realidad periodística con una realidad fabuladora. Dicho esto, todo es discutible, pero yo creo firmemente en todo lo que escribo.
—Ante la ambigua realidad actual, ¿tienen los escritores la obligación de rebatir lo que está pasando?
Yo lo hago en mis artículos en los medios de comunicación e intento hablar con claridad. Pongo en duda que haya personas cuerdas, por ejemplo Trump y otros. Pero no creo que los escritores tengan esa obligación. Además, hace años que no se le da a la literatura el papel que tenía antes. Nadie hace caso a la opinión de los escritores, aunque un grandísimo autor como Elias Canetti dijo que el escritor debía comprometerse, y ante la Segunda Guerra Mundial planteó si era posible frenar la guerra con las palabras. Hay que ser muy valiente, o ingenuo, para pensar que la literatura puede llegar a frenarlas.
En la parte final del encuentro, reposado, dialogante y enigmático, Enrique Vila-Matas vuelve a hablar de la escritura y la lectura como elementos sin los que no concibe la vida: “Escribir es vivir. Una forma de vivir. La literatura es una de las formas de vida que tiene más aliciente para mí, si es que todo esto de la vida tiene sentido. Me gusta la literatura como me gustan el cine y el fútbol, pero no soy en absoluto un fanático de la literatura, aunque tengo la necesidad de vivir literariamente. Vivo cercado por la literatura. No sé si podría vivir sin escribir, pero sé que no podría hacerlo sin la lectura. No puedo vivir sin leer”, concluye así de rotundo quien confiesa que “la única fe verdadera que tengo es en el arte”, quien al hablar de sus orígenes como escritor afirma que tras leer poemas de autores de la Generación del 27 que le deslumbraron, sintió “absolutos deseos de escribir” y quien, entre sus muchos galardones y reconocimientos, se siente orgulloso de ser destacado miembro de la Orden de Caballeros del Finnegans y de la Sociedad de Refractarios a la Imbecilidad General.