«Más que heterodoxo, me considero crítico», comenzaba aquella tarde el intelectual que se rebeló contra el régimen franquista con una actitud rupturista que le costó el exilio y que aún mantiene. Goytisolo sabe que «en nuestra época es difícil mantener la independencia crítica, rodeados por una sociedad que lo fagocita todo», pero no deja de luchar por mantener a flote una concepción de la literatura desvinculada de las mareas de la moda o de los intereses económicos: «Hay que diferenciar el texto literario del producto editorial comercializable: el primero ofrece resistencia, requiere de cierto esfuerzo por parte del lector; el segundo, por el contrario, desprecia la inteligencia del lector, no requiere que éste lo conquiste. Lo que atrae los focos es una literatura mediocre en la que importa el tema, no la propuesta literaria».

Con una sonrisa torcida, el escritor trae a colación un comentario que hace poco escuchara a un miembro de la política sobre cómo el descubrimiento de los restos óseos de Cervantes atraería a un sinfín de turistas; ya no se leerá el Quijote, dramatiza Goytisolo, sino que en vez de eso se comprará la foto-souvenir del turista posando al lado del fémur cervantino.

Entre el deleite y la indignación

A su lado, Diego Doncel insiste en comentar el especial papel que ha tenido la crítica política en su desarrollo literario, que se ha dado en tensión entre una cierta “autoinmolación” a partir de la emisión de ideas que no podían ser aceptadas, y el constante deseo de una eficaz regeneración.

Para Goytisolo, el pensamiento crítico, que no debe confundirse con la creación literaria, es un terreno que debe estar conectado con la actualidad pero que también debe trascenderla o apuntar a otras actualidades: “No hay como leer a Larra para interpretar lo que está sucediendo ahora mismo”, aconseja el pensador.

Una de las obras que abrirían la etapa más marcada por la crítica social del escritor catalán es Campos de Níjar, libro de viajes que se desarrolla durante los años sesenta en la provincia de Almería, una región que impactaría a Goytisolo tanto por su belleza natural como por la dramática pobreza material de la población. “La realidad de la España subdesarrollada de la época era desoladora”, afirmó el autor, que con Campos de Níjar comenzaría a esculpir un logrado “topos del sur”, en el que se mueve como un péndulo entre el deleite por la belleza sobrecogedora del árido paisaje almeriense y la indignación moral por las condiciones de vida de sus habitantes.

Más experimentación y menos corrección

La obra de Goytisolo refleja un cansancio general hacia el realismo literario y el conservadurismo político que plasmaba la voluntad de encontrar nuevas propuestas críticas y de bucear en una narrativa experimental, conectada con las grandes obras de sus contemporáneos, como Rafael Sánchez Ferlosio o Luis Martín-Santos: “El Jarama llevó la reflexión del lenguaje a sus últimas consecuencias”, explica Goytisolo, “y Tiempo de silencio abrió definitivamente una nueva etapa en la novela española”.

Doncel también le interrogó acerca de su vínculo con otras figuras claves de la poesía española, entre las que el autor se detuvo en “dos de sus poetas más queridos”: en primer lugar, San Juan de la Cruz, que “logra el milagro de la profundidad y la sencillez con versos de una polisemia increíble”, seguido del primer poeta que para él asimiló realmente al místico: José Ángel Valente.

No faltan, según admite él mismo, aquellos que levantan sobre él duras críticas reprochándole, por ejemplo, la preponderancia de personajes masculinos en su obra o su falta de defensa o de posicionamiento con respecto al matrimonio homosexual. Ante semejante crítica, Goytisolo responde con la lucidez que le es propia: “No puedo escribir en función de la corrección política”, afirma, “esas imposiciones son disparates que existen dentro de las ideologías cerradas, contra las que la literatura se enfrenta como el campo abierto que es”.