Cada dos o tres años publica una novela; muy de vez en cuando un libro de poemas (Mi vida social, de 2010, fue su espléndido y esperado regreso a la poesía tras Un aviador prevé su muerte, con el que ganó el Premio de la Crítica de 1986); inesperadamente, un brillante ensayo (El videojugador, en 2016). Están, además, sus traducciones (Scott Fitzgerald, Auster, Gimferrer…) y sus impecables críticas.

En enero publicó Petit Paris (Anagrama), la novela que esperábamos los adictos a la obra de este escritor granadino afincado en Nerja, muchos de los que un día, sin saber todavía que entrábamos en territorio privilegiado, abrimos por primera vez uno de sus libros y nos encontramos con un mundo literario fascinante, una voz personal, exigente y reconocible; ese mundo y esa voz que han convertido a Navarro en un nombre imprescindible en la narrativa en español.

Ya en El doble del doble, su primera novela, de 1988, y Hermana muerte, del año siguiente, estaba la prosa concisa, clara, elegante e hipnótica con la que ha ido dando vida a sus historias. En una de sus novelas mayores, aunque muy breve, Accidentes íntimos (Premio Herralde), contaba una vida triste e inasible de dolor y soledad, sobre lo que no se sabe y se descubre en el destino de otros y es que, como él mismo ha escrito en El impostor, un texto que escribió hace muchos años sobre la infancia, los que están absolutamente solos no pueden estar seguros de nada, “porque sólo tenemos la certeza de las cosas que compartimos”.

En Accidentes íntimos, Hanna Osterberg, antes Lisa Zeilinger, busca a la muerte como lo hizo –en este caso sí, sin retorno– el poeta Gabriel Ferrater, que escribió sobre las mujeres y los días y que había anunciado que, como haría tiempo después, acabaría con su vida antes de cumplir 50 años. De Gabriel Ferrater, “Sócrates de los cafés de Barcelona”, trata F, la muy notable novela de Navarro en la que cuenta, con su mirada, la historia de este “gran poeta catalán destruido”, como lo llamó su amigo Alfonso Costafreda, también poeta, catalán y suicida.

La casa del padre

Antes de F también había publicado La casa del padre, una de sus obras fundamentales, tal vez la mejor valorada por la crítica, y El alma del controlador aéreo, otra novela inolvidable, plena de emoción, con una intensidad tan medida, y una atmósfera y unos personajes tan cercanos, con su soledad y sus secretos, que podemos seguir ya siempre en ese mundo, mucho tiempo después de haberla leído y releído, una autobiografía ficticia de Eduardo Alibrandi, el controlador aéreo, ese hombre que vio por primera vez su alma en un cementerio de Granada, “donde nadie vive y el silencio, la indiferencia, es parte de lo que fue un dolor inacabable, inacabable porque el dolor no cae de golpe: se reparte por todos los días de la vida”, nos dice el narrador, con parecida desolación a la de Jacques Austerlitz, el inolvidable personaje de W.G. Sebald cuando, en una novela magistral, como lo es la de Navarro, lamenta que “en algún lugar del pasado (…) he cometido un error y estoy viviendo una vida falsa”. Vuelve Alibrandi a los lugares que condicionaron su vida, vuelve con la esperanza de encontrar algo de entonces o de entenderlo o repararlo, pero es en vano.

Justo Navarro ha dicho que la ficción añade a la realidad “la posibilidad de entrar en la intimidad de otras personas y ponerlas a hablar”, porque escribir es como el gran tiempo histórico llega a nuestro tiempo íntimo, “una forma de seguir nombrando el mundo para conocerlo mejor”.

Finalmusik y El espía, las novelas anteriores a Gran Granada, que es no solo la anterior a Petit Paris sino esencial para entender mejor ésta, son dos novelas en las que está muy presente esa concepción de la escritura que tiene el autor granadino, las dos con Italia en primer plano, con la ambigüedad, las incertidumbres y la perspectiva moral que caracterizan sus historias.

Comisario Polo

Con Gran Granada, de 2015, escribe su primera novela policíaca, llega a un género que conoce bien y en el que siente cómodo, y del que algo, o mucho, tienen no pocas de sus novelas anteriores. En esta está, como siempre, el lenguaje imaginativo, contenido y preciso con el que escribe, y su ironía y su humor; lo importante es la historia, pero lo que queda no es solo la historia, sino cómo se cuenta. Y aparece el comisario Polo, que va a ser también el personaje principal de Petit Paris.

Estamos en 1963, y Polo es un octogenario, jubilado, de dos metros de altura, casado con quien podría ser su nieta, condecorado en tres guerras por cuatro países, héroe y deidad. La oscuridad del franquismo, la arbitrariedad de aquel tiempo, los secretos y las corrupciones que pueblan la ciudad y su centro neurálgico, la Gran Granada.

Petit Paris es su nueva novela, otra policíaca, también con el comisario Polo, pero 20 años antes, en 1943, en París. A Polo le encargan ir a la capital francesa a buscar cuatro kilos de oro que ha robado alguien que estuvo en Granada y desapareció con el botín. Polo acepta el encargo porque quiere salir de la ciudad conocida y volver a París, “aunque solo fuera el Petit Paris policial”, acepta aunque sabía que iba “a saldar una deuda que no era suya y a buscar una pistola que sí lo fue” y llega a “el pequeño París menguante, cada vez más vacío y cada vez con menos espacio”, un lugar en el que “lo anormal era estar seguro de algo”.

Pero París ya no es el que Polo conoció en 1940, los alemanes están perdiendo la guerra, aunque aún la Gestapo y los servicios secretos son dueños del Petit Paris y algunos oficiales alemanes –“aristócratas del alma”– todavía van a comprar libros a los puestos juntos al Sena (tal vez entre ellos esté Ernst Jünger).

En aquel París “de los cafés emanaba un resplandor rojo” y era “difícil sentarse a una partida de póquer en la que por lo menos uno de los jugadores no haya matado a alguien” y donde es fácil encontrase a expertos en el dolor ajeno.

Y sí, hay muertes en Petit Paris, y Polo se ve envuelto en esas muertes, y, se le encarga un informe que diga que las cosas fueron de otra manera a como sospechamos que fueron, que son accidentes que ocurren, lo que nos trae el azar y la mala suerte, quizás la desesperación. Y hay un hombre que domina el mundo desde su silla giratoria, parapetado en una mesa de contable, y una cantante, un club, mucho alcohol… Y Polo, “bajo nubes de humo, respiraba la calma de la ciudad, sin motores, sin gasolina, medio deshabitada, los encantos de la Ocupación y la derrota”.

En Petit Paris está, otra vez, el mejor Navarro, el que construye sus novelas luminosas a partir de sombras, que van tomando forma, y de un pasado doloroso que cerca a los personajes y lo invade todo, una mirada literaria plena de rigor y talento.

Podemos decir de Navarro lo mismo que él alguna vez dijo de Nabokov: “es una alegría leer (a Nabokov) porque contagia el entusiasmo y el placer de tener una historia que contar y contarla bien”. En los libros del granadino, como en los del autor de la mítica Lolita, “la conciencia nace con el sentido del tiempo, la imaginación es la música de la memoria”.

Petit Paris.

Petit Paris
Justo Navarro
Anagrama
240 p
17,9 euros
ebook: 9,99 euros