Construida como lo que el propio escritor asume como una especie de “novela de aprendizaje al revés”, Una gota de afecto se abre con aquella cita de Jean de La Fontaine que apunta que “a menudo encontramos nuestro destino en el camino que tomamos para evitarlo”.
La Luz de Lara es el nombre de una vieja casona del siglo XVIII, ubicada en un pueblo de Cantabria. Es una edificación con escudo de familia que, aunque el descuido lleva a pensar que vivió tiempos mejores, sigue conservando porte y nobleza. A ella llega el protagonista al comienzo de una narración que ofrece al lector el sólido relato de una huida disfrazada de dignidad: el inesperado viaje de un ser cercado por el miedo a la entrega voluntaria —acaso irracional— que todo amor exige.
Estamos, así se anuncia, ante una novela de minucioso entramado en la que cada acción, descrita a través de un lenguaje limpio y cuidadosamente esculpido, comporta una sucesión de imágenes de enorme gancho para el lector.
Una vez emprendido, no resulta nada fácil abandonar el hilo de la historia de este hombre herido desde su expulsión del paraíso de la infancia. De este funcionario internacional, dedicado a proyectos de ayuda en países en desarrollo, que eligió ejercer una ciega soberanía sobre la realidad. Una realidad que lo devora, porque no hay otro lugar para la existencia que la vida misma. Al hallarse en la última etapa de su aventura personal, se encuentra maniatado por su insensata voluntad y empieza a sentir que su regreso al lugar de la niñez lo sitúa, sin previo aviso, en un escenario al que acaso nunca debió volver.
– ¿Cuál es el objetivo último de Una gota de afecto?
No hay objetivo. La novela intenta mostrar a un personaje que se niega a aceptar la realidad y pretende dirigirla para que actúe como él desea. A lo largo del texto se recopilan situaciones que muestran su pasado desde el presente, y aparecen sugeridas las razones por las que toma y mantiene esa decisión. El conflicto se podría resumir en una contestación a su amigo de muchos años: “Pues si la realidad no está de acuerdo conmigo, peor para la realidad”.
– Abre usted su libro con una cita que apela al destino como algo ajeno a nuestra voluntad. ¿Cuánto de verdad hay en esa cita?
La verdad es una paradoja, y las paradojas siempre sugieren certezas. En cuanto al destino, me remito a una frase admirable de Josefina Aldecoa: “El destino es el carácter”.
– En ese sentido, queda en el lector la sensación de que ha utilizado el tiempo, el paso del tiempo, como herramienta para hablar de la irreversibilidad del destino. ¿Está de acuerdo?
De acuerdo con la frase anterior, el destino no tiene por qué considerarse irreversible. Ni siquiera las intenciones erradas son irreversibles. Lo único irreversible en la vida es la tozudez de la realidad.
– A lo largo de la novela, el protagonista rechaza la nostalgia, pero cree que la venganza tiene sentido. ¿Son esos sentimientos pura ficción o coinciden con lo que el autor considera?
No creo que el personaje rechace la nostalgia ni que busque venganza, porque es un hombre inteligente y con experiencia. En todo caso, lo que el personaje piensa, lo piensa él. Un autor debe esconderse detrás del mundo que ha creado y crear un mundo para que el personaje pueda vivir en él sin interferencias del creador. Yo no creo en la venganza en ningún caso, y soy solo un escritor de ficción que deja vivir a sus personajes de acuerdo con sus ideas y sentimientos.
[Vinculado desde siempre al mundo de la cultura, director en distintas épocas de las editoriales Taurus y Alfaguara, Guelbenzu transmite la sensación de haberlo leído todo; tanto, que al entrevistador se le hace inviable no preguntarle por sus preferencias, ante lo que el entrevistado, siempre afable, declara sentirse obligado a un notable esfuerzo].
– En su novela, las librerías de la casa dejan claro que no constituyen una biblioteca como tal, sino que recogen libros heredados de autores de distintas épocas. ¿Cuáles son esos imprescindibles que han marcado su vida como autor y crítico?
Una biblioteca debería ser, idealmente, la formada por los libros que su propietario está dispuesto a releer. Lo imprescindible es el conocimiento de la tradición, pero por satisfacer —de manera incompleta— su pregunta, entre los escritores contemporáneos están, entre otros, Julio Cortázar, James Joyce, Henry James, Joseph Conrad, Virginia Woolf, William Faulkner, Juan Rulfo y Louis-Ferdinand Céline. Algo anteriores: Dickens, Stendhal, Flaubert, Gógol y Chesterton. Y más atrás, la tradición al completo, desde Homero hasta Jane Austen.
– Crítico, ensayista, novelista… ¿cuál es la actividad que le reporta más satisfacción?
Las tres que usted menciona, aunque la más vocacional ha sido la escritura. Tras esta novela, espero publicar un par de libros con mis críticas escogidas y una miscelánea que contiene, sobre todo, textos ensayísticos, pero también piezas cortas, bocetos de cuentos irresueltos, arte, música y otros.
– ¿Considera cerrado su ciclo como novelista con Una gota de afecto?
Desde luego, hoy por hoy veo difícil que me venga a la cabeza una idea con la que intente superar esta, pero quién sabe.
– ¿Por qué debe acercarse el lector a su relato?
Si no le parece un acto de soberbia, por amor a la buena literatura.
– ¿Con qué mensaje le gustaría que se quedase?
No hay mensaje. La literatura se hace preguntas, pero no debe ofrecer respuestas.